Pará, pará, pará, pará, pará. Entonces ¿no usamos nada más que el 10% de nuestro cerebro? ¿Y no hay diferencias entre el cerebro del hombre y el de la mujer? ¿Tampoco hay una diferencia tajante entre los hemisferios? Desde ideas erróneas hasta versiones simplificadas o simples falacias, los mitos de las neurociencias —los “neuromitos”— se propagan con la potencia de los virus y son dificilísimos de erradicar.
Cada tanto, entonces, aparecen científicos que, con una voluntad de hierro, buscan oponer conocimiento a la imprudencia. Ahí están Diego Golombek, Andrea Goldín, Federico Kukso, Daniel Gellon, Valeria Edelsztein, Paula Bombara, entre otros. Ahí están también Valeria Abusamra, Analía Arévalo y Montserrat Armele, quienes en Cerebro y ficción —un título de reminiscencias piglianas— se proponen desentrañar las falsas creencias que rodean a la neurociencia, con la convicción de que una mejor comprensión de estos temas podría influir en el diseño de políticas públicas y prácticas educativas.
El proceso de escritura tuvo la particularidad de haber sido escrito íntegramente a distancia: con Abusamra, desde la Argentina, Arévalo, desde Brasil, y Armele, desde Paraguay —las dos últimas, de hecho, aún no se conocen en persona—; una tríada de ideas y pensamientos que logra situar una mirada científica del Cono Sur.
En esta entrevista, las autoras abordan algunas de las cuestiones principales que trabajan en el libro: desde la persistencia de los neuromitos hasta la dificultad de comunicar la ciencia en un mundo inundado de información, pasando por el impacto que las falsas creencias tienen en ámbitos como la educación y la salud.
—¿Por qué son tan funcionales los mitos en neurociencias?
Analía Arévalo: Primero, porque son respuestas rápidas y fáciles de temas que nos interesan. Muchas veces vienen de cosas que en algún momento eran una realidad, pero luego se transformaron y la gente todavía prefiere mantener la explicación no real. También, porque los que propagan esos mitos son personas que, aún sin malas intenciones, comunican fake news. Son periodistas o gente que no es del área de ciencia que comunican una idea más divertida que real.
Valeria Abusamra: Algo importante es que estas creencias le resultan funcionales a la gente. Son ideas falsas, pero son concretas y, sobre todo, son fáciles. Pueden ser muy útiles, por ejemplo, en el ámbito educativo. Todavía hay una distancia grande entre la ciencia y el resto de los ámbitos, y eso descontextualiza.
Monserrat Armele: Las creencias son explicaciones populares que están nutridas de un conocimiento cotidiano. En ese conocimiento cotidiano, hay un componente cognitivo de base, pero también un tono valorativo. Y no es fácil modificar el conocimiento cotidiano con un conocimiento científico. No es sólo con el hecho de que yo te dé una información científica veraz. Muchas veces uno intenta reorganizar esa estructura de conocimiento, pero no alcanza con la información porque el conocimiento previo es más fuerte. Entonces uno puede leer algo y decir: “Qué interesante”, pero al cabo de un tiempo vuelve a su creencia.
Analía Arévalo: Es que en la ciencia y en la vida hay poquísimas cosas que son blanco y negro. Y cuando alguien te da una respuesta concreta y rápida y fácil de digerir es más fácil elaborar un producto. Muchas veces pasa en educación, que tenemos productos como planes o métodos de enseñanza, donde se entrenan a profesores, a maestros y a la escuela a hacer algo, y es como un paquetito lindo, pero no hay evidencia de que funcione. Y, sin embargo, lo hacen porque queda más bonito y más claro y más fácil de entender.
—En la nueva edición de Gran Hermano hay un participante que es terraplanista. ¿Cómo se hace para hablar con una persona que tiene una convicción tan distinta?
Valeria Abusamra: No es fácil la interacción. A mi criterio, lo peor que podés hacer es confrontar de manera directa y tratar de hacerle entender que todo lo que piensa está mal. Últimamente estoy bastante preocupada por un tema, que es la humildad en la ciencia. Lo primero que tenemos que saber es cómo interactuar con quienes tienen una creencia falsa. Pero es cierto que hay creencias más peligrosas que otras: podés entrar en el terraplanismo, y podés ser antivacunas. El mejor mecanismo o, por lo menos el que da resultado, es mostrar la evidencia y convencer desde ese lugar.
