
“El principal logro del gobierno de Milei fue la baja de la inflación, que permitió una recuperación de los ingresos y una caída de la pobreza mayor a la esperada”, afirmó Daniel Schteingart, director de Desarrollo Productivo de Fundar, en diálogo con Infobae.
La coyuntura económica argentina sigue marcada por la tensión entre avances en ciertos frentes y problemas estructurales de larga data. Mientras el país registra una desaceleración inflacionaria y un leve repunte en los ingresos reales, persisten interrogantes sobre el nivel de empleo formal, la sostenibilidad del crecimiento y el futuro de sectores estratégicos.
En este contexto, la política económica, el rol del Estado y el desarrollo productivo aparecen en el centro del debate sobre el rumbo del país, que busca dejar atrás la inestabilidad, la pobreza y la desigualdad que caracterizaron la última década.
— ¿Cómo evalúa los primeros 20 meses de gestión de Javier Milei en términos de logros y desafíos económicos y sociales?
— Sin dudas, el principal logro del Gobierno ha sido la baja de la inflación, algo central en su promesa electoral. Esto permitió, pasados los meses iniciales de gobierno, una recuperación de los ingresos de las familias y una caída del índice de pobreza que superó las expectativas. Es difícil entender la solidez del oficialismo en las encuestas sin este dato.
Un segundo logro importante fue la flexibilización del cepo cambiario sin una gran devaluación ni un rebrote inflacionario. En la historia argentina, las salidas de controles cambiarios suelen venir acompañadas de crisis. Esta vez no fue así.
“Un logro importante fue la flexibilización del cepo cambiario sin una gran devaluación ni un rebrote inflacionario”
Sin embargo, veo problemas muy relevantes. Por un lado, la baja del tipo de cambio (es decir, la Argentina cara en dólares) ayudó a reducir la inflación, pero está deteriorando el frente externo. De hecho, ya hace meses que hay déficit en la cuenta corriente. Si bien esta vez convive con superávit fiscal primario -algo que no ocurrió en otros momentos de la historia argentina-, la experiencia internacional muestra que eso no garantiza inmunidad. Basta recordar los casos de Chile en 1982, España en 2007 o varios países asiáticos en los 90, que tuvieron crisis producto del déficit de cuenta corriente con superávit fiscal.
Otro problema que veo es lo que está pasando con el mercado laboral. Aunque la economía en 2025 ya superó el nivel de actividad de 2023, el empleo no acompañó esa recuperación: hay más desempleo que antes y menos trabajadores formales en empresas privadas. La reactivación fue muy pobre en términos de generación de empleo de calidad.

Por otro lado, algo particularmente preocupante es el retroceso en la inversión pública clave para el desarrollo económico de largo plazo. La reducción drástica del gasto en infraestructura, ciencia y tecnología, salud o educación superior -acompañada incluso por campañas de desprestigio contra las universidades, la ciencia o el Garrahan- pone en riesgo capacidades que tardaron décadas en construirse.
La evidencia internacional muestra que la inversión pública en estas áreas es de las que más retorno generan en el tiempo, y a pesar de esto el gobierno la ajustó más que al resto del gasto.
— ¿Cuál debería ser el rol del Estado en la promoción del desarrollo productivo en el escenario actual?
— En un mundo que incrementa las políticas industriales y tecnológicas, Argentina va a contramano. Estamos desfinanciando el sistema de ciencia y tecnología, mientras que en el resto del mundo ocurre lo contrario: China da gigantescos subsidios a las nuevas tecnologías, Estados Unidos busca no quedarse atrás y sube aranceles a la importación para promover la producción local e incluso países emergentes como Brasil e India apuestan fuerte por el desarrollo productivo.
Hoy está de moda decir que todo lo que toca el Estado argentino lo rompe. En materia productiva, nos agarramos del despilfarro de recursos en esquemas de promoción que funcionan mal -como el de la electrónica en Tierra del Fuego- o de la protección excesiva en muchos sectores para concluir que todo lo que hace el Estado es un “curro” o un “tongo”. Es cierto que eso existe, no lo discuto. Y hay que reformarlo.
“Hay también éxitos productivos que hubieran sido imposibles sin políticas industriales y tecnológicas. Argentina es el principal hub exportador de pickups de Sudamérica"
Pero hay también éxitos productivos que hubieran sido imposibles sin políticas industriales y tecnológicas. Argentina es el principal hub exportador de pickups de Sudamérica, uno de los principales polos biotecnológicos de la región y el único país latinoamericano capaz de producir satélites geoestacionarios de comunicaciones, radares y reactores nucleares de investigación.
Lo que veo como común denominador en el gobierno es que se agarran de los fracasos de la acción estatal para romper el conjunto de las políticas, incluso las que funcionan bien. En lugar de potenciar lo que anda y desechar lo que no, dinamita la casa entera porque tiene goteras en las habitaciones.
— Muchos economistas señalan que, pese a mejoras en inflación y pobreza, aún falta un plan concreto de desarrollo. ¿Coincide con esta percepción?
— Cien por cien. Si uno se guía por las señales que se vienen viendo y por los incentivos que se generaron -por ejemplo, a partir del RIGI-, podríamos inferir que, a nivel productivo, lo que más se busca promover son los hidrocarburos y la minería. Son sectores ultra necesarios, pero con los recursos naturales solos no alcanza para un país de 47 millones de habitantes.

