Quién fue María Montessori, la mujer que transformó la educación

Guiada por intuición, ciencia y espiritualidad, su visión trascendió lo pedagógico, proponiendo una conexión profunda con la unidad esencial del ser humano

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María Montessori, la maestra pionera
María Montessori, la maestra pionera que transformó el ámbito de la educación (Crédito: Wikipedia)

¿Cómo debo referirme a María Montessori, qué título debo darle? La pregunta me asalta como dilema central al comenzar este ensayo. ¿Tendría yo que decir “la gran pedagoga italiana”, “la médica”, “la antropóloga”, “la feminista”, o sencillamente “la Sra. Montessori”, como le decían muchos de sus contemporáneos? ¿O mejor, “la filósofa”, “la teóloga”, “la mística”, “la devota católica” o algún otro término que aluda a su espiritualidad? Los escritores, siempre a la caza de palabras, podríamos disfrutar de esta variedad de términos para referirnos a nuestro personaje sin necesidad de repetirnos.

El dilema que señalo es que al dar a María Montessori el título de pedagoga o cualquier otro por el estilo, siento con toda claridad que no rindo el debido homenaje a alguien que pasó toda su vida luchando por honrar la unidad inquebrantable que constituye cada ser humano, la ilimitada unión de nuestro espíritu. No reducirla a fragmentos convencionales (títulos, cargos, profesiones) es lo menos que puedo hacer por esta mujer a la que ni siquiera el gentilicio de italiana le favorece, toda vez que un día pidió ser enterrada en el país en que le alcanzara la muerte, porque todos los países eran su país.

La unidad de cada persona es, creo yo, una de las lentes con las que puede enfocarse toda la vida de “la” Montessori: unidad mística, sí, que ella no se plantea como algo a alcanzar (a través de la pedagogía, por ejemplo) sino como algo que nos viene dado como condición al nacer y desde la cual nos encontramos con el mundo. Se trata de una condición que necesita de ciertos medios para desplegarse con libertad en esta vida; si los halla, ella sola sabrá guiarnos hacia la plenitud; si no –si se ve privada de ellos–, puede marchitase y dejarnos a merced de enormes carencias.

El lector entenderá que, por lo mismo, también es difícil referirse a una única etapa o a un único aspecto de su vida. Por eso, en su notable biografía El niño es el maestro. Vida de María Montessori (publicada en 2020 con motivo de los 150 años de su nacimiento), Cristina de Stefano procura limitarse a referir hechos y testimonios sin destacar ningún perfil ni ninguna temática, dejando que nosotros solos nos percatemos de esa universalidad a la que su vida aspira («hechos y testimonios» no significa que sea un texto árido: los puros acontecimientos de la vida de María Montessori, y los comentarios por parte de ella misma y de sus amigas, alumnas, conocidos y descendientes, son trama suficiente para una narración amenísima; digamos, de película).

María Montessori (Crédito: Wikipedia)
María Montessori (Crédito: Wikipedia)

No oculto que mi propia perspectiva está presente en todo esto. Lo admito porque tengo la convicción de que cuando uno mira así, desde la propia perspectiva (iqué raro tener que aclararlo!), es más fácil entender la visión de otros. A final de cuentas, esa unidad humana, esa hondura -que es tan personal como común al grupo- parece sí existir y estar presente siempre en nuestra mutua comprensión.

Sin embargo, no deja de venir al caso preguntarnos qué pasa entonces con la incomprensión. Ya veremos en los siguientes párrafos cómo –en María Montessori de forma ejemplar– esta fe en la unidad humana puede conllevar una desadaptación frente a la diversidad de esa misma humanidad. Ella, capaz de envolver al mundo entero con su espontaneidad, tuvo que enfrentar con singular crudeza el hecho de que, además de la multitud unificada y sin forma, también existen las personas individuales que nos reclaman cosas particulares cuya respuesta no siempre surge en nosotros de forma espontánea.

Por una especie de infantilismo, a María siempre le costó mucho trabajo no ver a los demás con su mirada totalizadora sino como cada uno de ellos en lo individual quería ser visto, al menos en ciertos aspectos. Sin embargo, parece un hecho que su singular capacidad para ver a la humanidad como un todo único, aunque le hizo difícil adecuarse a las exigencias de las personas, le permitió conectar con uno de los rostros –el que ella consideró el más profundo– del alma humana.

Para Montessori, el ser humano viene al mundo dueño de una infinita potencia –una sobrenaturalidad unificadora–, y ya aquí tiene que enfrentar la realidad fraccionada de los adultos, la cual coartará su espíritu a menos que alguien cree a su alrededor las condiciones para que ese potencial se explaye.

