
Miguel Ángel Russo, referente indiscutido de Estudiantes de La Plata y figura habitual en la selección argentina durante la primera mitad de los años 80, vivió uno de los momentos más duros de su carrera en la antesala del Mundial 1986. Una lesión inesperada lo dejó fuera de la cita máxima, y fue su propio mentor, Carlos Salvador Bilardo, quien debió comunicarle la noticia, en un episodio que marcó a ambos y que ilustra la complejidad de las decisiones técnicas en el fútbol de elite.
La historia de Russo en Estudiantes se forjó bajo la tutela de Bilardo, quien lo promovió desde las divisiones juveniles hasta consolidarlo como el motor del mediocampo del equipo campeón del Metropolitano 1982. Russo, identificado plenamente con la camiseta albirroja, disputó más de 400 partidos con el club platense y se convirtió en un símbolo de regularidad y compromiso. Su capacidad para equilibrar y pensar el juego, sumada a su entrega en la contención, lo distinguieron en un equipo que combinaba solidez defensiva con creatividad en el mediocampo, junto a figuras como Alejandro Sabella, José Daniel Ponce y Marcelo Trobbiani.
El vínculo entre Russo y Bilardo trascendió lo estrictamente futbolístico. El propio Russo reconoció años después la influencia de su entrenador: “Carlos me puso en Primera División, me llevó de Quinta al plantel profesional. Él creció como entrenador y yo como jugador casi a la par. Me preparó para ser entrenador sin que me diera cuenta y se lo valoro muchísimo. Todas las cosas que me decía tenían un doble sentido, como jugador y para que después fuera entrenador”.
El lazo excedía lo estrictamente profesional. Eso los llevó, por ejemplo, a compartir un momento histórico. “Un día, fuimos a la cancha de Argentinos con Bilardo. Él me dijo que íbamos a ver a alguien que iba a ser distinto. Argentinos - Talleres, el debut de Diego Maradona... Con Bilardo hablábamos de fútbol, me llevaba de viaje, al restaurant, no me hacía pagar nada”, supo contar.
Esa relación se trasladó a la selección argentina, donde Russo se consolidó como una pieza clave durante el ciclo que siguió al Mundial de España 1982. Entre 1983 y las Eliminatorias para México 86, el mediocampista disputó 17 partidos, incluyendo cinco de los seis encuentros clasificatorios, y anotó un gol ante Venezuela en el estadio Monumental. Si hasta apareció en el álbum Panini, como preanuncio de que su presencia en la lista mundialista parecía cantada.
Sin embargo, en enero de 1986, un accidente doméstico alteró el destino de Russo. Una caída en la bañera de su casa le provocó una lesión en la rodilla derecha, agravada por antecedentes de osteocondritis. Tras la operación, inició una rehabilitación a contrarreloj, pero no le alcanzó. El médico del plantel, Raúl Madero, evaluó su evolución y advirtió que, si bien Russo mostraba mejoría, la situación era incierta.
La primera gira de la Selección en 1986 marcó un punto de inflexión. Bilardo decidió no incluir a Russo en ese viaje y convocó en su lugar a Gerardo Martino. Aunque el mediocampista volvió a jugar oficialmente con Estudiantes el 6 de abril, la lista definitiva de la Albiceleste, anunciada once días después, no incluyó su nombre. La decisión, inevitable desde el punto de vista médico y deportivo, representó un golpe para quien había sido un pilar durante todo el proceso de preparación.
El momento en que Bilardo comunicó la exclusión a Russo quedó grabado en la memoria de ambos. El técnico eligió un día particularmente sensible: el cumpleaños de la esposa de Russo, con la casa llena de invitados. “Lo malo fue decirle que no iba al Mundial. Pero él no estaba bien. Fue un dolor muy grande para mí tomar esa decisión”, supo confesar el Narigón.
“Me dejó afuera del Mundial 1986 con la selección argentina y me pareció justa su razón. Carlos me dijo que lo iba a odiar y a insultar, pero me avisó: ‘El día que seas técnico te vas a dar cuenta’. Tenía una razón muy grande. Todo lo que me decía, después era la realidad”, contó Russo en una entrevista con ESPN. Y completó: “Siempre la idea es buscar lo mejor para el equipo y para la persona, que es el jugador individualmente. Hay que saber manejarlo y llevarlo, es muy difícil ser director técnico”.
El respeto y el afecto perduraron en el tiempo. Tanto que, luego de que a Bilardo le diagnosticaron el sindrome de Hakim-Adams, se mantuvo al tanto de su estado de salud, aunque optó por no visitarlo. “Le pregunto a la familia cómo está y no se me ocurre ir a verlo. Soy una persona que vive con las cosas que vivió y se queda con las mejores”, explicó.
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