No hay duda de que las mujeres están adquiriendo un rol cada vez más importante en la navegación marítima, un mundo que, hasta hace pocas décadas, pertenecía a los hombres. Sobre el desafío que representa ocupar un puesto de líder, DEF conversó con Paula Cavicchia, navegante oceánica argentina.
Sus inicios siempre estuvieron vinculados de una forma u otra con el elemento agua. Pasó de navegar en una canoa de madera en el Delta en su niñez a capitanear la goleta El Doblón en el océano Antártico.
Esta pasión la heredó de su padre, al igual que el motociclismo, otro de los deportes que practica cada vez que puede, y el cual le permitió participar en competencias como el Enduro del Verano, mítica carrera, considerada la más importante de la región. Nadadora, experta en buceo y regatista, según sus propias palabras, esa actividad le permite “disfrutar de otros mares”.
Para adentrarse en este mundo, hace años que cuenta con apoyo incondicional de su familia. “Tanto mi pareja como mi hija, que ya tiene 24 años, me incentivan para que haga lo que me gusta”, cuenta a DEF Paula. Y, aunque le encantaría estar más tiempo en tierra con ellos, su amor por el mar la lleva a querer aprovechar el tiempo al máximo, porque “no sé cuántos años más podré hacer esta actividad”, afirma la capitana de la goleta El Doblón, master of yacht, certificación internacional que le permite navegar con yates y veleros a vela por los océanos.
Después de recorrer el Mediterráneo durante el segundo semestre de 2024, el 5 de enero de 2025 y bajo la bandera de la empresa francesa Sonabia Expeditions, partió rumbo a su novena travesía antártica como comandante de un velero de 50 pies construido especialmente en 2021 para enfrentar las aguas polares.
A fines de febrero, sumará su décima expedición antártica y tiene en sus planes llevar a cabo cuatro nuevas travesías: dos al Cabo de Hornos, un rincón del mundo que desafía incluso a los más audaces, y dos a los fiordos chilenos.
-¿Cuándo te iniciaste en la navegación?
-Me enamoré de la navegación gracias a mi papá, que era un apasionado y nos llevaba a remar con mis hermanos desde que tengo memoria. Ellos, con el tiempo, fueron dedicándose a otras cosas, pero yo seguí junto a mi padre, de quien aprendí casi todo lo que sé.
A lo largo de la vida, me alejé de la actividad en algunas ocasiones. Una de ellas fue cuando nació mi hija y decidí dedicarme por completo a ella durante diez años. Otra, a raíz de la enfermedad de mi pareja, que lo llevó a estar casi un año internado y, por supuesto, como todos, durante la pandemia, época en la que, además de no poder navegar, ni siquiera nos permitían ingresar al club.
El sello siempre presente de la conciencia ambiental
-Entre los múltiples proyectos de los que participaste, se destaca el Caoba-Rumbo Sur. ¿Cómo fue esa experiencia?
-Fue un proyecto de navegación oceánica que se llevó a cabo en el verano 2020/2021. El barco era capitaneado por un amigo mío, Sigfrido Nielsen, que fue quien me convocó. Éramos tres mujeres en la tripulación en un viaje de navegación oceánica que duró 22 días y tenía entre sus objetivos difundir información sobre la riqueza ambiental del planeta, la importancia del océano y la vida en el mar, concientizar sobre el impacto que tienen los seres humanos en el ambiente.
Fue una travesía increíble por el Atlántico y el mar argentino. Pese a lo maravilloso de la experiencia, no puedo dejar de mencionar una parte negativa: la falta de preparación de los puertos patagónicos para la navegación deportiva. Es realmente una pena, porque la realidad es que son muy pocos los que no representan un peligro para una embarcación a vela y de fibra de vidrio.
-Uno de los objetivos de este proyecto estuvo relacionado con el cuidado de los ecosistemas y la generación de conciencia.
-El cuidado de la naturaleza me preocupa desde chica y, adonde vaya, intento limpiar las riberas: desde las de la playa del club en Buenos Aires hasta cuando navego los fiordos que, aunque están llenos de islas prístinas, no escapan a la basura de la industria pesquera.
