Marruecos es, sin duda, una de las sorpresas de Qatar 2022; equipo ordenado, duro, con un gran arquero, Yassine Bounou, más conocido como Bono, ante España, gran atajador de penales; uno de los mejores laterales del mundo. Achraf Hakimi, verdadero avión cuando pasa al ataque; un “centrojá” de gran presencia; Sofyan Amrabat, delanteros veloces y extremadamente peligrosos a la hora del contraataque, como su número 7, Hakim Ziyech; todos bajo el liderazgo claro y consentido de Walid Regragui, el DT que convirtió al seleccionado marroquí en el primero de un país árabe en alcanzar los cuartos de final de un Mundial de Fútbol.
La sola enumeración delata la diáspora marroquí y el cosmopolitismo del equipo: Bono, un admirador de “El burrito” Ariel Ortega y confeso hincha de River, nació en Canadá, Hakimi, compañero de Lionel Messi, Neymar y Mbappé en el Paris Saint Germain, nació en Madrid; Amrabat, que en la Fiorentina de Italia jugó con los argentinos Germán Pezzella (ahora en el Betis de España, y también en Qatar 2022) y Lucas Martínez Quarta, nació en Países Bajos, al igual que su hermano mayor, Nordin Amrabat, que también jugó en equipos como el PSV holandés, el Málaga español y el Galatasaray turco, todos equipos que, en distintas instancias, compitieron en la Champions League, el torneo de clubes más cotizado del mundo.
El roce internacional tal vez le dio al equipo marroquí la flexibilidad y adaptación que lo llevó al choque que este mediodía de la Argentina tendrá con Portugal, uno de los planteles con mayor talento individual de Qatar 2022, pero con fracturas internas derivadas de la principal estrella de su plantel, el conflictivo Cristiano Ronaldo.
Primavera árabe
A nivel político e institucional, Marruecos fue también el país árabe cuya monarquía mostró mayor flexibilidad y capacidad de adaptación para sobrevivir la “Primavera Árabe” iniciada en 2011, gracias a las concesiones democráticas que el rey Mohamed VI, sucesor de su padre, el despótico Hassan II, fue haciendo a la sociedad, abriendo espacios de incipiente democracia.
Al igual que otros países árabes, en Marruecos son también populares las carreras de camellos, más específicamente de los dromedarios (una sola joroba). Mamíferos pesados y de apariencia lenta, los dromedarios alcanzan velocidades de 40 a 67 kilómetros por hora, pueden viajar largas distancias con cargas de hasta 270 kilos y estar hasta 4 semanas sin tomar agua, gracias a las reservas que almacenan en su cuerpo. De ahí la ventaja de su joroba, que –eso sí- torna más compleja su montura.
Startups “camello”
Esas características, contó en Infobae el emprendedor tecnológico y baterista Fredi Vivas, dieron origen a un concepto que está captando interés en el contexto de una ola global de despidos en las startups tecnológicas: las “startups camello”. A diferencia de las startups “tecnológicas” de los primeros dos años de la pandemia, que explotaron en base a base a expectativas exageradas y financiadas con el crédito fácil que se extinguió con el inicio del ciclo de alzas de las tasas de interés internacionales para combatir la inflación y que se refleja en las quiebras y despidos en el sector, así como en el invierno de bitcoin y las criptomonedas y criptobolsas basadas en la burbuja crediticia, las startpus “camello” se destacan por su resiliencia. Así como los “unicornios” tecnológicos nadaban en crédito y un crecimiento rápido basado en expectativas a menudo desmesuradas, las startups “camello” son capaces de atravesar el desierto.

“Los camellos, a diferencia de los unicornios, no corren en el bosque sino que caminan en el desierto, recorren grandes distancias sin agua ni inversión, con reservas generadas por un modelo de crecimiento orgánico, una estructura resiliente y diseñada pensando en el largo plazo. ¿Cuál es la clave entonces de las “startup camello”? Fondearse con lo que venden. Desarrollando un negocio que le permita crecer a partir del trabajo que generan, sin depender de tanto fondeo”, cuenta Vivas. Las inyecciones abrumadoras de capital suelen generar falsas sensaciones de abundancia. La frugalidad del camello, en cambio, prioriza los proyectos a largo plazo por sobre el crecimiento acelerado, pero sin resignar las ventajas del avance tecnológico. La “sanidad financiera”, es un punto primordial.
Camellos en la Bristol
Las carreras de dromedarios tienen además un antecedente histórico en la Argentina. A mediados de 1912 el inmigrante Francisco “Paco” Medina, procedente de las Islas Canarias, importó 12 dromedarios de Marruecos y convenció al ministro de Agricultura del gobierno de Roque Sáenz Peña, Carlos de Lahitte, que esos mamíferos, mucho más fuertes y resistentes que bueyes y caballos, podrían revolucionar el agro argentino como animales de carga y tiraje. Los dromedarios, sin embargo, fueron muy ariscos a las tareas que querían imponerles y el intento debió ser abandonado a poco empezar.

Medina convenció a la intendencia de Mar del Plata, un balneario por entonces exclusivo de los sectores más ricos de la Argentina, de organizar carreras de dromedarios en la playa Bristol. El evento se realizó en enero de 2013 y fue un éxito total. Josué Quesada, el jinete ganador de la primera carrera, levantaba suspiros femeninos y fue protagonista de decenas de novelas románticas que se entregaban en fascículos semanales. Tal fue el éxito, que Mar del Plata autorizó también los “paseos en camello” en la Bristol; ese verano, más de 30.000 turistas disfrutaron la experiencia.
En el verano siguiente, sin embargo, cuando Medina quiso repetirla, el intendente marplatense, Florencio Martínez de Hoz, prohibió las carreras y los paseos de camello (así los llamaban) en la Bristol, por las enormes deposiciones y el olor que dejaban los animales. Los dromedarios, además, seguían siendo rebeldes, a veces, mordían. Y tenían una mordida temible: al punto de que uno de ellos le arrancó 4 dedos a su cuidador.
El dromedario “arranca dedos” fue llevado a Playa Grande a realizar tareas de fuerza, el resto fueron vendidos y nada más se supo de ellos. Medina se dedicó entonces a las vacas y fue un próspero empresario. Tal vez su error había sido adelantarse más de un siglo a la “era del camello”, en que la resiliencia cuenta más que la velocidad.
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