
“¿Qué pasaría si Einstein hubiera nacido mujer? Probablemente, hoy no sabríamos quién es”. La frase anterior retrata una sola cosa: aunque las mujeres existen desde los inicios de la humanidad, la historia no ha hecho justicia por ellas.
Y es que el papel de las mujeres en diversos ámbitos del conocimiento, la cultura y la ciencia se ha minimizado o, en muchos casos, ignorado o invisibilizado. Pero la respuesta más común en realidad es que sus logros les fueron arrebatados y renombrados, atribuyendo su trabajo a sus colegas masculinos o a sus parejas.
Si bien solo algunas lograron hacerse un lugar en el mundo, como es el caso de Marie Curie, este fenómeno misógino y machista se ha manifestado en distintas disciplinas, desde la medicina y la literatura hasta la tecnología y la ingeniería, perpetuando la falsa idea de que las mujeres han tenido un rol secundario en la construcción del saber humano.
En el ámbito científico, esta marginación ha sido particularmente evidente. Muchas mujeres han realizado descubrimientos fundamentales sin recibir el debido reconocimiento, mientras que los hombres son exaltados y premiados por trabajos en los que ellas tuvieron un papel crucial. Además de mermar el desarrollo profesional de las investigadoras, también limita las oportunidades de futuras generaciones de mujeres en la ciencia, reforzando estructuras de poder inequitativas.
Lo cierto es que esta estructura de invisibilidad femenina tiene un nombre: el “efecto Matilda”. Este término engloba la tendencia sistemática de negar el reconocimiento a las investigadoras y atribuir sus logros a hombres.
¿Qué es el “efecto Matilda” y a qué debe su nombre?

El “efecto Matilda” fue definido por la historiadora de la ciencia Margaret Rossiter en la década de 1990. La investigadora tomó el concepto del “efecto Mateo”, propuesto por el sociólogo Robert Merton, el cual sostiene que en el mundo académico aquellos científicos con mayor reconocimiento tienden a recibir más oportunidades y prestigio, independientemente de sus contribuciones reales. Bajo esta premisa, Rossiter identificó un patrón específico en el que las mujeres de la ciencia eran sistemáticamente privadas del reconocimiento de sus descubrimientos y estudios, lo que la llevó a denominar este fenómeno como “efecto Matilda”.
El nombre de este concepto rinde homenaje a Matilda Joslyn Gage, una sufragista y activista estadounidense del siglo XIX que denunció cómo las mujeres eran excluidas de los relatos históricos y de los reconocimientos por sus contribuciones intelectuales. En su ensayo “La mujer como inventora”, publicado en 1883, Gage documentó cómo las innovaciones y logros femeninos habían sido ignorados o robados por hombres a lo largo del tiempo.
Rossiter retomó el legado de Gage y demostró cómo, incluso en el siglo XX, muchas científicas fueron marginadas en la atribución de premios, publicaciones y posiciones de liderazgo en sus respectivos campos.
A pesar de los avances en la inclusión de las mujeres. el “efecto Matilda” sigue manifestándose en diversas formas. Estudios recientes han demostrado que las mujeres son menos propensas a ser citadas en publicaciones académicas y que sus contribuciones a menudo son minimizadas en evaluaciones de impacto científico.
Los logros que los hombres les robaron a las mujeres

La historia de la ciencia está plagada de casos en los que los descubrimientos de mujeres han sido atribuidos a hombres, ya sea por discriminación de género, normas institucionales o prejuicios sociales. Uno de los ejemplos más conocidos es el de Rosalinda Franklin, cuya investigación sobre la estructura del ADN fue fundamental para que James Watson y Francis Crick recibieran el Premio Nobel en 1962. A pesar de que Franklin generó la evidencia clave para demostrar la estructura en doble hélice del ADN, su trabajo fue minimizado y no obtuvo el reconocimiento merecido en vida.
Otro caso emblemático es el de Lise Meitner, una física austriaca que desempeñó un papel crucial en el descubrimiento de la fisón nuclear. No obstante, fue su colega Otto Hahn quien recibió el Premio Nobel de Química en 1944, sin dar crédito a la contribución fundamental de Meitner en la teoría que explicaba el fenómeno. Su exclusión del galardón ha sido considerada una de las mayores injusticias en la historia de la ciencia.
El caso de Jocelyn Bell Burnell también es representativo del “efecto Matilda”. Como estudiante de doctorado en la Universidad de Cambridge, Bell Burnell descubrió los primeros púltares en 1967. Sin embargo, el Premio Nobel de Física de 1974 fue otorgado a su supervisor, Antony Hewish, sin que se mencionara el aporte esencial de Jocelyn en la investigación. A pesar de esta omisión, Bell Burnell ha sido reconocida posteriormente por su contribución a la astrofísica y activamente lucha por la equidad de género en la ciencia.
La bióloga Nettie Stevens es otro caso representativo de este efecto. Ella identificó la determinación del sexo a través de los cromosomas X e Y, pero el crédito por este descubrimiento recayó principalmente en Edmund Beecher Wilson, quien publicó resultados similares poco después, y aun cuando las investigaciones de ella eran más precisas. Antes del trabajo de Stevens, la ciencia tuvo dos mil años de especulaciones y experimentos para conocer qué determinaba en qué momento los humanos y los animales se convertían en hombres o mujeres, en machos o en hembras.
Emmy Noether es otra mujer que no fue reconocida por su trabajo. Ella transformó el campo del álgebra abstracta y la física teórica con sus teoremas sobre la conservación de la energía. A pesar de la magnitud de sus aportaciones, su trabajo fue eclipsado por colegas masculinos y su reconocimiento llegó tardíamente.
Una más de las afectas por el “efecto Matilda” es Chien-Shiung Wu, quien realizó experimentos clave para demostrar la violación de la ley de la paridad en la física nuclear. Sus hallazgos fueron fundamentales, pero en 1957 el Premio Nobel de Física fue concedido únicamente a Tsung-Dao Lee y Chen Ning Yang, sin reconocer su papel crucial.
El descubrimiento del bacteriófago lambda y el desarrollo de técnicas de replicación de colonias bacterianas por Esther Lederberg revolucionaron la genética. Sin embargo, en 1958 el Premio Nobel fue otorgado únicamente a su esposo, Joshua Lederberg, dejando de lado su trabajo.
Justicia histórica para las investigadoras

De acuerdo con Norma Blazquez Graf, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la incorporación de las mujeres a las universidades se dio en medio de problemas ante el juicio social porque ellas salieran a la vida pública y se involucraran en el conocimiento.
Aunque en la actualidad se han realizado esfuerzos por reconocer y reivindicar su trabajo, el efecto Matilda persiste en diversos niveles, afectando la participación de las mujeres en la investigación y el acceso a oportunidades de liderazgo.
“Uno pensaría que los tiempos han cambiado, pero basta con ver los premios Nobel 2019. Ese año se entregaron a 14 personas, de éstas un tercio de uno le tocó a una mujer, y no fue en una ciencia. La francesa Esther Duflo recibió un tercio del Premio en Ciencias Económicas 2019 ‘por su abordaje experimental para aliviar la pobreza global’. Los otros dos tercios fueron a parar a manos del indio Abhijit Banerjee y del estadounidense Michael Kremer”, enfatizó la especialista.
Que se reconozca a las mujeres en la ciencia no solo es una cuestión de justicia histórica, sino también un factor clave para el desarrollo del conocimiento. La diversidad de perspectivas en la investigación científica contribuye a una mejor comprensión del mundo y permite el diseño de soluciones más innovadoras y equitativas para los desafíos contemporáneos.
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