La invasión rusa a Ucrania es una pésima noticia para un mundo que empezaba a dar por superada la pandemia del Covid. Cuando se desata una guerra se abre una caja de Pandora. Es difícil predecir su magnitud y su alcance. Si el conflicto queda localizado a la región invadida y es acotado en el tiempo, el trastorno que experimentan los mercados de commodities tenderá a aplacarse con el paso de los días y la normalización de las transacciones. Caso contrario, las alzas de los precios de las materias primas y la salida de capitales del mundo emergente (flight to quality) va a acentuarse y a retroalimentarse.
La Argentina produce granos y alimentos que se han beneficiado con fuertes alzas. La soja volvió a cotizaciones récord. Pero la balanza energética argentina el año pasado fue negativa (importamos más de los que exportamos) y las noticias del impacto de la guerra sobre la cotización del crudo (pasó los 100 dólares por barril) y los precios spot del GNL (tocaron los 46 dólares el MMBTU en el mercado europeo) dejan sabor agridulce. Es cierto que estamos exportando más crudo y ese negocio se beneficia por las nuevas señales de precios; pero también es cierto que este año vamos a tener que importar más barcos de GNL (alrededor de 70 respecto a los 56 del año pasado). Los 56 del 2021 se importaron a un precio promedio de de 8,33 dólares el MMBTU y se estimaba que los de este año se importarían a un valor promedio de 25 dólares el MMBTU.
Sobre la base de esa información la factura de las importaciones de gas por barco hubiera aumentado unos 2800 millones de dólares respecto al año anterior. ¿A cuánto se puede ir ahora si hay que rehacer los cálculos tomando un promedio de 30/35 dólares el MMBTU? La mayor importación de GNL se concentra en invierno porque Bolivia nos va a exportar lo menos que pueda (Brasil, ya sin contrato, le ofrece un mercado que compite con los precios de importación extravagantes de este contexto de incertidumbre), y porque la economía argentina, aún estancada, va a demandar más gas que el año anterior (crecimiento de arrastre estadístico).
Tampoco prevemos mayor reacción de la oferta doméstica de gas. A las restricciones logísticas de la producción local para evacuar más gas no convencional de Vaca Muerta se le suman las incertidumbres macroeconómicas de una industria entrampada en el corto plazo, que reinvierte flujos de las operaciones locales y que tiene bloqueado el acceso al mercado de capitales. El déficit energético y las cotizaciones de guerra que reflejan el crudo y el gas en el mundo tampoco son una buena noticia para la paz administrada entre productores petroleros y refinadores de productos para el mercado argentino. El divorcio de los precios domésticos del crudo y de los productos finales respecto a las referencias internacionales se agiganta. Los productores no integrados pujan para exportar todo el crudo posible aprovechando las nuevas referencias internacionales, y los productores integrados reciben presiones para seguir subsidiando (subsidio económico todavía sin impacto presupuestario) el crudo local de manera de mantener márgenes aguas abajo que permitan sostener el atraso de precios de los combustibles en surtidor respecto a los precios de los combustibles importados.
El blend promedio de nafta y gasoil en las estaciones de servicio ya se transaba un 30% por debajo en promedio de la paridad de importación de esos refinados antes del conflicto. Los desajustes y distorsiones que introducen las nuevas referencias internacionales requieren replanteos en la cadena de valor donde los precios finales en surtidor van a tener nuevos retoques. Porque también, la contracara de forzar lo que está para que siga, puede derivar en menos inversiones, desabastecimiento en algunos puntos de la cadena de suministro, y mayores importaciones de combustibles a los precios internacionales que queremos ignorar.
Si la Argentina no hubiera reincidido en los errores de política energética de las anteriores gestiones K, y hoy tuviésemos un sector estratégicamente orientado al desarrollo intensivo de los recursos hidrocarburíferos (petróleo y gas), con precios alineados a los internacionales, y una economía con tasas de riesgo similares a las de nuestros vecinos, las noticias trágicas que augura la guerra, hubieran sido matizadas con oportunidades excepcionales de negocios para valorizar el gas en productos petroquímicos (la petroquímica europea sale de juego con estas cotizaciones) y negociar contratos de largo plazo de GNL con una Europa ahora obligada a reducir su dependencia del gas ruso. Todo esto mientras maximizábamos la producción y exportación petrolera. El drama del populismo energético es que siempre sacrifica el futuro en el altar del presente. Cuando el presente está complicado y el futuro suma incertidumbre, el cortoplacismo acumulado pasa la factura de los errores cometidos y de las oportunidades desaprovechadas sumando a los daños emergentes el lucro cesante.
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