
Las últimas semanas de la vida de Mario Vargas Llosa fueron “muy difíciles” debido a su deterioro cognitivo y su considerable debilitamiento físico, pero su familia estableció “un ritual diario”: llevarlo a sitios en Lima donde se desarrollaron sus novelas y tratar de que se sintiera como uno de los personajes.
Un pasaje “íntimo y personal” de los últimos días del Nobel de Literatura de 2010 que pertenecía al ámbito privado de la familia y que su primogénito, Álvaro Vargas Llosa, consideró “valioso” compartir con los participantes de un homenaje póstumo a su padre celebrado la noche del martes en París en coincidencia con los seis meses de su muerte, el 13 de abril pasado a los 89 años.
Esos paseos en auto cada tarde por un barrio diferente de la capital peruana “nunca se ha publicado ni relatado en otro lugar”, por lo que “serán los primeros en presenciarlo, los primeros en recibir este fragmento inédito de la historia de Mario Vargas Llosa”, señaló su hijo mayor en una “hermosa” ceremonia celebrada en la Casa de Latinoamérica y organizada también por el Instituto Cervantes.
La figura del escritor peruano volvió así a París, la ciudad donde se hizo escritor, según dijo él mismo en vida, de la mano de Álvaro y Gonzalo Vargas Llosa, del editor Antoine Gallimard, del secretario permanente de la Academia Francesa, Amin Maalouf, entre otros amigos, escritores, políticos, diplomáticos e intelectuales.

Ante ellos, que también compartieron recuerdos y reflexiones en torno a la obra del escritor peruano y sobre su legado humano, Álvaro Vargas Llosa confesó que en aquellos paseos literarios tiene la sensación, a juzgar por las reacciones de su padre, que “recordaba un poco, al menos un poquito, y que los episodios relacionados con los lugares que recorrimos volvieron a él parcialmente”.
“Así fue como dimos un significado ficticio a estos lugares. No me atrevo a afirmar con certeza que, una vez allí, se transformara mentalmente en uno de estos personajes. Nunca lo sabremos, pero hay pequeños momentos en los que podría haber jurado que así fue”, dijo el también escritor.
Sea como fuere, aseguró que esos episodios del ocaso de la vida del autor de La ciudad y los perros (1963), Conversación en la Catedral (1969), Lituma en los Andes (1993) o La fiesta del chivo (2000) subrayan que la ficción fue “la vida misma” para él.
Y, además, que “siempre consideró la ficción una especie de venganza contra los límites de la existencia humana, porque a través de ella, es decir, a través de la ficción, rompemos, destrozamos los límites de nuestra existencia y remodelamos el mundo que nos rodea a nuestro antojo”.

De lo que sí se mostró seguro el primogénito de Pantaleón y las visitadoras (1973) o de La tía Julia y el escribidor (1977) es de que la relación en sus últimos días “entre la antesala de la muerte y la ficción, ciertamente no habría disgustado a mi padre si hubiera sido plenamente consciente de lo que le estaba sucediendo”.
Otra curiosidad que compartió con los más de un centenar de asistentes al acto en París es que en esos días finales “sucedía algo sorprendente, sin ninguna razón en particular, sin ninguna justificación aparente. De repente, empezaba a hablar francés”.
En los últimos momentos de su existencia, a Vargas Llosa “le conmovían especialmente los versos en francés”, aseguró su hijo Álvaro.
De Vargas Llosa, su hijo Gonzalo destacó su “respeto por los diferentes puntos de vista y tolerancia” y su consejo de que lo importante era “encontrar una pasión en la vida y seguirla”. “Lo extrañaré mucho, no solo como padre, sino también como compañero de navegación alrededor del mundo”, confesó entre aplausos.

Otras palabras que definen al autor de Elogio de la madrastra (1988), Travesuras de la niña mala (2006) y El sueño del Celta (2010) quedan recogidas en el Diccionario Mario Vargas Llosa: Habitó las palabras, editado por el Instituto Cervantes, y que se presentará durante el X Congreso Internacional de la Lengua Española que se celebrará del 14 al 17 de octubre en Arequipa, la ciudad en la que nació en 1936.
Fuente: EFE.
Fotos: Instituto Cervantes/ Xose Bouzas.
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