
El economista Alberto Benegas Lynch, mentor económico del presidente Javier Milei, analizó en una entrevista con el medio francés Libre Média los principales ejes de su pensamiento y la influencia que ejerce en la actual política económica argentina.
La entrevista, a cargo del periodista Jérôme Blanchet-Gravel, profundiza en el vínculo personal y teórico entre Benegas Lynch y Milei, así como en su visión sobre el liberalismo, la economía nacional y sus críticas al proteccionismo y la intervención estatal.
La entrevista
— Usted conoce personalmente a Javier Milei. ¿Cómo se construyó el vínculo intelectual y personal que tiene con el actual presidente argentino?
— Cuando conocí a Javier por primera vez, antes incluso de que fuera presidente, me invitó a almorzar en La Recoleta, en el restaurante La Viela. Tenía consigo mi libro Fundamentos de análisis económico, con el prólogo de Friedrich Hayek y el prefacio de William E. Simon. El libro estaba completamente subrayado. Ese primer encuentro me impresionó profundamente por sus convicciones, sus conocimientos y su curiosidad. A partir de ese momento, nos mantuvimos en contacto estrecho. Más tarde, tras su llegada a la presidencia, tuve la oportunidad de visitarlo en la residencia de Olivos. En esa ocasión me dijo: “Venga, profesor, quiero mostrarle algo”, y me mostró un cuadro con mi retrato instalado en su despacho presidencial. Jamás habría imaginado que, después de haber defendido estas ideas desde los años 70, mi retrato estaría algún día en el despacho del presidente de la República, y mucho menos que ese presidente se declararía liberal.

— Usted se define como un liberal clásico. ¿De dónde proviene esa tradición y cómo la formula hoy?
— Mi tradición proviene del liberalismo en el sentido clásico. En realidad, le debo a mi padre tener esta concepción liberal, porque, aunque completé dos doctorados, nunca escuché desde la cátedra universitaria algo razonable y justo respecto a la tradición de pensamiento liberal. Tengo la suerte de que muchos, incluido el actual Presidente, me hayan citado en varias ocasiones con mi definición de liberalismo: "El liberalismo es el respeto absoluto por los proyectos de vida de los demás". Eso no significa que debamos adherirnos al proyecto de vida del vecino —incluso puede parecernos detestable o repugnante. Pero mientras nadie atente contra los derechos ajenos, en una sociedad abierta, nadie tiene la legitimidad de recurrir a la fuerza. La fuerza solo se utiliza con fines defensivos cuando hay violación de derechos. Insisto en la palabra respeto y no utilizo la palabra tolerancia, porque la palabra tolerancia confiere un cierto perfume inquisitorial, como si uno se situara en una posición superior perdonando los errores ajenos. En realidad, los derechos no se toleran: los derechos se respetan.
— ¿Cómo evalúa los primeros cambios económicos impulsados por Milei?
— El presidente Milei ya ha producido cambios importantes, como la reducción del gasto público en términos reales, la reducción de la inflación y la reducción de la pobreza. Y como él mismo dice, queda mucho por hacer. De ahora en adelante, con un mejor margen de maniobra parlamentaria, podrá avanzar hacia una segunda etapa: la reforma laboral, la reforma fiscal, la reforma del Código Penal, la reforma de las jubilaciones, etcétera. Si se analizan los objetivos que el presidente Milei ha propuesto desde su discurso de investidura del 10 de diciembre de 2023, luego en Davos, en la ONU, en el premio Juan de Mariana en Madrid, en el BID, etc., se verá que no constituyen solo un ejemplo para Argentina, sino para el mundo entero. En el fondo, se trata de lograr que el aparato estatal no sea utilizado para asfixiar y ahogar a los contribuyentes, sino para protegerlos y darles justicia.
“En realidad, los derechos no se toleran: los derechos se respetan"
— Usted critica fuertemente el proteccionismo, en especial el utilizado hoy por Donald Trump. ¿Por qué considera tan nociva esta política?
— En realidad, lo que se llama proteccionismo perjudica a toda la población, ya que la obliga a comprar más caro y de menor calidad. A veces, se es grandilocuente cuando se habla de la protección de las industrias frente a los extranjeros. Pero el concepto es el mismo si estamos en Buenos Aires fabricando zapatos y existe un mejor zapatero en Tucumán. Nadie pensaría en instalar aduanas interiores para proteger al zapatero de Buenos Aires que vende más caro y de menor calidad. Una de las contribuciones del gobierno del presidente Milei ha sido poner en evidencia estos privilegios de la casta que muchos querían conservar. Y si yo produzco leche y mi vecino la produce a menor costo, no voy a poner entre él y yo una aduana o un bloqueo, porque me perjudicaría a mí mismo. Si dijera: “Porque quiero mucho a mi familia, voy a fabricar mis propios bolígrafos, mi propia comida, mis propios cuadernos y libros”, volvería a la época de las cavernas. Eso es lo que ocurre en muchos países donde, en nombre del proteccionismo, se amenaza y se explota miserablemente a la gente.
— Hace una distinción muy clara entre empresarios y “pseudoempresarios”. ¿Cuál es exactamente?
— Desde Adam Smith, un empresario es alguien que, para mejorar su posición financiera, no tiene otra opción que mejorar la condición social de sus semejantes, vendiendo productos de mejor calidad y a precios más bajos. Sin embargo, en muchos países, está rodeado de pseudoempresarios, de barones feudales, de explotadores que, gracias a privilegios, a alianzas con el poder y a mercados cautivos, explotan a sus congéneres. Esos no son empresarios: son explotadores.
