La historia del penal más largo del mundo: nueve días para ejecutarlo y un final absurdo con dos tiempos de 15 segundos

Un partido de la Liga Totorense quedó en el recuerdo por un disparatado episodio. Los detalles

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El árbitro cobró un penal
El árbitro cobró un penal en el epílogo del partido y se desató un caos

En las crónicas del fútbol, ese vasto compendio de glorias y desatinos, el 26 de junio de 2018 será recordado como el día en que ocurrió algo inverosímil. Una tarde gris y helada se convirtió en escenario de un evento que rozaba lo surrealista: un penal que necesitaría nueve días para ejecutarse y apenas treinta segundos para decidir el destino de un partido.

El encuentro entre Defensores de Centeno y Atlético San Genaro no debía ser más que otro capítulo rutinario en la Liga Totorense, pero el destino, con su caprichoso ingenio, decidió transformar aquel duelo en un teatro del absurdo.

El marcador favorecía al equipo de San Genaro por 1 a 0, y el tiempo de juego llegaba a su fin, cuando el árbitro Pablo De Blassi señaló el punto de penal.

La decisión desató el caos: reclamos airados, empujones y amenazas llenaron el aire. Ante la creciente hostilidad, el árbitro, en un acto que mezclaba prudencia y desconcierto, suspendió el encuentro.

Así nació una odisea que haría palidecer al legendario penal de Osvaldo Soriano, aquel mítico cobro que tardó siete días en ejecutarse en un rincón perdido del Valle de Río Negro. Esta vez, no serían las épicas desventuras de un arquero ni la magia de una pluma las que darían forma al relato, sino la desorganización, los escándalos y las miserias humanas que tantas veces empañan la pureza del fútbol.

La primera reanudación se fijó para el viernes siguiente.

Pero como si los dioses del fútbol quisieran añadir otro capítulo al despropósito, la terna arbitral quedó retenida en un control de Gendarmería. Surgieron rumores de irregularidades, incluso de infracciones a la ley de estupefacientes, y el partido, una vez más, quedó en suspenso.

Mientras tanto, el arquero de Atlético San Genaro, Facundo Serra, resumía la frustración colectiva con una amarga ironía: “Pensé que ya lo había visto todo en esta liga, pero esto es un circo. ¡Un partido de 30 segundos! Esto ya no es fútbol”.

Los días pasaron entre el eco de las protestas, la confusión administrativa y la burla generalizada. Las páginas de los diarios locales se llenaron de titulares que oscilaban entre la incredulidad y el sarcasmo, mientras las redes sociales ardían con comentarios que mezclaban risas y lamentos.

Finalmente, llegó el fatídico momento -ya habían transcurrido nueve días- y en un modesto estadio de Sportivo Rivadavia, a 100 kilómetros de la ciudad de Rosario, bajo la mirada de una multitud expectante, el balón fue colocado en el punto de penal.

No había épica ni solemnidad, solo un aire de hastío y resignación que impregnaba el ambiente. Pero, aun así, algo vibraba en el aire: esa magia inexplicable que solo el fútbol puede convocar.

En apenas dos tiempos de 15 segundos cada uno, el silbatazo final sellaría el destino de aquel partido. Pero más allá del resultado -el penal más largo del mundo terminó en gol y hasta hubo tiempo para una expulsión-, lo que quedaría sería la historia: una tragicomedia que, como tantas veces en este deporte, desbordó los límites de la lógica para recordarnos que el fútbol, en su esencia, es mucho más que un simple juego.

Porque, aunque las circunstancias puedan parecer absurdas, cada episodio, por extraño que sea, es parte de esa epopeya colectiva que los fanáticos llaman fútbol.

Y en esa gesta, incluso los momentos más disparatados encuentran su lugar en la eternidad.

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