Analía Arévalo: Es buenísimo lo que dice Valeria, pero lo primero que se me viene en mente es el problema para comunicar la ciencia de una forma que se entienda. Es justamente eso lo que promueve los neuromitos. Yo no tengo la respuesta; me cuesta mucho. Pero me interesa mucho la comunicación porque me parece muy difícil. Yo no sé si puedo sentarme delante de un terraplanista; mucho peor con un antivacunas. Siempre tengo alumnos que vienen con algunos de esos argumentos y te dicen: “Pero hay un montón de papers”. Y es cada vez más difícil convencer al otro, porque el artículo existe y salió en revista científica. Ese es el problema. Estamos en un mundo donde se publica cualquier cosa.
Montserrat Armele: Detrás de todo esto está la personalidad, el conocimiento previo, la intuición. Hay una serie de dimensiones personales que van a contrastar con toda esa información. Yo trabajo con niños y esto también me ocurre con ellos. Desmenuzar las ideas que traen con información veraz nos lleva un tiempo. Entonces es un trabajo minucioso que no da para una sola conversación. Hay que estar dispuesto a argumentar y contraargumentar.
Valeria Abusamra: Yo creo que los que hacemos ciencia tampoco terminamos de entender muy bien dónde estamos. Hoy, la información científica llega de una manera mucho más extendida que antes. Antes, como decía Analía, la ciencia quedaba en el contexto de los científicos. Hoy se propaga y llega al público en general y entrás a una red social y alguien subió un paper para que lo leas y lo interpretes como puedas. En este mundo actual, donde la lógica de procesamiento es cambiante, veloz, con poca atención y poco cuidado, la ciencia no se salva. Como dice Martín Kohan: ya no nos sacan solamente de contexto, sino que nos sacan de texto. Está el que lee el paper, pero después el que leyó el comentario sobre el paper y eso alimenta otra cosa y otra cosa y otra cosa.
Analía Arévalo: Y también tenés gente interesada superficialmente en la ciencia. Y están los bloggers, que se dedican a resumirte los artículos y dan su interpretación y hay millones que los siguen y que interpretan de la misma forma que esa persona malinterpretó. O sea: es ciencia tercerizada. Y es gente que ni siquiera tiene capacitación. Dicen ser científicos y no lo son. Acá, en Brasil, está lleno. Tienen páginas de Instagram con millones de seguidores. Empezaron una carrera, la abandonaron rápido y se dieron cuenta que ganaban más con una página de YouTube o de Instagram. Muchos alumnos que hacen mi curso en la Facultad de Medicina de la Universidad de San Pablo y quieren estudiar neurociencias me dicen: “Yo sigo a este, este, este y este”. Y yo les tengo que explicar que no hay que seguir a ese, ese, ese y ese”.
—Hay neuromitos asociados a la ciencia de la lectura. Uno, por ejemplo, tiene que ver con la edad crítica para aprender a leer. ¿Cómo se rompen esos mitos?
Valeria Abusamra: La ciencia de la lectura e incluso la ciencia de la enseñanza de la lectura, que serían como dos ciencias diferentes, son muy interesantes. Sobre todo, porque, si bien la lectura y la escritura fueron un foco de estudio durante tanto tiempo, en los últimos años hay evidencias muy potentes que vienen de lo conductual, de lo neural, de lo cognitivo, de lo ambiental y del efecto que eso tiene en la lectura y la escritura. En ese ámbito veíamos algunos enunciados con un porcentaje muy grande de creencias erróneas, como que si no aprendés a leer antes de los siete años no aprendés nunca más. O el hecho de que el aprendizaje se base en si sos más de hemisferio izquierdo o derecho: eso interfiere mucho en el proceso de enseñanza aprendizaje; hace daño. En el ámbito educativo es muy importante erradicar estos mitos.