Fuera del impulso a estos sectores, me cuesta ver un plan de desarrollo. No hay interés explícito en fomentar ningún sector industrial. Más bien, la línea que veo es: “los industriales son ineficientes, abramos, que bajen los precios y que sobrevivan los más competitivos”.
Más allá de que ese diagnóstico me parece simplista, el Gobierno también subestima algo clave: la destrucción de sectores es rápida, pero la creación de nuevos sectores es lenta. Y lo más grave es que ni siquiera les preocupa qué hacer con los miles de trabajadores que perderán el empleo en ese escenario.
Desde Fundar estimamos que hay 430.000 empleos en riesgo por la estrategia de apertura comercial. Mayoritariamente se trata de varones, con nivel de formación medio, que trabajan en la industria. El gobierno está abriendo la economía sin paracaídas: no plantea ningún mecanismo de compensación a los perdedores del modelo, y confía en que el mercado, por sí solo, generará nuevas oportunidades. Lo que nunca responde es: ¿en cuánto tiempo?

— Algunos sostienen que es necesario un tipo de cambio más alto, aun con más inflación, para mejorar el panorama productivo. Otros señalan que solo beneficiaría a sectores exportadores. ¿Cuál es su visión al respecto?
— El tipo de cambio debería ser, en el mediano plazo, acorde a la productividad de la economía argentina. Esto significa que sea un poco más alto que el actual. El modelo actual tiene dos puntos débiles que ya comenté:
- El déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos, que básicamente supone que estamos consumiendo más de lo que producimos y nos endeudamos en moneda extranjera.
- Estrechamente ligado, es que un tipo de cambio real apreciado desincentiva la producción en los sectores transables de la economía (como el primario, el industrial, el turístico o el de servicios basados en el conocimiento) respecto a los no transables (el resto de los servicios).
Esto es importante porque los sectores transables, además de generar divisas, tienen mayores efectos multiplicadores: cada empleo directo genera muchos más empleos indirectos que en los no transables.
“Los sectores transables, además de generar divisas, tienen mayores efectos multiplicadores: cada empleo directo genera muchos más empleos indirectos que en los no transables”
Subrayo lo de “en el mediano plazo” porque el desafío es ganar competitividad exportadora con el menor impacto posible en la inflación y, por ende, en los salarios. Hay evidencia de que el pass through (es decir, cuánto de una devaluación se traslada a precios) es mucho menor cuando se parte de niveles bajos de inflación y cuando la política económica del gobierno y del banco central tienen credibilidad y logran anclar expectativas.
En este sentido, es entendible la estrategia de bajar rápidamente la inflación para minimizar el pass through futuro, pero solo si se tiene claro que, en el mediano plazo, el tipo de cambio real deberá ubicarse en un nivel más competitivo.
— ¿Cree que la política económica debería reducir diferencias de productividad entre sectores o concentrarse en apuntalar aquellos con ventajas competitivas y abrir el comercio para el resto?
— Todo depende de cómo definamos “ventajas competitivas”. Fomentar a los sectores en donde hoy somos competitivos con claridad, como agro, minería o hidrocarburos, seguro que sí. Despriorizar sectores en donde la posibilidad de ser competitivos y el aporte al empleo es bajo, como el ensamble de electrónicos o de motos, estoy de acuerdo.

