
A esta altura del año, en Winston Salem, Carolina del Norte, el calor no es un dato, es un personaje más. Se mete en las zapatillas, en la gorra, en la respiración. Y la humedad, tan pesada como una mochila de cinco sets, empuja la sensación térmica arriba de los 40 grados. El cemento le devuelve fuego a los jugadores, bajo sus pies.
Francisco Comesaña aparece con una sonrisa, lo habitual en él, pero ahora se lo ve con cierta felicidad, que lo lleva a querer relatar lo sucedido. Este pibe nacido en Mar del Plata, que creció entre el fútbol de su Aldosivi y su propio tenis, llegaba de patear pelotas ovaladas, en una cancha de fútbol americano. Se toca el pelo, sigue sonriendo, y dice: “Me cebé”. La ATP había organizado una de sus acciones que rompen la rutina de los tenistas y satisfacen a los fans. “Me llevaron a patear pelotas y le pegaba cada vez más fuerte y desde más lejos y me quedé pateando. No podía parar”, comenta, mientras lanza una carcajada.
Winston Salem es uno de los torneos que les sirve a los jugadores para ir adaptándose al calor, la humedad, la superficie y la competencia que les espera pocos días después en La Gran Manzana. Pero, para llegar a darle un mordisco tuvo que recorrer un camino que lo llevó por distintos escenarios, más rústicos, de torneos que se caían de los mapas, hoteles baratos y colectivos nocturnos, muy diferentes a los que pisa en la actualidad.
- Hace un par de años nos vimos en un M15
- ¡Sí! En Río Cuarto. ¡Con Migani, con Migani! (recuerda divertido mientras se ríe)
- Por entonces, tus mejores anécdotas del tenis era una demora en la frontera de Rumania y seis finales perdidas ¿Qué diferencia encontrás entre aquel Comesaña y éste que pisa los grandes escenarios del tenis?
- ¡Uf! Nunca había llegado a una final y como que estaba muy lejos de todo. Sacaba uno o dos puntos en un torneo, pero muy lejos de lo que era final. Ahora cambió mucho. Creo que lo principal es la madurez. Si bien todas las experiencias, buenas y malas, me enseñaron qué se necesita para seguir creciendo, solo hubiera sido muy difícil. Creo que lo más importante es la gente que te rodea, te potencia o te tira para abajo. Y yo encontré un grupo que es como una familia, que me cuida y que quiere que esté bien. Eso hace que el día a día sea más llevadero. El tenis pasa a segundo plano cuando el ambiente es bueno. Entrenamos, mejoramos y todos crecemos.
- ¿Disfrutabas más aquellos momentos de los primeros torneos, de esas odiseas y aventuras?
- Si tengo que elegir, ahora disfruto mucho más. Para mí, va más un poco por haber aprendido qué es lo que me gusta, a no hacerlo tan sufrido. Me tomó tiempo y eso hace que hoy pueda entrar a la cancha y dar lo máximo, estar presente en el momento y disfrutar de los partidos, de las canchas grandes, de cada entrenamiento y de los torneos.

- Vos fuiste ball boy de Copa Davis, en la serie contra Italia, en Mar del Plata 2014, y hoy te llega la convocatoria para que seas parte del equipo. Eso debe tener un sabor especial.
- Siempre fue un sueño, de chico fui varias veces a ver la Davis. Ahora, con este nuevo reglamento, se perdió capaz un poco lo que era la Copa Davis de antes, pero yo era fanático y, la verdad, el público argentino transmite mucha energía al jugador. Y jugar la Davis, yo siempre fui muy argentino, fanático, y no sé yo cómo me voy a sentir adentro de la cancha, pero representar a mi país va a ser un orgullo.
- Cuando eras ball boy, ¿qué imaginabas que pensaba un jugador en la cancha?
- Era inocente. Para mí, todos eran animales. Cuando me tocaba el cambio en la red, se suponía que no debíamos gritar… pero la gente te contagiaba y terminábamos saltando en la tribuna. Lo veía a Berlocq, que se rompía la camiseta, que pedía aliento, muy tribunero (se ríe). Ahora me va a tocar estar del otro lado, es muy loco. Yo creo que el apoyo que recibe un jugador argentino dentro de la cancha es muy alto, no hay países que canten como los argentinos. Entonces, en ese momento, pensaba “qué lindo que canten tu nombre, que canten por el país”. Ojalá tenga la posibilidad de vivirlo.
- Ya no sos el ball boy, durante un partido… ¿qué pasa por tu cabeza?
- Empiezo a sentir los nervios y me digo “¡Basta!, no quiero sentir más nervios” Pero, la verdad es que esos nervios es estar alerta, presente, es querer vivir ese partido y no escaparle a esa emoción. Entonces, cuando entró a la cancha, intento disfrutar de esos nervios, competir, gritar, conectarme con Guti o Manu, que están en el costado de la cancha. Porque, en los momentos en que las cosas no salen, me empiezo a encerrar. Es cuando me aíslo un poco y no sale lo que queremos. Pero, cuando logro una conexión, nos reímos y fluye. Está bueno que se pueda interactuar con el entrenador, me ayudó mucho a distenderme.
- ¿Y con la comida? Acabo de almorzar ravioles con crema y queso parmesano. ¿Tu dieta te permite ese plato?
- ¡Uh! Me lo decías y se me hacía agua la boca… (mientras se pasa la mano, una vez más por la cabeza). Llevo casi 60 días fuera de la Argentina y a mí me gusta comer bien. Pero, cuando estás en competencia y vas ganando es pollo y arroz, arroz y pollo, alguna que otra pasta sin salsa, arroz, arroz (se ríe). Lo peor de ganar es seguir comiendo eso. Por eso, cuando tengo espacios entre torneos me doy algún gustito, como las milanesas. Ya llegaré a Argentina y mi mamá me preparará alguna milanesa, porque cuando voy a Mardel ella me espera con milanesas. Pero estoy disfrutando de todo lo que estoy viviendo, así que si tengo que comer pollo con arroz toda mi vida, lo comeré (y lanza otra carcajada).

- ¿Qué música escuchás?
- Soy muy variado. A la mañana, soy un poquito más de cuarteto o cumbia. Justo antes del partido, algo fuerte, techno o electro, que me retumbe la cabeza para entrar con todo.
- ¿Qué es lo que más te costó aprender en este camino?
- A no apurarme. Antes quería que todo pasara ya: ganar, subir en el ranking, jugar torneos grandes. Ahora sé que cada paso cuenta y que no podés quemar etapas.
- Y si mirás atrás… ¿qué no extrañás nada?
- Dormir en lugares donde hacía frío o no había calefacción. O tener que viajar de madrugada en colectivos incómodos para llegar a un torneo.
“En Cincinnati hizo mucho calor, acá la humedad te mata”, comenta Francisco, antes de despedirse. El Tiburón, como lo llaman por su afición al equipo marplatense de fútbol Aldosivi, es la nueva incorporación que tiene la Selección Argentina de Tenis para enfrentar a Países Bajos, a mediados de septiembre, y él va detrás de una ilusión a devorar su sueño.
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