
La pelota, según declaró el secretario de Estado de Estados Unidos el 11 de marzo, está ahora en la cancha de Vladimir Putin.
Ucrania acaba de aceptar en las negociaciones de Yeda un plan estadounidense para un cese de fuego de un mes, y a cambio, Estados Unidos ha reanudado el envío de armas e información que Donald Trump había interrumpido tras su enfrentamiento con Volodimir Zelensky en el Despacho Oval once días antes.
Por una vez, es Putin quien debe tomar una decisión crucial. Lo que no está claro es hasta qué punto Estados Unidos está dispuesto a presionarlo para que llegue a la conclusión correcta.
Un cese de fuego no favorece a Rusia. Una pausa temporal le daría a Ucrania la oportunidad de reabastecerse y podría prolongarse, ya que las encuestas sugieren que los rusos están cansados de la guerra. Cualquiera de los bandos que reanude los combates primero provocará la condena internacional y la ira de Trump. Una violación del acuerdo mostraría al presidente estadounidense como débil y crédulo, algo que no toleraría.
El problema para Putin es que aún no ha logrado sus objetivos en Ucrania. Su intención era subyugar o desmantelar al país, cortar sus lazos con Occidente, deshacerse de Zelensky, y dejar permanentemente inutilizadas sus fuerzas armadas. Su ambición más amplia, como ha dejado claro en escritos y discursos, ha sido restaurar a Rusia como una gran potencia con una esfera de influencia, comenzando por Ucrania, su territorio histórico.
En la práctica, pese a haber sufrido entre 150.000 y 210.000 bajas mortales, Putin solo ha logrado capturar aproximadamente el 11 % del territorio ucraniano, gran parte del cual ha sido devastado por sus propias tropas, además del 7 % que ya había tomado en 2014. El fin no justifica los medios.
Lo que Putin seguramente busca ahora es obtener de Trump lo que no ha podido conquistar en el campo de batalla. En ocasiones, Trump ha mostrado una inquietante disposición a concederle lo que quiere. Ha repetido los argumentos del Kremlin de que Zelensky es un dictador por no haber convocado elecciones desde el inicio de la guerra. Ha descartado la posibilidad de que Ucrania se una a la OTAN. Ha demostrado poco interés en respaldar una fuerza de paz después de un eventual acuerdo y ha excluido el despliegue de tropas estadounidenses en el país. Habla de hacer negocios con Rusia, como si el levantamiento de sanciones estuviera próximo.
Más preocupante aún, su disposición a presionar a Ucrania en un momento de crisis nacional ha generado dudas dentro de la OTAN, donde algunos miembros empiezan a cuestionar si pueden confiar en él.
El peligro ahora es que Putin intente imponer sus propias condiciones al cese de fuego, exigiendo que la ayuda estadounidense no se reanude, que se celebren elecciones anticipadas y divisivas en Ucrania, o que se reconozca internacionalmente el territorio que ha ocupado.
Es fundamental que Trump resista cualquier intento de alterar el acuerdo. Si cede, corre el riesgo de sabotear el pacto que su propia administración alcanzó con Ucrania.
Marco Rubio, el secretario de Estado de Estados Unidos, y Steve Witkoff, amigo y enviado de Trump, han tratado de reparar el daño causado por el desastre en el Despacho Oval, y Ucrania ha actuado con prudencia. Retomar la agenda de Putin echaría todo eso por la borda.
Putin podría intentar diluir el impulso generado por la propuesta de cese de fuego recurriendo a interminables dilaciones bajo el pretexto de buscar aclaraciones.
Estados Unidos debe mostrarse firme ante esta estrategia. Lograr una pausa en la destrucción y el derramamiento de sangre que han marcado los últimos tres años sería un logro para Trump, aunque sea temporal.
Ha ejercido una presión inconcebible y perjudicial sobre Ucrania, que era la parte fácil. Ahora es momento de que presione a Putin. ¿Se atreverá?
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