Pero en el medio hay una amplia franja de sectores que son potencialmente competitivos o que tienen segmentos de muy alta productividad. Muchos de ellos son de complejidad tecnológica relativamente alta y generan empleo calificado, algo que no siempre aportan los sectores más competitivos hoy.
Pienso dentro de esta franja intermedia a la industria automotriz (en donde conviven empresas como Toyota, cuyas exportaciones son más que la suma de software y vino juntas), a la industria farmacéutica (que es la que explica la mitad de la innovación empresarial de Argentina), la petroquímica, la industria forestal, ciertos segmentos de los bienes de capital, varias economías regionales agroindustriales hoy estancadas o mismos servicios como el turismo o los basados en el conocimiento.
Con un tipo de cambio más sostenible, y un menor “costo argentino” (un sistema impositivo que grave menos a los sectores productivos, mejoras de infraestructura, costos del financiamiento, costos regulatorios, etc.), estos sectores pueden tener un desempeño mucho mejor que el que vienen teniendo.
“Argentina es un país de 47 millones de habitantes. No nos alcanza solo con el sector primario si queremos un país de pobreza cero y baja informalidad”
Argentina es un país de 47 millones de habitantes. No nos alcanza solo con el sector primario si queremos un país de pobreza cero y baja informalidad. Eso requiere que también apostemos a otros motores económicos. No tenemos que producir de todo ni de cualquier forma, pero tampoco tener una matriz productiva tan simple.
— Los indicadores revelan mejoras en la productividad del agro, industrias extractivas y servicios financieros, pero caída en las manufacturas no agropecuarias y el resto de los servicios. ¿Es esto una característica histórica?
— Creo que hay cierta confusión recurrente sobre la cuestión de la productividad en Argentina. Una forma habitual de medir la productividad es tomando la producción por hora trabajada. La foto nos dice que el sector de mayor productividad absoluta de la economía argentina es, por lejos, el petrolero-minero, con niveles de productividad que son seis veces mayores a la media. Luego vienen las finanzas, la energía, los servicios profesionales y la industria manufacturera.

Contrario a lo que muchas veces se cree, la industria tiene una productividad laboral muy de mitad de tabla para arriba: el PBI por ocupado es 40% mayor a la media del sector privado. El agro también está por encima, pero solo 2%. Dentro de los sectores de menor productividad tenemos mayormente los servicios que demandan empleo no calificado (como el trabajo en casas particulares o la gastronomía) y la construcción.
— ¿Por qué el agro es más competitivo que la industria si tiene menor productividad laboral?
— Porque lo que determina la competitividad es la productividad relativa (no absoluta) frente a otros países. En todo el mundo la industria es muy de mitad de tabla para arriba, y en gran parte del mundo el agro es de productividad inferior a la media -a diferencia de lo que pasa acá-. Entonces, la productividad relativa de nuestro agro es particularmente alta.
“Lo que determina la competitividad es la productividad relativa (no absoluta) frente a otros países”
Ahora bien, la formalidad del empleo y los niveles salariales correlacionan mucho más con la productividad absoluta que con la productividad relativa. Los salarios en el petróleo, la minería, la industria, la energía o las finanzas son mucho más altos que en el agro y la mayoría de los servicios.
Si queremos una sociedad de pobreza cero y baja informalidad, necesitamos que la productividad crezca en todos los sectores, y que particularmente ganen peso dentro de la economía las actividades de alta productividad.

— ¿Qué balance hace sobre la evolución de la desigualdad en la Argentina en los últimos años y cuáles deberían ser las prioridades para reducirla?
— Argentina tiene una desigualdad mayor a la media de los países, pero relativamente baja si se la compara con América Latina, que es una de las regiones más desiguales del mundo. Dicho esto, la suba de la pobreza durante la última década responde mucho más a la falta de crecimiento que a un empeoramiento de la desigualdad.
En 2011 teníamos 28% de pobreza, con niveles de desigualdad similares a los actuales. La diferencia es que, en ese entonces, el PBI per cápita era un siete por ciento mayor al actual.
“Ningún país con el PBI per cápita de Argentina, sea más o menos igualitario, tiene pobreza cero”
Si Argentina quiere reducir la pobreza de forma sostenible, necesita volver a crecer de manera sostenida. Por supuesto, mientras más bajemos la desigualdad, más rápido va a bajar la pobreza. Pero ningún país con el PBI per cápita de Argentina, sea más o menos igualitario, tiene pobreza cero.
— ¿Cuáles deberían ser las prioridades para reducir la desigualdad?
— Creo que, ante todo, hay que nivelar para arriba (igualar en la prosperidad), no para abajo (igualdad en la pobreza). Esto requiere una economía que sí o sí crezca, y en donde los frutos del crecimiento se distribuyan por toda la población y, especialmente, más rápido en las clases menos pudientes.
— ¿Cómo se logra esto?
— Primero, el sistema tributario: debe ser menos distorsivo, pero también más progresivo y combatir de forma activa la evasión. El evasor no es un héroe, como dice Milei, sino que es pura casta. Es una expresión de privilegio: alguien que se corre de las reglas que muchos ciudadanos de a pie sí cumplen. Si muchos pagamos altos impuestos, en parte es porque otros evaden, y eso hace que la carga fiscal recaiga de forma más injusta.

