En las últimas décadas, el concepto de sostenibilidad ha sido el eje de numerosas estrategias y acuerdos internacionales dirigidos a enfrentar la crisis ambiental. Sin embargo, las evidencias actuales de desestabilización planetaria indican que este paradigma, tal como se ha entendido desde el informe Brundtland en 1987, ha quedado obsoleto. El agravamiento de problemas como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación nos obliga a repensar nuestras metas y acciones, no solo para adaptarnos a un mundo en crisis, sino para evitar un colapso que afecte cada nivel de la sociedad.
El planeta está experimentando una acelerada degradación de sus sistemas ecológicos. El cambio climático ha dejado de ser una amenaza futura para convertirse en una realidad palpable. Las temperaturas globales han superado aumentos promedio de 1.5 grados centígrados en 2024, desatando eventos extremos como sequías, incendios forestales, inundaciones y tormentas más frecuentes e intensas. Estos fenómenos afectan desproporcionadamente a comunidades vulnerables, exacerbando las desigualdades sociales. Además, la pérdida masiva de biodiversidad y la contaminación del aire, agua y suelo comprometen los servicios ecosistémicos de los que dependen nuestras sociedades, generando un efecto en cascada que amenaza tanto la seguridad alimentaria como la salud humana.
La magnitud y rapidez de estos cambios han llevado a una desestabilización que excede la capacidad de adaptación de muchas comunidades y ecosistemas, incluso en los países más desarrollados. Esta crisis no es solo ambiental, sino también política, económica y cultural, pues afecta la cohesión social y pone en cuestionamiento los principios básicos de desarrollo que han guiado nuestras acciones hasta ahora.
La caducidad del paradigma de la sostenibilidad
El informe Brundtland de 1987 definió el desarrollo sostenible como “aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas”. Esta definición, aunque visionaria en su momento, asume un estado de relativa estabilidad ambiental que ya no existe. En un planeta desestabilizado, garantizar el disfrute equitativo de los recursos es una promesa vacía, pues muchos de estos recursos ya se encuentran al borde del colapso o han desaparecido.
La sostenibilidad, concebida como un balance entre las dimensiones económica, social y ambiental, se queda corta frente a la urgencia de restaurar sistemas críticos que han sido degradados más allá de su capacidad de recuperación. Pretender que podemos continuar con una extracción responsable de recursos sin cambiar radicalmente nuestra relación con el entorno es un ejercicio de autoengaño.
El Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) representan los esfuerzos más ambiciosos de la comunidad internacional para abordar la crisis ambiental. Sin embargo, en la práctica, ambos instrumentos están lejos de cumplir sus metas y se encuentran cercanos a su fracaso. A pesar de las promesas de reducción de emisiones, el mundo ha superado ya límites críticos, evidenciando la falta de voluntad política y la incapacidad de los gobiernos para implementar las transformaciones necesarias. De manera similar, los ODS, con su enfoque en la sostenibilidad, han ignorado la magnitud del problema al perpetuar la idea de que el crecimiento económico puede ser compatible con la conservación ambiental.
La narrativa de la sostenibilidad ha servido como un refugio cómodo para la inacción, permitiendo a los gobiernos y empresas postergar decisiones difíciles mientras promueven iniciativas insuficientes y simbólicas. Esta desconexión entre las acciones propuestas y la realidad de la crisis ambiental no solo pone en peligro nuestras posibilidades de mitigar sus impactos, sino que también perpetúa una falsa sensación de seguridad.
Más allá de la sostenibilidad: el desarrollo resiliente
El paradigma de la sostenibilidad se basa en la reducción progresiva del impacto humano, pero esta estrategia resulta insuficiente frente a la gravedad de la crisis. Necesitamos un enfoque transformador que priorice la neutralización de daños, la restauración de ecosistemas y la regeneración de recursos. Esto implica abandonar el modelo extractivista y abrazar alternativas que reconozcan los límites biofísicos del planeta.
La transición hacia un desarrollo resiliente es nuestra única opción viable. Este enfoque reconoce que ya no se trata de garantizar la sostenibilidad, sino de adaptarnos a un mundo cambiante mientras construimos sistemas sociales y ecológicos capaces de resistir futuros choques. Un desarrollo resiliente debe estar fundamentado en la equidad y la justicia, asegurando que las medidas de adaptación no excluyan ni perjudiquen a las comunidades más vulnerables.
El tiempo para actuar es limitado. La ventana de oportunidad para evitar una catástrofe ambiental y social se está cerrando rápidamente. Si seguimos aferrados a un paradigma de sostenibilidad inviable, estaremos condenando a las generaciones presentes y futuras a enfrentar las consecuencias de nuestra inacción.
Es fundamental reconocer que la sostenibilidad, tal como ha sido entendida, ya no es una meta alcanzable en un contexto de desestabilización planetaria. Solo al aceptar esta realidad podremos movilizar los recursos, la creatividad y la voluntad necesarios para construir un futuro más justo y resiliente. Este cambio de paradigma no es una opción, sino una necesidad apremiante si queremos estar a la altura de las circunstancias y evitar una catástrofe global.
El Dr. Luis R. Fernández Carril es gerente académico de Sostenibilidad en el Tecnológico de Monterrey. Autor líder para el Sexto informe de Evaluación del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) e Investigador de ética y política del cambio climático