María Montessori era una devota
María Montessori era una devota católica y eso la llevó a tener discordancias con maestras ateas que quería utilizar su método de enseñanza (crédito: Wikipedia)

Cierto día, en los inicios de su carrera, María observa a una niña mientras ésta, sin ningún otro objeto con el cual interactuar, se concentra en ciertas migajas de pan tiradas en el piso y en formar con ellas una hilerita. A principios del siglo XX, cualquiera que no sea la Montessori verá en esta acción una distracción ociosa; solo María descubre una necesidad natural, imperiosa (digamos innata) de poner orden. Pero hay algo más: a María le parece ver (literalmente, ver) que el orden conseguido place no solo al intelecto de la niña sino que envuelve a ésta en una armonía total de cuerpo, emoción, mente, etcétera. Por un instante, el ser todo de la pequeña parece entrar en ese orden que ella está creando con las moronas.

Viendo a la niña, María intuye que si la experiencia se repitiera, no ya con las pocas migajas de las que la nena ha podido proveerse, sino con materiales pedagógicos creados de forma delicada (artística, informada), el potencial de la pequeña se desplegaría de forma aun mas vasta y libre. Decidida a probar lo que ella considera una revelación, María procede a experimentar una y otra vez con la creación de esos entornos que los infantes necesitan para florecer, ligando siempre el proceso con la actitud científica que ha aprendido en sus disciplinados estudios académicos de medicina, química, psiquiatría, antropología…

El resultado de esta combinación de intuición (¿revelación?) y ciencia es un estilo de pensamiento y un método pedagógico que pronto demostrarán una eficacia sorprendente. En las aulas especiales que la Montessori inaugura, varios grupos de niños marginados, a los que se tiene casi por salvajes, no sólo entran en orden y armonía, sino que –como milagrosamente– aprenden a escribir solos, y después a leer y a resolver operaciones matemáticas también por si mismos.

En un primer momento, María bautiza su descubrimiento como “Método de pedagogía científica”, pero la gente pronto le llamará Método Montessori, intuyendo (y consolidando) el lazo indisoluble que siempre lo unirá –para bien y para mal– con su creadora. El popular nombre no es, ni mucho menos, sólo una proyección del narcisismo de María, sino también el reflejo de otra de sus intuiciones formidables: la de que su descubrimiento no implica sólo un trabajo de ella con los infantes sino también consigo misma. Y cuando la gente empieza a unirse al proyecto no deja de insistir en que el esfuerzo también será de cada maestra con su propia persona.

El método de María Montessori
El método de María Montessori impactó fuertemente en la educación de América latina (Captura)

A muchos les empieza a quedar claro que al declarar que su método es científico se está refiriendo a una especie de ciencia del alma. Decenas de discípulas caen a los pies de María (algunas literalmente) cuando empiezan a intuir esta perspectiva. Pero no todos en el mundo la captan: “Cuántos malentendidos he hallado en muchos países porque la gente creía que yo hablaba de un método pedagógico, cuando en realidad hablaba de una revelación surgida del alma”.

Tanto el temperamento perfeccionista, dominante y muchas veces explosivo de María, como esta extraña y nada ortodoxa forma de entender la ciencia, podrían haber dado al traste con el proyecto. A mi me queda claro que para evitarlo no bastaron el contrapeso de su genialidad, su encanto y su carisma; es seguro que fue necesaria también la conjunción de todo ello con numerosos factores de la época. Tenemos que pensar que una mujer de su enormidad –que entre otras cosas combinaba de forma seria ciencia y espiritualidad, y consumía su tiempo en acciones de apoyo a las poblaciones mas marginadas y discriminadas (infantes, mujeres, trabajadores, pacientes de hospitales, personas neurodivergentes)– tenía a fuerzas que atraer el respaldo de muchos en un momento de tanta agitación como la llegada del nuevo milenio (recordemos que eso fue el siglo XX para la gente de esa época).

Eran periodos de transición cruciales: caían los viejos ídolos y antes de que se alzaran otros, todo se mezclaba: la superstición intentaba una mirada objetiva, la ciencia buscaba lo inalcanzable, los pueblos se mataban en busca de bienestar y quienes siempre habían permanecido invisibles hacían acto de presencia (entre ellos, y de forma poderosa, las infancias). En ese confuso lindero, una mujer –es decir, un miembro de los marginados– que con sostenida autoridad se erigía a sí misma como un axis mundi (un eje del mundo, una referencia universal), tenía que atraer la atención de las multitudes, en primer lugar la de los miles (¿millones?) de mujeres que la veían ejerciendo ¡por fin! todas las libertades que ellas habían estado reclamando para sí.

