
“El director técnico, Carlos Bilardo, cometería un error imperdonable, si no convoca al delantero Ramón Díaz para disputar el próximo campeonato mundial, porque lo que le falta al equipo son goles, entre otras cosas”. Transcurría la tarde del 4 de febrero de 1990. Un domingo atípico de verano. Gris, lluvioso y fresco. No había partidos del campeonato local, porque se disputaban los viernes por la noche, para evitar el calor. Pero el mundo del fútbol subió su temperatura tras esa declaración. No era un más. El presidente de la nación, Carlos Menem, pronunció esas palabras en una entrevista desde La Rioja, su provincia natal, iniciando una recordada polémica.
Febrero del ‘90. Una sociedad argentina conmocionado, pero no por la pelota. La crisis desatada exactamente un año antes, no solo permanecía, sino que se estaba profundizando. Hiperinflación. Ese término que comenzó a ser moneda corriente entre todos, en medio del aumento desenfrenado de precios y los saqueos, que llevaron a la entrega anticipada del poder, de Raúl Alfonsín a Carlos Menem. La historia no cambió. Apenas un poco de calma ficticia en los primeros tiempos, pero en aquel segundo mes del año, navegábamos en las turbulentas aguas de la segunda hiperinflación.
La Selección estaba como el país. En crisis, sin rumbo y con una posible salida entre tinieblas. Habían sido contadas las ocasiones en que el equipo rindió en buen nivel, desde la inolvidable consagración en México ‘86. La Copa América disputada en Brasil a mediados del ‘89 fue una muestra más. Hasta Diego Armando Maradona estuvo muy lejos de sus habituales rendimientos superlativos. Tras ganarle a Uruguay en la fase de grupos, jugó cuatro partidos más, sin convertir goles.

La anemia ofensiva continuó en el empate en cero ante Italia en diciembre y se potenció en la penosa gira de enero del ‘90, donde tocó fondo. Igualó 0-0 con Guatemala, perdió con México 2-0 y por el mismo score ante el Mónaco, en un match que se llenó de morbo, porque allí actuaba, con mucho éxito Ramón Díaz, quien esa noche no convirtió, pero fue la figura de la cancha.
El Pelado había evolucionado mucho en su periplo europeo. Poco quedaba de aquel delantero veloz, pero atropellado de sus inicios en River. Ahora era un jugador más completo, que no había abandonado su viejo romance con la red. En medio de la ineficacia, que llegaba a 741 minutos sin marcar goles, estaba claro que la Selección necesitaba cambios en los metros finales de la cancha.
El Presidente dijo algo que la mayoría de los futboleros pensaba. Pero fue un impacto que un primer mandatario se metiera en un tema menor, por más pasión que genere la camiseta celeste y blanca. Hubo indignación y polémica, por el tremendo momento que se vivía en el país. El costo de vida de enero aumentó un 80 por ciento. Las boletas de luz y teléfono eran impactantes, con subas del 208% y 112%, respectivamente. El dólar se cotizaba en 2.500 Australes, cuando un mes ante valía 1.300 y en julio del año anterior, momento de la asunción de Menem, costaba 291…

Pero Menem no se quedó allí. Fue un poco más allá con el reclamo: “No solo se debe apelar a Ramón Díaz. También debe estar Héctor Enrique, que es un volante de primer nivel, que está jugado en forma excepcional. Con él, la selección argentina mejorará sensiblemente”. El Negro Enrique fue una pieza clave en el andamiaje del equipo en México ‘86. Luego vivió un infierno de lesiones, que lo tuvieron más tiempo fuera que dentro de las canchas. El doctor Bilardo lo seguía teniendo en el radar, y siempre mencionaba que lo iba a esperar todo el tiempo necesario. En enero del ‘90, Daniel Passarella asumió como entrenador de River y le dio la continuidad que necesitaba.
Así como Enrique estaba en la consideración del Narigón, Ramón Díaz jamás formó parte de sus planes. Varias cosas confluían allí. Una era su manera de jugar, ya que Bilardo pretendía delanteros con mayor movilidad por todo el frente de ataque, como lo haría Claudio Caniggia en el Mundial de Italia. Además, el Pelado era un hombre identificado con César Menotti y, fundamentalmente, tenía un largo distanciamiento con Diego Armando Maradona. Compadres y amigos en el legendario juvenil del ‘79, con el paso de los años se fueron alejando y la eclosión final se dio cuando Diego llegó el fútbol italiano. Nunca más se reconciliaron.
