
Experta en tecnología e innovación y autodidacta desde muy pequeña, Audrey Tang fue ministra digital de Taiwán por casi ocho años, y desde mayo pasó a desempeñarse únicamente como embajadora Cyber de su país, puesto que le demanda viajar por el mundo e intentar impulsar lo que en su tierra le dio un gran resultado: la democracia digital, un concepto que permite una participación más amplia y directa de la ciudadanía en los procesos de toma de decisiones políticas a través de herramientas tecnológicas.
Con casi 20 años, Tang ya había trabajado en varias empresas tecnológicas de su país, e incluso vivió y trabajó en la meca tecnológica de Silicon Valley. En 2014 volvió a su país y fue una reconocida activista hacker, que protagonizó la creación y difusión de plataformas online de software libre para dar voz a la protesta estudiantil conocida como “la revolución de los girasoles”. Más tarde llegó el puesto en la función pública. Como una de las principales voces de software libre a nivel mundial, Tang fue la primera ministra transgénero del mundo.
A raíz de su pronta participación en un panel sobre “Pluralidad: el futuro de la democracia colaborativa y la tecnología” en el 14° Foro que organiza la consultora Abeceb el martes próximo, Tang dialogó con Infobae sobre este modelo aplicado en su país y cómo la tecnología puede transformar la democracia, especialmente en países con un alto nivel de polarización.
— ¿Cómo fue su experiencia como ministra digital en Taiwán? ¿Qué resultados se lograron?
— En 2014, el nivel de confianza de los ciudadanos de Taiwán en el gobierno era del 9%. Era muy bajo; la sociedad estaba muy polarizada, pero pudimos llegar al 70% en 2020. Así que, en el transcurso de seis años, a través de la democracia digital, reconstruimos la confianza.
— ¿Cómo fue el proceso?
— Fueron tres etapas diferentes. Una, del 2016 al 2019, donde revitalizamos la confianza entre los innovadores sociales, que son personas que trabajan en diferentes formas de organizar la sociedad, y el gobierno, porque no confiaban entre sí. Entonces, innovamos introduciendo mentores inversos, innovación social, para asegurarnos de que trabajamos con la gente, no solo para la gente. El primer paso es a través de la innovación social. Y a partir de 2020, comencé a ayudar a contrarrestar la pandemia, asegurándome de que hubiera una forma integrada de hacer curación masiva, registro y administración de vacunas, rastreo de contactos y demás. Durante tres años Taiwán estuvo sin un confinamiento a nivel ciudad, y fuimos uno de los casos más exitosos en la lucha contra la pandemia. Pero no solo la pandemia, sino también la infodemia: la polarización, la desinformación y la información errónea. Y hacia el final de mi gestión también fui el jefe de información del gabinete. Entonces, ayudé a establecer el primer Ministerio de Asuntos Digitales, que se ocupa no solo de la innovación en datos o servicios electrónicos, conectividad satelital, IA y ciberseguridad, sino también de integrarlos.

— ¿Cree que el modelo taiwanés del que habla se podría aplicar a nivel global?
— Hay dos ideas principales que quiero compartir en el panel del martes. Una es que el gobierno confíe radicalmente en los ciudadanos a través de datos abiertos e innovación social. Creo que esto es aplicable a las democracias, especialmente a las que sufren desconfianza y polarización en su sociedad. Esa es la parte de la apertura, de transparencia. Y la otra es la de participación, deliberación ciudadana, asambleas y formas en que los ciudadanos se organizan y afectan decisiones. Primero deben tener acceso a banda ancha como un derecho humano, una buena educación en competencias, incluyendo educación permanente y escolar, para luego pasar a la segunda etapa. Si se hace el segundo pilar primero solo se habilita a personas que están conectadas y que tienen privilegios; y eso puede que no funcione.
— ¿Y en la Argentina?