Segundo, invirtiendo en bienes públicos fundamentales, como la salud y educación de calidad desde la niñez temprana, que iguala oportunidades y amplía capacidades.
Tercero, impulsando una estructura productiva que eleve la productividad de los sectores más rezagados con potencial. Mucha de la desigualdad de ingresos refleja las enormes diferencias de productividad dentro del aparato productivo. Es decir, las empresas que pagan buenos salarios son las de alta productividad y viceversa.
Si logramos que las unidades más débiles -como las micro y pequeñas empresas- mejoren su productividad, vamos a reducir de forma estructural la desigualdad, porque van a tener mucha más espalda para pagar buenos salarios sin dejar de ser competitivas.
— A partir de los datos de Argendata, ¿qué elementos considera imprescindibles para transformar la realidad argentina y superar sus problemas estructurales?
— En Argendata (un muy ambicioso proyecto de datos sobre Argentina que tenemos en Fundar) vemos que hay tres verdades simultáneas sobre nuestro país. La primera verdad es que, en prácticamente todos los indicadores de desarrollo económico y social (PBI per cápita, pobreza, escolarización, esperanza de vida, etc.), Argentina es un país de mitad de tabla para arriba a nivel global y regional.
“En prácticamente todos los indicadores de desarrollo económico y social, Argentina es un país de mitad de tabla para arriba a nivel global y regional”
La segunda verdad es que no todo tiempo pasado fue mejor. Tenemos una mirada muy nostálgica de nosotros mismos y creemos a menudo que hace cien años vivíamos mejor. Pero hoy tenemos la mayor esperanza de vida, el mayor acceso histórico a la educación, la menor mortalidad infantil, el menor hacinamiento habitacional… y la lista sigue. Sí, estamos lejos de nuestro mejor momento en materia de ingresos, pero en la mayoría de los indicadores sociales Argentina tendió a mejorar con el tiempo.
Ahora bien, y aquí viene la tercera verdad, en prácticamente todos los indicadores Argentina cae en los rankings mundiales. Es decir, aun cuando progresamos, otros lo hacen más rápido y nos pasan. Por eso está bien decir que tenemos una decadencia relativa.
Las tres verdades pueden resumirse en una frase: “no somos un país de mierda (todavía)”.
— ¿Cómo revertir esto?
— Lo más urgente es que Argentina tiene que volver a crecer sostenidamente de una vez por todas. Por supuesto, esto requiere estabilizar la macroeconomía. Pero con eso solo no alcanza.

El mundo tiene alrededor de 200 países, y más de 150 de estos tienen estabilidad macroeconómica. Sin embargo, desarrollados y con pobreza cero solo hay unos 40. Lo que diferencia a estos 40 de los otros 110 (como los latinoamericanos) es que tienen:
- estructuras productivas sofisticadas y complejas;
- alto nivel educativo,
- un sistema de ciencia y tecnología robusto; y
- empresas innovadoras.
Por eso es tan importante la política productiva: las estructuras productivas no se transforman solo por magia del mercado, y yo no me conformo con formar parte de los 110 países estables pero no desarrollados.
Pero para transformar en serio el país necesitamos transformar el Estado. Lo que marca la diferencia entre un Estado que acelera el desarrollo y uno que lo entorpece son sus capacidades y su eficiencia. Y veo acá un gran desafío.
Por un lado, la izquierda y el peronismo han tendido a creer que con más Estado resolvés los problemas, minimizando los problemas de eficiencia. Por otro lado, el Gobierno cree que hay que desguazar al Estado, dejando de lado que todos los países que se desarrollaron lo hicieron con un Estado fuerte e inteligente.
— Por último, ¿qué reflexión final le gustaría dejarles a los lectores sobre los desafíos y oportunidades que enfrenta el país?
— Somos el país del electrocardiograma viviente. Un día nos creemos los mejores del mundo, y al siguiente pensamos que vivimos en un país invivible y fracasado. A mí mismo me atraviesan esas emociones. Pero cuando paramos la pelota, vemos que Argentina sigue siendo un país muy de mitad de tabla para arriba. Y que el mundo que se viene es uno en el que Argentina podría destacarse, si hace las cosas bien.
“El mundo que se viene es uno en el que Argentina podría destacarse, si hace las cosas bien”
Quiero creer que de nuestros fracasos van surgiendo aprendizajes. Y me gustaría que, algún día, esos aprendizajes se transformen en consensos básicos de política:
- Que no podemos volver a tener una macroeconomía desquiciada.
- Que nuestros recursos naturales pueden ser una palanca de desarrollo, pero no alcanzan por sí solos para un país como el nuestro y por tanto necesitamos varios sectores industriales y de servicios.
- Que la ciencia y la tecnología no son un despilfarro, sino parte central del futuro. Y
- Que el Estado es clave, pero tiene que servir para algo más que para frustrarnos en una ventanilla.
Argentina no está condenada al fracaso. Pero tampoco está condenada al éxito. Todo depende de lo que hagamos con lo que tenemos. Y la verdad: no está tan mal lo que tenemos.
Fotos: Maximiliano Luna