Cuando se produjeron las declaraciones de Menem, Bilardo se encontraba fuera del país, en sus clásicos viajes para estar en contacto son sus muchachos, diseminados por la geografía europea. Al ser consultado sobre las palabras del Presidente, eligió la prudencia: “Prefiero no opinar ni hacer comentarios. Ahora estoy viendo a todos los jugadores. Cuando llegue el momento de las designaciones, elegiré”.
La polémica se había instalado. Estaba claro que Argentina necesitaba mayor potencia en ataque. A tal punto, que Bilardo convenció a Jorge Valdano para que regresara al fútbol, cuando el ex atacante de Real Madrid, ya estaba retirado y haciendo otras actividades como el periodismo. Sin embargo, seducido por el entrenador, dejó su apacible vida madrileña y volvió a ponerse los pantalones cortos.
Unos días más tarde, Menem intentó poner paños fríos… pero hasta ahí: “Confío en Bilardo y en la Selección. Pido para ellos lo mismo que para mi gobierno. Hay que tener paciencia. Como ocurrió con la Selección en la previa del campeonato mundial de México, donde se perdieron varios partidos. Allí no se anduvo bien y al final, el equipo se recuperó y salimos campeones. No obstante, en este momento, considero que hay que reforzar el ataque y nadie puede cuestionar en ese sentido ni a Ramón Díaz, ni a Héctor Enrique, que están jugando muy bien”.
Las palabras no cayeron del todo bien en el plantel que se preparaba para la Copa del Mundo. Jorge Valdano: “¿Por qué no se dejan de molestar con esas cosas?”. Ricardo Giusti: “Él puede opinar lo que quiera. Soy peronista, lo voté y lo respeto mucho, pero si yo fuera él, no hubiera hablado en este momento. Me parece un error táctico”. Sergio Batista: “Mal no me puede caer, porque cada uno tiene su equipo. Ahora, si me preguntan si me gustó o no, digo que no”.
¿La historia concluyó allí? Por supuesto que no. Mientras la sociedad trataba de sobrevivir en un día a día lleno de incertidumbre, con el dólar superando los 4.000 australes y precios por las nubes, Menem continuaba con el tema ante cualquier micrófono que se le cruzaba, casi como un especialista en la materia: “Se que hay algunos jugadores que se sintieron molestos, pero tengo derecho a opinar. Antes de ser presidente de la nación, he sido un deportista consumado, porque he practicado casi todas las disciplinas. Jugué al fútbol, lo mismo que están jugando ellos ahora, pero en otras épocas. Entiendo de este deporte, como cualquier otro jugador”.

Desde Mónaco, siempre atento a estas situaciones, como dentro del área, Ramón Díaz aportó lo suyo: “No creo que solo Menem piense que deba estar en la Selección. Hay un montón de gente que opina de esa manera. En toda Europa hablan de ello. En Argentina, son muchos los que creen lo mismo”.
Bilardo seguía trabajando, sin opinar sobre el tema. Carlos Menem aprovechó para meter un poco de todo al volver a referirse a este asunto, casi de Estado para él: “Se opina sobre el presidente, se le agravia, sobre su familia, y ahora resulta que, cuando el presidente opina sobre algo que le interesa, le gusta y le apasiona, salen a criticarlo. Me parece una actitud torpe, absurda y, hasta diría, con todo respeto, un poco imprudente”.
A fines de marzo, Argentina volvió a mostrar una imagen desteñida, en la derrota en Escocia frente a los locales por 1-0 y casi sin crear situaciones de gol. La preocupación crecía, porque apenas faltaban dos meses para el Mundial. El presidente volvió a opinar y comenzó a hablarse de la posibilidad de una cumbre entre él y Bilardo. Entrevistado en el recién inaugurado predio de la AFA, el doctor se mostraba tranquilo: “Yo no tengo problemas con nadie. Todos tienen sus preferencias y piden jugadores. Para mi no es una presión que el presidente se refiera a la Selección. Siempre fui de la idea que cualquier persona puede opinar del equipo. Después de ocho años en este puesto, ya estoy acostumbrado. Si se llega a dar, lo que es un rumor, de una reunión con él, para mí sería un honor”.