Montserrat Armele: En Paraguay, ni los maestros ni los padres están actualizados con el ritmo de la ciencia, y quedan con información que hoy es falsa. Tal vez en sus orígenes podemos decir que tenían algo de cierto, pero se fue evolucionando, se fue innovando, y ellos no se actualizan y los padres tampoco. Eso hace que sea mucho más difícil a la hora de sentarse a trabajar y recibir la colaboración de estos otros gestores que participan en el desarrollo del pensamiento de su alumno o su hijo y, por ende, de la sociedad a la cual pertenecemos.
—En 1985, Borges, que tenía 86, contrató a un profesor para que le enseñara árabe. Vinculo esta anécdota con el capítulo en el que hablan de la memoria. ¿Es posible aprender a esa edad? ¿O era una utopía de Borges?
Analía Arévalo: Siempre es posible aprender. Siempre, siempre. Siempre es necesario aprender. Hasta el último día. No hay que parar nunca. Obviamente la plasticidad va cambiando, pero hay mucha variabilidad entre las personas. Depende del estilo de vida. El ejercicio físico afecta muchísimo. También el nivel emocional. Hay estudios interesantísimos que llevan años de investigación. Antes todos te decían “Hacé sudokus, hacé crucigramas”. Todas esas cosas son importantes, pero también es importante hacer ejercicio, comer bien. Dormir bien es esencial. Y lo que más llama la atención es tener algo que llaman un “purpose of life”, tener un propósito. Todo eso determina el nivel cognitivo, de salud mental, de memoria.
Montserrat Armele: Tal vez pueda agregar que aprender está muy relacionado con un dispositivo básico, que es la motivación. Es el punto de partida que permite llegar a donde quieras. Quizá más lento, más tarde, tal vez no con la misma calidad como si hubiese sido en edades más tempranas. Pero la motivación te permite elaborar los pasos para alcanzar tus metas. La motivación nos lleva a donde sea.
Valeria Abusamra: Las respuestas de Ana y Montse me hacen pensar en un trabajo de Fabricio Ballarini, que incluimos en el libro y que es muy lindo, y es la idea de que lo novedoso te permite consolidar mejor el recuerdo. Las huellas de la memoria quedan más asentadas cuando se hace algo inesperado, como dar una clase de química en otro lugar o traer alguien que viene de afuera. Volviendo a la pregunta de si se puede aprender de grande, la realidad es que los adultos aprenden constantemente. Hoy tenés que pagar los impuestos desde el celular. Para entrar a un gimnasio, para ir al médico, tenés que usar el celular. Y cuando yo era chica no existía el celular. Los cambios son tan abruptos que, de alguna manera, nos vamos adaptando continuamente. En la gente grande lo veo más patente. Es una evidencia muy clara de que sí se puede aprender.
—¿Cómo se vive la ciencia en los tres países? ¿Encontraron recurrencias en los mitos?
Analía Arévalo: Llama la atención que muchos mitos son los mismos en todo el mundo. La gente cree que en Estados Unidos y en Europa sabe más y no es así. Los típicos mitos como que usamos el 10% del cerebro se repite en cualquier país, en cualquier nivel. Por ahí lo que más difiere es la educación. En Brasil hay mucha diferencia entre San Pablo y Río, que tienen una realidad, y el norte y el sur. Notamos muchas diferencias: como que creen que niños y niñas tienen capacidades distintas, que una cabeza grande quiere decir inteligencia grande, o que la matemática vive en el corazón y no en el cerebro.
Valeria Abusamra: En el libro hay una cuestión ligada a lo formal. Queríamos llegar a la gente y hacer divulgación de la ciencia, y entonces teníamos que encontrar un tono amigable y motivador. Pero muchas de las cuestiones de las que partimos en los capítulos son investigaciones que se generan afuera. Por ejemplo, tomamos la película Lucy que provocó que se hiciera una publicación en la revista Nature. Y en otro capítulo, empezamos con las mujeres cristianas en sus lugares que decían algo así: “Como ya sabemos, los hombres y mujeres somos diferentes. Las mujeres somos más de hemisferio derecho, los hombres de hemisferio izquierdo, pero las mujeres tenemos una conexión más marcada, que es lo que nos permite pasar de lo emocional a lo racional, cosa que no tienen los hombres”. Como ves, son mitos absolutamente universales.