
“Juventud, divino tesoro”, escribió Rubén Darío. Un verso que se popularizó para hablar de ese momento único de la vida donde- desde la nostalgia- todo parece posible, maravilloso e irrepetible. Pero ¿qué tiene que ver el estudio con esta idea romántica de juventud vinculada a una etapa dorada de la vida?
Un reciente informe publicado en Demography y llevado a cabo por la Escuela de Gerontología Leonard Davis reveló que los estadounidenses con menor educación envejecen más rápido que aquellos que continúan con sus estudios o que mantienen un aprendizaje a lo largo de la vida.
Este “gap” o brecha diferenciadora se acrecentó en las últimas tres décadas y establece que el “envejecimiento biológico” va más allá del conteo de cada cumpleaños.

La educación no arruga
“La edad biológica nos da una imagen más clara de la salud que la edad cronológica”, explicó Eileen Crimmins, profesora y autora principal del estudio. Además, Crimmins detalló cómo esta diferenciación entre lo biológico y lo cronológico nos permite entender el estado de salud físico, cognitivo, psicológico y mental de una persona.
El envejecimiento biológico es el que permite determinar y establecer parámetros de cómo cambia el cuerpo humano a través del tiempo, incluyendo qué tan bien funcionan los órganos y sistemas de comprensión. Dos personas de 65 años pueden tener la misma edad cronológica, pero tener un envejecimiento biológico diferente: y ahí es donde el grado de educación hace la diferencia.
El estudio permitió observar que aquellas personas que poseían menor educación no solo tenían menor posibilidad de vida cronológica sino que su vida biológica quedaba impactada por un estado de salud más delicado o con menores oportunidades.
“Esto no es solo una cuestión de elección individual; es un problema social”, destacan los investigadores del estudio. Este envejecimiento biológico de la población en peores condiciones crea mayores desigualdades e impacto económico para los sistemas de salud; por lo que la educación vuelve al foco de no ser un gasto sino una fuente para la “inversión en salud pública”.
Métricas y mapeo
El informe utilizó datos de la Encuesta Nacional de Examen de Salud y Nutrición de Estados Unidos la cual permitió evaluar los cambios en el envejecimiento biológico y cruzar la métrica del alcance educativo en un período de casi tres décadas (1988–1994 a 2015–2018).
El mapeo implicó el cruce de información de 9701 adultos entre 50 y 79 años. La elección del corte entre edades se estableció a partir de que los impactos en la salud suelen aumentar a partir de los 50 años, mientras que a partir de los 80 años los biomarcadores suelen equipararse en general entre el envejecimiento cronológico y biológico.
Si bien el envejecimiento biológico se desaceleró en general para cada grupo de educación, la desigualdad educativa generó una notoria brecha de envejecimiento entre grupos.
“Específicamente, las diferencias de edad biológica entre adultos con 0-11 años de escolaridad y adultos con 16+ años de escolaridad crecieron de un año en 1988–1994 a casi dos años en 2015–2018”, destacan en el informe.
La educación anti-age
Educarse permite tomar decisiones con mayor poder sobre el destino propio. Esto suele impactar en lo profesional, las finanzas, el estilo de vida que se elige y la atención médica a la que se puede acceder.
Si bien este informe analizó si los cambios en el tabaquismo, la obesidad o el uso de medicamentos explicaban la creciente brecha en el envejecimiento, los resultados pusieron el foco directo en el nivel educativo.
“La educación moldea las oportunidades y los riesgos a lo largo de la vida”, explicó Crimmins. Y agregó: “Es un poderoso determinante social de la salud y está dejando una marca en la velocidad con la que envejecen nuestros cuerpos”.
“Si queremos reducir las disparidades en la salud, debemos pensar en la educación como una inversión en salud pública”, insistió Mateo Farina, profesor asistente de Desarrollo humano y Ciencias de la familia en la Universidad de Texas en Austin, exinvestigador postdoctoral de la Escuela Leonard Davis de la USC y primer autor del estudio.
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