Y finalmente, la cumbre se dio. Ocurrió el martes 17 de abril, cuando Argentina estaba a 52 días del debut con Camerún y Bilardo aún no había cerrado la lista. Fue una cena en la quinta de Olivos, donde también asistió, entre otros, Julio Grondona. Apenas se saludaron, el Presidente se dirigió al entrenador: “Carlos: quiero que sepas que, si vertí alguna opinión sobre el seleccionado, si dije que tenía que estar Ramón Díaz, si mencioné algún nombre y me inventaron otros, fue de puro hincha de fútbol que soy, de puro hombre de tablón, que fue jugador y hasta director técnico en La Rioja. Pero en ningún momento quise presionar. ¿Sabés qué pasa? Que el conductor es quien decide. A mí me vuelven loco todos los días con sugerencias y recomendaciones, pero el que resuelve, el único que toma la determinación final soy yo. Y así debe ser. De todos modos, si te sentiste presionado o te ocasioné algún problema, te pido disculpas”.

Bilardo lo dejó hablar mientras lo observaba nerviosamente en silencio, hasta que le respondió con cintura e inteligencia: “No, Carlos, no hace falta. Yo siempre tuve en claro cual era tu posición. Y siempre dije que todo el mundo tenía derecho a opinar. ¿Sabés lo que pasa? Que por ahí los muchachos se están matando por ubicarse entre los 22, escuchan o leen otros nombres y se vuelven locos. Pero no hay problema, al contrario, yo estoy agradecido por tu preocupación”.
Julio Grondona, más político que el Presidente, agradeció que se ocupase del tema, porque en la víspera de México, recordó, nadie se había acercado. Menem no dudó y fue por más: “Pero ahora es diferente y de mí no van a zafar así nomás. Ya tengo decidido ir al partido inaugural contra Camerún”. Según las reseñas de época, la charla continuó durante varias horas, en un clima distendido, con el fútbol como casi único tema.
Los días siguientes fueron febriles para Bilardo, donde casi no dormía, tratando de saber como evolucionaban los lesionados que actuaban en Europa, como Oscar Ruggeri (Real Madrid) y Jorge Burruchaga (Nantes). Al mismo tiempo, depuraba la lista, desafectando a algunos futbolistas del medio local, como un joven Cholo Simeone, quien ya tendría revancha, dando el presente en los siguientes tres mundiales.
El martes 24 de abril, partió la delegación desde Buenos Aires. Al día siguiente, ya se instalaron en Italia, para comenzar a acunar el sueño de poder defender la Copa del Mundo. Pese a que Bilardo lo esperó hasta el límite, el Negro Enrique no se recuperó completamente de su lesión y quedó descartado. Por supuesto que Ramón Díaz jamás estuvo en los planes. Los amistosos previos, a principios de mayo, con sendos empates en un tanto con Austria y Suiza, no hicieron más que acrecentar las dudas del rendimiento en general, y del ataque en particular. Cada día se mencionaban posibles nuevas convocatorias en los distintos medios periodísticos, sobre todo poniendo el foco en Juan Gilberto Funes, de gran momento en Vélez y Diego Fernando Latorre, en pleno ascenso con la camiseta de Boca.
A la hora de dar la lista definitiva, quedó afuera Jorge Valdano, abriendo una interminable polémica con el entrenador. En su lugar, fue reincorporado Gabriel Calderón. Carlos Menem cumplió con sus dichos y estuvo presente el día del olvidable debut ante Camerún, en la derrota 1-0 que nos dejó cerca del abismo. Pese a su deseo de quedarse a ver más partidos, debió regresar al país y allí comenzó un escándalo, porque su custodio le negó el ingreso a la quinta de Olivos a su esposa Zulema y a sus dos hijos. Ese tema, ganó por varias jornadas la atención de la sociedad, junto con el Mundial…
En un verdadero milagro futbolero, Argentina llegó a la final, con mucho de epopeya y casi nada de juego. La derrota, tan justa como apretada frente a Alemania, hizo salir a la gente a las calles para festejar. Escena que se repitió al día siguiente, cuando los héroes llegaron al aeropuerto de Ezeiza, desde donde se dirigieron al balcón de la Casa Rosada. Allí estaban juntos, saludando, Menem y Bilardo, los dos protagonistas de esta increíble historia…