Ante el éxito rotundo de la propuesta montessoriana –que incluso dejaba buenas ganancias económicas– no eran pocas las condiciones que María quería imponer a cualquier asociación que dijera seguir su método. Para ella, el principal fin de esas múltiples restricciones era salvaguardar éste «de las falsas interpretaciones y garantizar la integridad de su aplicación». Pero casi todos sus intentos por consolidar una institución internacional regulatoria, fueron infructuosos. Para muchas personas, las funciones que María soñaba para tal institución resultaban inaceptables: «Contratar abogados para la defensa legal del método y del nombre Montessori, periodistas para gestionar la imagen y las relaciones públicas, y hombres de negocios que se ocupen de la financiación. Las escuelas han de ser dirigidas por una (persona) titulada en un curso de formación (coordinado por la propia Montessori), y se ha de utilizar el método sin contaminaciones de otras pedagogías y sin modificaciones».

María Montessori, la italiana que
María Montessori, la italiana que influyó en la educación latinoamericana. (Captura)

Este angustiado control que María deseaba ejercer sobre su modelo pedagógico y su empresa, les parecía a muchos (entonces y hoy todavía) una contradicción con lo que postulaba su método (tanto en sus vértices humanitario y espiritual como en el científico: con respecto a este último, era como si el contemporáneo Albert Einstein dijera que solamente él podía aplicar las leyes de la relatividad). A mi me parece que se trataba del único recurso al que ella como mujer –es decir, siempre al borde de ser desprestigiada y ridiculizada por los varones– podía acudir para preservar la pureza que consideraba inexcusable en su genial propuesta, así como para sostenerla y sostenerse a sí misma en lo material. El éxito como pedagoga no le evitaba las innumerables amenazas como mujer.

En ese contexto, habrá hallado que la única arma que la defendería de los abusos sería el control de sus ingresos por la vía legal. Por eso, con la misma meticulosidad casi alquímica con que creaba y perfeccionaba su método, así quería crear una empresa que lo mantuviera y contuviera. Surgía entones la trágica contradicción entre compartir mundialmente una obra que ella sentía que podía salvar a la humanidad y mantener el control personalísimo de la misma para preservarla de contaminaciones.

No cabe duda de que hay en ello algo de sagrada locura, la cual en ciertos momentos la iluminan, y en otros la ciegan, llevándola a deshacerse de personas que habían demostrado ser un apoyo ejemplar; pares espirituales suyos, incluso. Hay casos en que la Montessori se vuelve tristemente ridícula a los ojos de la historia. De Stefano nos da un trágico botón de muestra: en los años veinte, Clara Grunwald, una mujer alemana, judía y socialista, se deslumbra con lo que el método puede hacer por los niños de la clase obrera y crea una institución para aplicarlo, misma que goza de la autorización de María; tiempo después, la Montessori intenta retirar esa autorización por desaprobar el declarado ateísmo de maestras y alumnas, y el conflicto deriva en un largo proceso contencioso contra la asociación de Clara.

Ahora bien, Clara podía declararse atea, pero ¿carecía de la altura espiritual para entender este vértice fundamental del método? Años después, cuando el nazismo comienza la persecución judía, amigos de Clara encuentran la forma de ayudar a ésta a salir del país; ella decide quedarse y asegura que no abandonará Alemania hasta poner a salvo al último niño judío. Se dedica en cuerpo y alma a conseguirlo, y cuando finalmente, en 1943, le llega a ella la orden de deportación, y por su edad se le asigna a un campo de concentración cuyas condiciones se sabe son medianamente tolerables, «Clara pide –nos cuenta su biógrafa– que se modifique su destino para irse con sus alumnos, enviados a Auschwitz. A fin de que los niños no se asusten, les dice que harán una excursión en tren».

Espero, con este final (pues estoy a punto de terminar), no haber sumado mi descripción a la de una Montessori grande por muchos motivos pero históricamente derrotada. Si es así, lo lamento. María despierta nuestra suspicacia en varios sentidos pero para mi y para muchos, en el panorama devastador de aquella primera mitad del siglo XX, destacan pocas zonas de luz como esos instantes de amor, de inefable florecimiento, que miles de niños vivieron en su compañía; instantes cuya memoria secreta se añade hoy a todos los conceptos de educación que circulan por el mundo. No queda, pues, sino honrarla y rendirle nuestro amoroso agradecimiento.

Una versión anterior de este artículo se publicó con el título “María Montessori, entre la salvación y el desprestigio” en el Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación del Tec de Monterrey

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