“Lo que se llama proteccionismo perjudica a toda la población, ya que la obliga a comprar más caro y de menor calidad”
— ¿Por qué afirma que políticas como el salario mínimo se basan en una ilusión económica?
— Se le ha vendido a la gente la idea de las “conquistas sociales”, por ejemplo con el salario mínimo. Pero hay que entender bien que el salario no depende de la voluntad. Si dependiera de un decreto, yo sería partidario de establecer un salario de tres millones de dólares por día para cada uno. Desafortunadamente, no es una cuestión de gustos o deseos o de decreto: es una cuestión de tasa de capitalización. Es decir, los equipos, las herramientas, las máquinas, las instalaciones y los conocimientos pertinentes que sirven de apoyo logístico al trabajo para aumentar su rendimiento. En la historia, todos los banqueros centrales han deteriorado el valor de la moneda. Esa es la única diferencia entre los salarios de Uganda y los de Alemania. No es porque en Uganda sean torpes o inferiores, o por el clima o los recursos naturales. Japón es una roca, de la cual solo el 20% del territorio es habitable, y posee un nivel de vida mucho más alto que la mayor parte de los países africanos.
— Usted insiste mucho en la propiedad privada como fundamento de todo marco institucional.
— Los recursos naturales no determinan la riqueza de un país. Lo que importa es lo que se tiene por encima de las cejas: las neuronas, la educación, los principios y los valores. Si el derecho de propiedad no existe, no hay precios. El precio es la consecuencia de acuerdos contractuales sobre la propiedad. Y si no hay precios, no se sabe si conviene construir las rutas en asfalto o en oro. Incluso sin abolir formalmente la propiedad, cada intervención que la debilita destruye capital. Y como la capitalización determina los salarios, eso termina siempre empobreciendo a la población.
— ¿Cuáles son las principales fuerzas que intentan conservar el statu quo en Argentina?
— Primero, los pseudoempresarios, los barones feudales, los explotadores. Luego, toda una serie de intereses que buscan crear curros, es decir, privilegios y prebendas. Una de las contribuciones del gobierno del presidente Milei ha sido poner en evidencia estos privilegios de la casta que muchos querían conservar. Por último, hay personas que, sin buscar privilegios, creen en los principios estatistas, porque han sido educadas así. De ahí la importancia fundamental de la educación: permitir la competencia, sistemas abiertos. El saber no es un puerto, sino una navegación permanente.
— Rechaza el conservadurismo tradicionalista y prefiere pensadores como Popper, Hayek o Tocqueville. ¿Por qué?
— Existen diferentes tipos de conservadores: el que quiere conservar la vida, la libertad y la propiedad y el que se aferra al statu quo y no puede imaginar nada nuevo. Eso es lo que explica Hayek en su célebre capítulo Por qué no soy conservador. La tradición liberal es principalmente una tradición moral. Uno de mis ensayos se titula El liberalismo no se corta en tajos. No es solo una cuestión económica, sino filosófica, histórica, jurídica y económica. Es una tradición del respeto recíproco.
— ¿Cómo define la responsabilidad individual?
— Les digo a mis alumnos, en los últimos días de clase: puede parecer exagerado, pero antes de acostarnos, debemos preguntarnos: “¿Qué he hecho hoy para que me protejan? ¿Qué he hecho hoy para que me respeten?“. Si la respuesta es nada, no tenemos derecho a quejarnos. No podemos actuar como si estuviéramos en un inmenso teatro, sentados en la sala, mirando la escena para hacer responsables a otros. Cada uno es responsable.
— Desde la elección de Milei, en noviembre de 2023, se dice a menudo que Argentina fue alguna vez uno de los países más ricos del mundo…
— Hasta el golpe de Estado fascista de 1930, y sobre todo antes del golpe peronista de 1943, Argentina era admirada en todo el mundo. Los salarios y los ingresos reales eran superiores a los de Suiza, Francia, Italia, España. La población se duplicaba cada diez años. Pero la gente empezó a pensar que eso estaba garantizado. Y ahí aparecieron las ideas de la Cepal, las ideas fascistas, keynesianas, marxistas. Y cuando empezó el debate, los supuestos defensores de la libertad no tenían nada que responder.
— ¿Su mensaje final para Argentina y su economía?
— Repetiría el mensaje que transmite Javier Milei como objetivo último: después de una serie de etapas, la importancia de eliminar el Banco Central. Los banqueros centrales, incluso muy competentes y honestos, solo pueden aumentar, contraer o mantener la masa monetaria. En todos los casos, alteran los precios relativos, que son esenciales para evitar dilapidar capital. Como decía Milton Friedman: “La moneda es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los banqueros centrales”. Ninguno de ellos, en la historia, ha preservado el valor de la moneda. Todos la deterioraron. Hayek decía que la moneda debe ser privatizada, y la gente debe poder elegir la moneda de su preferencia. Las autoridades monetarias, explicaba, se parecen al Gran Lobo Feroz: se presentan como protectoras, pero es justamente para devorarnos mejor, financiando al Estado mediante la inflación monetaria. No hay que bajar la guardia. Hay que mantener nuestras convicciones y mantener el rumbo en la dirección de los objetivos fijados por el presidente.
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