
Esta semana ocurrió un pequeño pero significativo episodio cultural en Buenos Aires, uno entre tantos de los que suceden pero no por eso menos remarcable. El ensayista, poeta y estudioso de la música Ramón Andrés (Pamplona, 1955) participó de la Serie de Lecturas FROST, organizado por la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF), con el apoyo de la Fundación Jan Michalski, el Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA) y la Fundación Medifé
Autor de numerosos textos musicales y literarios, Ramón Andrés expuso sus opiniones y pensamientos con un tono pausado, lento y sereno, propio de un sabio de otro tiempo. O de una especie de filósofo contemporáneo. Alguien capaz de desentrañar las vicisitudes y contradicciones de la sociedad actual, siempre desde una serenidad que invita a la reflexión.
Estas son algunas de sus definiciones sobre temas de actualidad que involucran a los seres humanos, la sociedad que componemos y el mundo contemporáneo que habitamos.
La realidad
“La realidad es el mundo que se reconoce en la inmanencia, en el siempre. En un mundo que no es esclavo de un sistema determinado, y menos de este sistema que tenemos, tan depredador económicamente, en donde el ciudadano ha perdido su estatus: ahora somos clientes, nada más. Para mí la realidad, y lo veo, lo siento, cuando paseo por una montaña, por un pueblo pequeño. Es lo que siempre ha sido, la inmanencia. Por eso yo no distingo mucho el pasado. Eso de mirar al pasado por encima del hombro es una actitud de la Ilustración. Que hizo tabla rasa con un mundo que consideró antiguo, sobreseído y dado por superado, para dar rienda suelta al pensamiento técnico que decía Heidegger. Ese pensamiento técnico que nos ha hecho absolutamente mecánicos. Pensamos que que vivimos en libertad, pero nuestra mente está completamente mecanizada. Por lo tanto, la libertad que tenemos es una libertad prevista y se aparta de la esencia de lo que es verdaderamente la libertad. En la que tendría que intervenir el azar, lo fortuito".

El individuo
“En Europa hace tiempo, por su historia y después de sus reiterados suicidios -me refiero a las guerras entre naciones- no logra calar la idea de unidad. Los países europeos en general se ignoran en general: Francia vive de espaldas a España, España vive de espaldas a Portugal, y así. Esa fragmentación hace que no haya una idea clara de lo que hay que hacer. Ese descontento, esa erosión que se advierte de las democracias están dando pie a algo que es coherente con la autodestrucción que ha sufrido Europa. La consecuencia de eso, el fruto, es el nihilismo. Es la nada. Por lo tanto, el futuro no entra en el nihilismo. Por otra parte, la historia europea está cargada de una frustración de futuro. Ya desde el siglo XV, desde el XVI, las ideas de utopía, esas ideas que certifican la no llegada a ningún lugar, la no posibilidad del proyecto utópico, ha dejado detrás de sí una desilusión. Y esa desilusión ha provocado un deseo de ir hacia la vida reducida, personal, muy acolchada, como digo yo, en la que cada individuo es su proyecto político. No hay una idea de comunidad. Cierta filosofía occidental ha tenido que recordar en medio de esta debacle qué es lo otro. Porque el prójimo es algo difuso, abstracto. Podemos ser muy solidarios con una causa, pero el otro no existe".
El tiempo
“La espera ha desaparecido. La conversación, la interlocución, así, lenta, el escuchar, esto ha desaparecido. Todo tiene que ser inmediato y nuevo, si puede ser. Porque estamos rendidos a la novedad. La historia es muy restrictiva y a veces poco tiene que ver con los acontecimientos. Yo cuando pienso en la cantidad de artistas, de pintores maravillosos que ha habido... Y efectivamente conocimos una parte exigua, muy pequeña, de los grandísimos espíritus creadores que ha habido y no necesariamente han sido conocidos pero han sido importantísimos en su momento (...) Si uno es capaz de dedicarse a la escucha de una hora, a pasear lentamente por un museo o un bosque, o estar en silencio, eso significa que se está en la vida. Que no se es un simple huésped de paso que ha dormido mal esa noche.

La libertad
“Para empezar hay que pensar en que la libertad es un término muy reciente, moderno. Cuando digo esto me refiero al siglo XVIII. Los griegos no hablan de libertad, los maestros de la Edad Media no hablan de libertad. Ni siquiera en el siglo XVI (siglo profundamente humanista), ni siquiera el especulativo siglo XVII, hablan de libertad. Es en el XVIII, cuando el individuo se hace sólido y necesita una libertad. Políticamente se ha jugado con este término y ha pasado a ser un territorio ideológico. Pero repito, es muy reciente. Yo creo que uno de los grandes triunfos del sistema es haber inoculado la idea en cada individuo, de que vive en libertad. Yo me puedo ir a Buenos Aires y mañana a Córdoba y pasado mañana a Mendoza, en mi coche: soy libre, puedo hacer lo que quiera. Eso no es la libertad. Porque hay un gran deber interior de cada uno, enfermizo, con un gran proyecto que no entendemos bien, que no es nuestro, pero que nos ha sido inculcado. No podemos ser libres porque en la modernidad hemos sido concebidos como productores de algo. Somos un desmentido de la nada. Y eso nos ha quitado mucha libertad interior. Aquí comentaba si podemos detenernos una hora en algo no productivo: escuchar una ópera de Monteverdi, por ejemplo, o unos madrigales suyos maravillosos. Hemos perdido esa libertad porque somos sirvientes de un futuro que se ha ideologizado.
El futuro
A mí me gusta hablar del mañana, no del futuro. El mañana es más real, es más modesto, más asequible. Lo del futuro se ha ideologizado. Y vivimos en una libertad condicional, siempre. Tenemos que regresar a ese lugar que nos secuestra, que es el de una mala conciencia que nos viene de las ideas de religión, del judeocristianismo guía todos nuestros actos. Se sea creyente o no, es igual. Está en nosotros.
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