
El ritmo acelerado de la vida actual nos hace ilusionar con la idea de que todo puede “economizarse”. Vivimos sumergidos en la multitarea y esto impacta en todos los aspectos de nuestra vida, aún en cómo nos expresamos. Con el afán de ahorrar tiempo,cada vez es más frecuente que las palabras sean desplazadas por íconos, emojis, gestos y abreviaturas, y este fenómeno se observa en todas las generaciones, sin distinción de clase social o profesión, lo que provoca el empobrecimiento del vocabulario, limita la comprensión y la expresión. Y es que el vocabulario es motor del pensamiento.
Cada palabra que incorporamos no es solo un signo, sino una herramienta para pensar. Una persona con un repertorio amplio puede matizar emociones, describir realidades complejas y discutir problemas con mayor precisión. En cambio, quienes se expresan con número limitado de pocas palabras, enfrentan, a menudo, conflictos comunicativos: malentendidos, expresiones confusas, dificultades para negociar ideas o para participar en debates constructivos. Las palabras tienen su poder: el de transformar, de convencer, de herir, de valorar o menospreciar a otros. Poder contar con palabras efectivas es una habilidad clave para estos tiempos y que debe ejercitarse y fortalecerse tanto para leer como para expresarse, tanto por escrito como oralmente.

Palabras para comprender
El lenguaje no es solo un medio para comunicarnos, también es un instrumento del pensamiento. Cuantas más palabras tenemos, más complejas pueden ser nuestras ideas y razonamientos. Expandir nuestro vocabulario nos permite pensar con claridad, vincular experiencias, comprender lo nuevo, interpretar lo que vemos y sentimos. Contar con un léxico pobre y reducido se traduce en dificultades para participar en conversaciones donde se requiere intercambiar ideas de manera clara, argumentar de forma consistente o expresar opiniones respetuosas y fundamentadas.
En relación con la lectura, distintas investigaciones coinciden en que, para entender un texto cabalmente, es necesario conocer entre el 95% y el 98% de las palabras que lo componen. Si el texto pertenece a un área específica del conocimiento, el lector deberá incorporar un glosario que le permita transitar las lecturas.
Este es el caso de los estudiantes universitarios de los primeros años: no solo el tipo textual (científico, académico) que deben leer, sino también el vocabulario del que no tienen conocimientos previos, son barreras que les impide construir sentido a partir de lo que leen, lo que dificulta su aprendizaje. En todas las lecturas: una noticia, un mensaje en una red social, un anuncio, el lector necesita estar familiarizado con el vocabulario. Si desconoce demasiados términos, la comprensión se fragmenta y la construcción de significado se ve afectada.
Expandir el vocabulario que dominamos debería ser una práctica diaria. En este sentido, la costumbre instalada de reemplazar palabras por símbolos o expresiones reducidas, nos está llevando a un empobrecimiento del léxico y a una debilidad de la capacidad de interpretación también. Esta idea fue señalada por el investigador Keith Stanovich, psicólogo canadiense, especialista en psicología del razonamiento y de la lectura de la Universidad de Toronto. Para este estudioso, las diferencias iniciales en el vocabulario y las habilidades lectoras se amplían con el tiempo. Es lo que el investigador ha denominado “efecto Mateo”,el evangelista que dice “porque al que tiene se le dará más, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”.
En términos de aprendizaje, esto significa que quienes desde el inicio leen mucho y poseen un vocabulario amplio tienden a aprender más palabras y a mejorar su comprensión lectora, mientras que quienes leen menos o tienen un vocabulario limitado se rezagan cada vez más, profundizando la brecha con sus pares. Hoy este efecto se potencia en un escenario en el que la oralidad y la comunicación digital promueven mensajes breves, inmediatos y cargados de íconos, muchas veces en detrimento del desarrollo léxico y de la capacidad para realizar intercambios comunicativos efectivos.

El habla en la era digital
La consecuencia es que los conflictos comunicativos se multiplican, las ideas se malinterpretan y se dificulta la construcción de acuerdos y la convivencia en entornos diversos. Basta con recorrer redes (sociales o profesionales) y revisar los intercambios de los participantes de una publicación: falta de coherencia, de ocurrencia, con poca riqueza a nivel lingüístico.
Pensando en la necesidad de abordar esta problemática, desde el ámbito educativo es fundamental promover experiencias de lectura variadas y profundas, abrir espacios de conversación donde se practiquen palabras nuevas y fomentar la escritura como práctica cotidiana. No se trata de prohibir emojis o anglicismos, sino de ampliar el repertorio, de poder poner esos pictogramas o ideogramas también en palabras, de contrastar cómo lo define uno y otro para ver si estamos diciendo (sintiendo) lo mismo cuando los usamos.
Promover intercambios comunicativos efectivos, problematizando cómo lo decimos, desafiando a nuestros niños y jóvenes para que expresen ideas claras y participen de manera respetuosa en debates y conversaciones.
No trabajar el vocabulario desde la primera infancia, ya sea en casa o en la escuela es, en definitiva, una amenaza silenciosa. Porque el empobrecimiento del léxico no es un detalle menor: condiciona la calidad de la comprensión, limita la capacidad de pensar y empobrece la potencia de la expresión. También debilita la posibilidad de interactuar de manera efectiva, clara y respetuosa con otros. Es tiempo de comprender que el desafío es doble: aprovechar los lenguajes propios de la era digital como punto de partida, pero al mismo tiempo apostar a más y mejores palabras. Solo así podremos comprender mejor el mundo, comunicarnos con mayor eficacia y contribuir a transformarlo.
(*) Silvana Cataldo es especialista en innovación educativa y Líder pedagógica de ¡A leer en vivo!, el Programa de formación en fluidez y comprensión lectora de Ticmas.
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