
A principios de los años ochenta, Mickey Rourke caminaba por los sets con una belleza que parecía destinada a perdurar. En películas como Diner (1982), Rumble Fish (1983) y The Pope of Greenwich Village (1984), encarnaba un tipo de atractivo que desafiaba las categorías habituales con una suave feminidad difuminada con una robusta masculinidad. Su magnetismo era tan visible como su reticencia a sonreír en cámara: no porque siempre interpretara personajes tristes, sino porque había perdido algunos dientes de niño y solo sonreía con la boca cerrada.
Esa imagen, la de un joven actor enigmático y seductor, sería con el tiempo sustituida por otra, la de un hombre con el rostro visiblemente alterado, que caminaba por las calles de Los Ángeles con ropa deportiva fluorescente, acariciando a uno de sus perros. Lo que había comenzado como un intento por reparar las lesiones sufridas en su segunda carrera —el boxeo— derivó en una transformación que sorprendió al mundo.

Cirugías reconstructivas tras el boxeo
El camino hacia las múltiples cirugías no comenzó por vanidad, sino por necesidad. A principios de los noventa, Rourke dejó Hollywood para dedicarse profesionalmente al boxeo. En el ring, sufrió una serie de lesiones que lo obligaron a buscar reconstrucción facial: “Me rompí la nariz dos veces. Me operaron cinco veces de la nariz y una por un pómulo roto”, reveló al Daily Mail en 2009.
Las primeras operaciones buscaban recomponer la nariz y el pómulo. Pero, como él mismo admitió, “fui con el hombre equivocado para que me lo reconstruyera”. El resultado fue el inicio de un largo ciclo de cirugías, algunas para corregir las anteriores. A lo largo de los años, se sometió también a lifting facial, inyecciones de bótox, implantes de mejillas, rellenos dérmicos y tratamientos con láser.
En una publicación de Instagram de 2017, posando con el pecho enrojecido y la nariz vendada, escribió: “Ahora estoy guapo otra vez. Me queda una más”. Esta frase ilustraba tanto su obsesión por recuperar una apariencia perdida como la idea de que siempre había una cirugía pendiente, un próximo intento de reconstrucción.
Consecuencias estéticas y médicas
Las modificaciones alteraron profundamente su fisonomía. Lo que más cambió fue la proporción general de sus rasgos faciales. La médica estética Hala Elgmati explicó a The Mirror: “En el caso de Mickey, esas proporciones se han desfasado debido al trabajo que se le ha realizado en el rostro. Esto dificulta su procesamiento por parte del cerebro humano”.
Elgmati también señaló un uso excesivo de bótox, especialmente en la frente: “Es muy buena idea dejar algunas líneas en la cara para no perder tu brillo personal y poder seguir expresándote”. Según ella, los músculos faciales de Rourke se encuentran en “un estado de parálisis casi permanente por el bótox constante”.

El actor también negó que sus mejillas hinchadas fueran producto de implantes mal colocados, aunque en varias escenas de Wild Orchid (1990) la hinchazón era notoria. Rourke atribuyó ese cambio a “un efecto secundario inesperado de una cirugía dental”, según The Independent.
En los años posteriores a sus cirugías, su participación en grandes producciones se volvió esporádica. “Salvo Iron Man 2, estrenada hace una década, la producción más vista de Rourke probablemente sean las fotos de paparazzi”, afirmó The Independent. Su físico, musculoso y muchas veces exhibido sin camisa, tampoco ayudó a que le ofrecieran roles.
Sin embargo, The Wrestler (2008) significó un momento de redención. Rourke interpretó a un luchador de lucha libre que, tras haberlo perdido todo, intenta una última remontada. La actuación fue aclamada. Obtuvo un Globo de Oro y una nominación al Óscar. La crítica señaló que el personaje de Randy “The Ram” Robinson no estaba lejos del propio Rourke.

Más allá de los procedimientos médicos, la historia de Rourke hoy de 72 años es también la historia del vínculo entre la fama y el cuerpo. Rourke nunca ocultó su insatisfacción con el mundo del espectáculo. En una entrevista de 1992, confesó: “Pasas por los movimientos de sentirlo, pero sabes que el estudio te controla, el público te controla. Así que, durante un período de ocho años, poco a poco pierdes tu espíritu de alguna manera”.
En su vida personal, los conflictos también fueron intensos. Su relación con la modelo y actriz Carré Otis estuvo marcada por la violencia. En su autobiografía Beauty Disrupted, Otis escribió que Rourke la empujó fuera de un auto en movimiento. También mencionó que ambos intentaron suicidarse y que su adicción a la heroína agravó la situación. Sin embargo, en 2011, declaró a The Times: “Tenía miedo de su violencia, pero sentía la responsabilidad de protegerlo... Siempre lo recordaré con cariño”.
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