Corneille Nangaa está sentado en un sillón de un hotel de cinco estrellas en Goma, la ciudad más grande del este de la República Democrática del Congo, y extiende su mano. “Gracias por abrazar a los terroristas”, bromea, provocando las risas de su séquito.
Nangaa (en la foto) es el jefe de la Alianza Fleuve Congo (AFC), el brazo político del M23, un grupo armado liderado por tutsis congoleños y respaldado por el vecino país de Ruanda. La semana pasada, los rebeldes del M23 y las tropas ruandesas capturaron Goma después de una rápida ofensiva que incluyó drones y artillería pesada que destrozaron las defensas congoleñas. La ONU dice que al menos 900 personas murieron, aunque algunas estimaciones sitúan la cifra de muertos más cerca de 3.000. La escalada de los combates corre el riesgo de provocar una guerra regional. Los otros cuatro ejércitos africanos que acudieron en ayuda del Congo tampoco lograron repeler a los invasores.
Pero Nangaa, que se ha convertido en la figura pública del M23, adopta un tono relajado. “Queremos librar una guerra limpia”, insiste, explicando que el M23 entró en Goma después de años de asedio debido a los ataques de las fuerzas congoleñas y sus aliados en los alrededores de la ciudad.
El grupo ha logrado avances espectaculares en la provincia de Kivu del Norte del Congo desde que resurgió como fuerza a fines de 2021. Ha negado repetidamente recibir apoyo de Ruanda. Y el gobierno de Kigali se muestra ambiguo sobre su apoyo a los rebeldes. Pero nadie duda seriamente de su papel.
Ruanda puede tener hasta 4.000 tropas dentro del Congo, ayudando al M23, según un panel de expertos de la ONU. Desde la caída de Goma, la ONU se ha vuelto más contundente, acusando a Ruanda de desplegar soldados para ayudar a capturar la ciudad de más de dos millones de personas. El 3 de febrero, el presidente de Ruanda, Paul Kagame, dijo a un periodista, de forma inverosímil, que no sabía si sus soldados estaban en el Congo.
Nangaa afirma que la lucha del M23 es local. “Nuestra vocación es la ausencia del Estado”, explica. “Somos congoleños y tenemos problemas y reivindicaciones que son congoleños”. Entre ellas, dice, está el fin del régimen corrupto del presidente del Congo, Felix Tshisekedi, su represión de la oposición política y, sobre todo, la exclusión de algunas comunidades étnicas, especialmente los tutsis. Nangaa (que no es tutsi) ha prometido llegar hasta la capital del Congo, Kinshasa, para perseguir estos objetivos: “La causa es tal que nuestros jóvenes puedan avanzar hasta la última gota de sangre”.
Sobre el terreno, en el este del Congo, el conflicto podría extenderse. Se teme que los rebeldes avancen más hacia la vecina provincia de Kivu del Sur y capturen o sitien la ciudad de Bukavu. Nangaa no quiso hacer comentarios, pero dijo que si los ataques militares siguen teniendo su origen en el aeropuerto de Bukavu, el M23 “silenciará las armas allí”. Las fuerzas burundianas en la provincia también suponen una amenaza, afirmó.
El 3 de febrero, los rebeldes declararon un alto el fuego unilateral, pero parece que se ha roto rápidamente. El M23 lleva mucho tiempo presionando para que se celebren conversaciones directas con el gobierno congoleño, pero el gobierno de Kinshasa siempre ha rechazado esa posibilidad. Ahora, en una señal ominosa, Nangaa pone en duda la posibilidad misma de que se celebren negociaciones. “Hay muchas condiciones previas”, afirma, sin nombrar ninguna. “¿Cómo se puede confiar en un delincuente como Tshisekedi?”.
Con un tono agudo y sorprendentemente alegre para un rebelde sancionado internacionalmente que amenaza con provocar el caos regional, Nangaa ofrece intercambiar números de teléfono. “Todo el mundo tiene miedo de llamarme”, dice, provocando más risas.
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