Es un tema que me interesa mucho, y más todavía al tener la oportunidad de ver el estado actual de los mares. Incluso, con el visto bueno de mi jefe, invité a una bióloga de Prefectura Naval para que realice, a bordo de El Doblón, estudios en la Antártida.
Lamentablemente, cuando estábamos a punto de concretarlo, surgieron algunos inconvenientes que no le permitieron viajar a la especialista, pero me capacitó y brindó el equipo para hacer las muestras de agua (salinidad, temperatura, planillas, etc.) que, al regreso, fueron analizadas por Prefectura Naval y permitieron corroborar la presencia de microplásticos en el océano.
Misión Antártida: cómo es navegar entre témpanos
-En la actualidad, sos la capitana de la goleta El Doblón, que realiza travesías antárticas. ¿Cómo es la experiencia de hacer navegación a vela en ese océano tan particular?
-El Doblón es una goleta de acero naval de 80 pies construida en Canadá en 1987. Es un barco preparado para realizar navegaciones oceánicas a lugares remotos durante largas temporadas y cuenta con 12 camarotes para pasajeros y otros para la tripulación que, en general, consta de cuatro personas.
Las dos primeras travesías las hice con Pedro Jiménez, navegante español y dueño del barco. Cuando adquirí confianza en el barco, tomé la capitanía. Hoy ya llevé a cabo ocho viajes a la Antártida, lo que implica 16 cruces del pasaje de Drake. La última travesía fue la más larga:, estuve ocho meses embarcada y solo bajé a tierra en un par de puertos chilenos y en Ushuaia para reabastecimiento.
-¿Desde dónde opera El Doblón?
-El barco tiene bandera panameña, el dueño es español, opera desde Chile y desde Uruguay. En Argentina, no tiene sede y la verdad es que, aunque me apena, lo entiendo porque, mientras en otros países te abren las puertas e intentan solucionar cualquier problema, en el nuestro son todos inconvenientes.
-¿Qué es lo más complejo de viajar a la Antártida?
-Cruzar el Drake o mar de Hoces, travesía que nos lleva como mínimo cuatro días. Es duro. Más allá de que tenemos los pronósticos meteorológicos y satelitalmente podemos ver los centros de baja y alta presión que permiten calcular la navegación, el mar es temperamental y siempre puede haber un imprevisto. Pero por supuesto que el objetivo primordial es que los pasajeros –en general, navegantes y científicos– no la pasen mal y disfruten una buena navegación.
-¿Qué diferencia hay entre ir a la Antártida y otros recorridos?
-La Antártida es un lugar que te sorprende y te impacta todo el tiempo. Es una geografía especial y difícil, pero yo estoy convencida de que, si se toman las precauciones necesarias y se cumple con la planificación, se vuelve amigable. La verdad es que navegar entre icebergs y témpanos transmite una paz increíble.
-¿Cuál es el lugar más austral al que llegaste?
-Este año, en mi octava travesía antártica, llegué al Círculo Polar Antártico (a los 66°33´46¨ de latitud sur). Un sueño cumplido.
A bordo de El Doblón: la exigente rutina que demanda la goleta
-¿Cómo es el día a día en la goleta?
-Requiere realmente un esfuerzo importante, tanto que muchas veces no resulta fácil conseguir tripulación o la gente viene una vez y no regresa. Es un trabajo en equipo que exige mucho con poco descanso.
Hacemos guardias de a dos, durante seis horas diurnas y cuatro nocturnas. Pese a que tenemos timón automático, no se puede dejar de estar atento segundo a segundo. A eso, se suma llevar a los pasajeros en el Zodiac –gomón– hasta la playa, ir y venir con uno y otro grupo, acompañarlos, caminar, cocinar, etc. Veinte días a ese ritmo es arduo, pero a mí me gusta y estoy acostumbrada.
