
Mami Goda vive desde hace 16 años en Argentina. Llegó por esas cuestiones caprichosas del destino, o del corazón, en una historia que revela cómo la migración y el cruce de culturas pueden transformar la percepción de la propia identidad.
“Nací en una ciudad que se llama Ashiya, en la prefectura de Hyōgo, al oeste de la isla principal de Japón, pero crecí casi toda mi vida en Tokio”, relató Mami Goda durante una conversación con la prensa. Su recorrido académico y vital la llevó primero a Francia, donde estudió filosofía y estética occidental, y luego a París, donde residió cinco años y profundizó en la historia del arte. “Ahí conocí a mi marido, que es argentino, y también muchos amigos argentinos. Antes de venir ya tomaba mate, mientras escribía mi tesis”, dijo con humor.
El proceso de integración en Occidente supuso para Mami Goda un distanciamiento inicial de sus raíces japonesas, aunque las raíces son, por más que se lo intente, indivisibles del cuerpo.

“En mi época de Francia, quería ser como una parisina. Entonces, no me juntaba con ningún japonés, sino con muchos franceses y argentinos también, como que casi me quería olvidar de Japón. Me alejé de Japón para integrarme mejor en la cultura occidental”, explicó Mami Goda.
Sin embargo, su aterrizaje en Buenos Aires marcó un punto de inflexión: “Cuando llegué, ya medio que sabiendo que capaz termino mi vida acá, cambié un poco esa visión de Japón. Volví a mirar mi cultura y mi país. También como que maduré un poco. Empecé a leer mucho sobre mi cultura. Y la lectura me hizo sentir muy cercana”.
Este reencuentro con sus orígenes fue el germen de su trabajo sobre la estética japonesa, que derivó en Mitate (Excursiones), su primer libro. “Durante la pandemia, empecé a dar un curso sobre estética japonesa y noté que no era un tema que tuviera disfusión. Hay muchas cursos y charlas sobre la cultura, desde las prácticas musicales y artísticas, como origami o tambores, bailes y gastronomía. Pero no había casi nadie que hablara un poco de lo que es la sensibilidad, cómo los japoneses ven el espacio, el vacío, la atemporalidad, la espacialidad, todos temas más conceptuales. Entonces, ahí nació un poco la idea de las charlas, del curso de estética y del libro”, afirmó.
El concepto de “mitate” ocupa un lugar central en su obra y en su visión de la cultura nipona. “Mitate literalmente significa ‘mi’ de mirar y ‘tate’ de erigir, como construir a través de la mirada”, dijo.

Este principio de reinterpretación y resignificación atraviesa tanto la vida cotidiana como las artes tradicionales. Por ejemplo, cada 1° de enero se come langostino porque en su forma representa a un anciano encorvado y eso, comenta, simboliza desear la longevidad, el logro académico o la riqueza de los presentes.
La dimensión poética y simbólica del mitate, según Mami Goda, no se limita a una técnica artística, sino que impregna la rutina, aquello que por común se podría observar como ordinario: “Yo creo que es incorporar un poco lo natural dentro del cotidiano. Es como una manera de enriquecer un poco tu día a día. Más que una técnica artística que se ve en los museos, en la galería, está en los espacios diarios”.
En ese sentido, recordó, como en la historia de la ceremonia del té se incorporó un jarrón para flores a una canasta de pescador y eso permaneció a modo de tradición. Hay, en ese sentido, un diálogo con el arte contemporáneo y resiginifcación de los objetos, que comenzó con la famosa fuente de Marcel Duchamp y que, en la actualidad, es parte del quehacer creativo de muchos. El mitate, muchas veces, está entre notros.

En el capítulo Ready Made del estilo Wabi, la autora, por ejemplo, genera un puente entre esta práctica social nipona y el uso de la metáfora, en especial los del movimiento surrealista.
“Por ejemplo, Man Ray con su representativa fotografía El violín de Ingres, en la que presenta un cuerpo femenino que alude a las oldasicar de Ingres y cuya espalda se asemeja a la forma de un violín; Salvador Dalí con Teléfono Langosta, un teléfono con disco cuyo tubo es una langosta; René Magritte con La violación en la que el rostro de una mujer está sustituido por el cuerpo femenino, o El espejo falso en la que un enorme ojo actúa de espejo o ventana donde se reflejan nubes blancas y el cielo azul”, escribe.
Otro espacio creativo donde esta mirada ingresa es en el artesanado, que encarna este deseo de integrar lo bello y lo natural en lo cotidiano: “La artesanía es una escena en donde siempre se encuentran esa aspiración del pueblo japonés de incorporar lo bello natural dentro de tu hogar, en su interior. Se busca enriquecer, embellecer el día a día con la imaginación”.
“Yo quería que este libro sea obviamente para los japonófilos, pero también para los no japonófilos”, expresó, en una invitación a experimentar el mitate en su vida cotidiana: “Mi idea es un poco invitar a cada uno que empiece a jugar un poco con ese concepto, la técnica o la mirada. Mirar la mirada”.
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