— Estuve en Buenos Aires a principios de este año y hablé con funcionarios vinculados con la innovación en la Ciudad. Y supe que justo la semana pasada lanzaron el proyecto del que hablamos, Quark ID, que es una billetera de identidad privada. Hay muchos desarrolladores en Buenos Aires y me imagino que en otras partes de Argentina también. Por eso, creo que están a la vanguardia en la forma tecnológica de habilitar este nuevo tipo de democracia.
— O sea que el país va por el camino correcto en materia de innovación.
— Tengo mucho que aprender también del experimento argentino. Pero sí, hay un verdadero apetito por la innovación en la sociedad argentina y en la administración, estoy segura. Creo que la Argentina es uno de los lugares más emocionantes para compartir algunas de estas ideas, pero también para aprender de cómo se aplican allí.
— ¿Ve riesgos en el avance de la tecnología? ¿De la inteligencia artificial, por ejemplo?
— Para mí, la IA significa la inteligencia que es asistencial. Algo es asistencial si ayuda a la dignidad de las personas y si es transparente, si la gente puede dirigirla. Pero si la IA se aplica de una manera en que las personas no pueden dirigirla, cambiarla y apelar sus decisiones, entonces se convierte en inteligencia autoritaria. Eso es muy riesgoso. El riesgo está en si podemos desplegar la IA de una forma que democratice el poder, en lugar de concentrarlo excesivamente en solo una o dos fuentes de poder.
— ¿Qué puede aportar la innovación a los gobiernos y a las empresas?
— Cualquier jurisdicción que quiera intentarlo debe preguntarse si la IA se está aplicando lo más cerca posible de quienes la usan. Entonces, según lo que entiendo de Argentina, o Taiwán, hay muchas aplicaciones empresariales de lo que estamos llamando IA de código abierto, o IA de borde. Es decir, tomar un modelo grande, pero no ejecutarlo en otro lugar en la nube, sino en función de tu necesidad particular, de los análisis o resúmenes de la inteligencia del negocio. Entonces, se especializa ese gran modelo de IA en la propia empresa para ejecutarlo dentro de ellas y si algo sale mal se puede cambiar fácilmente sin depender del proveedor original.
— ¿Ve a las empresas argentinas aggiornadas al respecto?
— La IA misma está evolucionando muy rápido, pero sí creo que en la Argentina, incluyendo su énfasis en la innovación responsable, que es inclusiva y protege los derechos humanos, está en general en el camino correcto.
— ¿Cómo puede transformar la IA el mercado laboral y las modalidades de trabajo hoy en el mundo?
— Ya muchas tareas pueden hacerse de forma remota y cada vez más usan la IA con humanos solo supervisando. Lo vemos en diferentes oficios, diferentes industrias que la IA está teniendo mucho más efecto. Por ejemplo, en mi campo, que es la ingeniería de software. Ahora produzco con IA una gran cantidad de códigos de programación para resolver problemas como el trabajo de mantenimiento. Los ingenieros de software se parecen cada vez más a gestores de proyectos, ya que la tarea de codificación cada vez la realiza más la IA, y nuestro trabajo es simplemente mantener la visión del arquitecto. Así que estoy segura de que avanzaremos cada vez más hacia una forma en que los humanos se centren en interactuar con otros humanos, comprender las necesidades sociales, descubrir los valores juntos, mantener la estrategia y la visión y, especialmente, el juicio de valor. El resto es muy probable que sea gestionado por la IA.
— ¿De qué se trata su libro Plurality?
— Está coescrito por más de 60 personas. No se trata solo de Taiwán, apenas un capítulo se centra el país. Se tocan muchos temas y lugares, con autores y coautores que contribuyeron con sus ideas. Es una obra de dominio público. Su idea principal es bastante simple: la tecnología no tiene que dañar a la democracia. Aunque algunas tecnologías afectan la democracia polarizándola o concentrándose demasiado en el poder central, existen muchas tecnologías que, aunque quizá no sean tan conocidas, pueden ayudar a las democracias si se aplican en conjunto como infraestructura. Esa es la idea principal del libro.
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