-Hablamos de navegaciones prolongadas. ¿Cuáles son las principales dificultades de la convivencia en un espacio pequeño durante tanto tiempo?
-Creo que hay que tener algunas características básicas, como la tolerancia, el compañerismo y la resiliencia, entre otras cualidades que, si no son innatas, resultan difíciles de adquirir. Esto se relaciona con lo que decíamos de los tripulantes, que no siempre están preparados para afrontar ciertos inconvenientes o para empatizar con la gente. Incluso, a veces, el cansancio afecta el humor y eso impacta en la relación con los demás. Pero, en general, como tripulación funcionamos como una familia.
-¿Es aburrido estar seis horas frente al timón?
-Para alguien ajeno a la actividad puede parecerlo, porque lo único que se puede hacer es mirar el mar. Y estar muy alerta siempre. Uno de los peligros son los gruñones, pedazos de hielo pequeños y duros, difíciles de detectar incluso por el radar, que emergen cada tanto y tienen un color que puede mimetizarse con el agua.
Pero no hay que olvidar que es también el momento en que se puede apreciar la fauna marina a pleno. Es algo hermoso que nunca deja de emocionarme. Vemos ballenas y delfines que, muchas veces, siguen al barco, orcas, pingüinos, focas leopardo y de Weddell, toninas overas que suelen saltar y cruzar la proa, entre otros animales que se mueven en total libertad.
Es increíble ver cómo interactúan con la embarcación, incluso a veces pareciera que retardan el nado para acompañarnos. Cuando aparece algún ejemplar, apagamos el motor y llamamos a la gente a cubierta para que los vean. Siempre somos muy respetuosos de la naturaleza y tomamos los cuidados necesarios, que incluyen, al bajar a tierra o regresar al barco, la desinfección de todo, desde las botas hasta el gomón.
-¿Viviste situaciones riesgosas?
-Varias. Una vez, a punto de salir en una regata por el Río de la Plata, un compañero se cayó al agua sin salvavidas (tremendo error), por la banda y quedó agarrado de la escota. El dueño del barco logró sostenerlo de la campera, pero después se paralizó. Cuando vi la situación, en segundos, lo agarré del pantalón, aprovechando una ola y el movimiento de la embarcación, lo pude subir a bordo.
Otra situación difícil que viví fue cuando se llenó de agua la sala de máquinas del barco por la rotura de un caño, y terminé utilizando una bomba manual para lograr sacarla. Fue un momento complicado, hasta que logramos detectar dónde estaba el problema y cerrar la esclusa.
-Ante una situación de peligro importante, ¿hay un protocolo por seguir?
-Hay dos opciones. Una es tratar de solucionarla, como hicimos con éxito en esa ocasión; y la otra, activar el denominado Mayday, una llamada de emergencia para situaciones críticas. El problema fue que, en este caso, la cocinera se asustó y dio la señal de socorro, por lo cual nos vino a auxiliar la Armada chilena, responsable esa semana del control de la zona, actividad que comparte intermitentemente con la Argentina.
-¿Se aprende algo al vivir circunstancias así?
-Creo que sí. En cuanto a los momentos de peligro, la clave es reaccionar a tiempo, pensar lo más rápido posible para implementar la solución que sea. Y respecto al Mayday, nos permitió conocer cómo y en qué tiempos funciona.
“La Antártida me hizo más libre”
-Muy pocas personas acceden a una geografía tan especial como la antártica. ¿Qué impacto te parece que tiene sobre las personas?
-Aunque parezca extraño, comprobé que muchos vuelven distintos de la Antártida. Dos tripulantes, por ejemplo, me dijeron que querían cambiar su vida.
-¿Y en tu caso personal?
-Creo que me hizo más libre, más independiente de las cosas materiales y los vínculos. Me encanta estar con los míos, pero también me encanta irme, disfrutar de la navegación, ver a los animales en su ambiente. Es raro explicar lo que se siente. Por otra parte, me llena de orgullo pensar que estoy en un lugar único y maravilloso, y que en mí están representadas tantas mujeres navegantes del mundo.