
“Ser el antropólogo más famoso de Moldavia no representó ninguna ventaja para él cuando dejó de trabajar”. En la primera oración de El arqueólogo se definen las coordenadas por donde se va a mover la narración. Un antropólogo, el más famoso de su país, que acaba de jubilarse. En ese pasaje al largo y merecido descanso final del trabajo de toda una vida aparecen preguntas universales que se unen en el interrogante de quien está despidiéndose: ¿valió la pena? Una suerte de balance sin concesiones.

El arqueólogo
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La última de César Aira es la historia de un hombre en “la edad de vivir de recuerdos” que tiene una obra consolidada y que se pregunta qué significa esa obra, por qué la hizo, qué ganó con ella, qué logró, para qué sirvió, a quién sirvió, a quién no, qué perdió haciéndola, qué dejó en el camino, qué vidas se perdió vivir, qué obstáculos rompió, qué tipo de tensión forjó con el mundo, cómo lo interpeló. Quizás como pocas veces en su literatura, ese arqueólogo no es un simple personaje, sino un gran alter ego.
Un espiral sin centro
Mañana, en unas horas, se sabrá quién es el Premio Nobel de Literatura. Aira figura en la lista de candidatos en las casas de apuestas. Como los criterios que usa la Academia Sueca son difusos, por no decir arbitrarios o caprichosos, la posibilidad se mantiene con los años. La obra de este autor argentino nacido en la localidad bonaerense de Pringles en 1949, que en 1967 se instaló en Buenos Aires, es particularmente extensa: publica entre tres y cuatro libros por año, principalmente novelas.
Ni la inteligencia artificial sabe cuántos libros lleva publicados Aira. La primera respuesta es esta: más de cien. Sabemos que en 2020 superó el centenar; luego la cifra se pierde en la niebla que el mismo autor ha creado. Hace años que no da entrevistas a medios argentinos y eso le ha permitido un imposible: que su obra hable por él. Pero él no es su obra: César Aira es un vecino del barrio de Flores que cada tanto aparece con toda su cotidianidad en alguna foto que postea alguien que se lo cruzó por la calle.

En el listado de Wikipedia hay 102 novelas, 17 ensayos y dos obras de teatro. ¿121? Hay quienes dicen que son más. ¿Llevará el autor su propio registro? ¿Qué clase de juego casuístico tendrá con los números? A efectos concretos, poco importa la cantidad, sobre todo cuando hay tanta cantidad. Lo cierto es que cada nuevo libro de Aira es el último. No porque no vaya a aparecer uno nuevo, sino porque irrumpe como una novedad. Es un chispazo breve, luego se apila en la montaña imposible de su obra.
El gran archipiélago de Aira no tiene una isla principal. En su ficción, en sus novelas cortas, no hay una que funcione como el centro de ese gran espiral. No hay una obra maestra, un título que sobresale holgadamente, la gran recomendación. Son distintas ventanas a un multiverso cuyo encanto es la potencia de una imaginación infantil, en el mejor sentido del término. El motor de la maquinaria narrativa es la aventura. No hay saga ni referencias cruzadas ni decálogo fan. Ficción accesible, divertida, voraz.
Contra el público lego
Hay muchas formas de leer una novela. Una es preguntarse contra qué está escrita. Y si forzamos el argumento, podría pensarla dentro de lo que podría llamarse literatura de la venganza. No se trata de arte social ni de construir una protesta estetizada. Me refiero a que la literatura, cuando dice algo, porque la literatura siempre dice algo, incluso cuando intenta hacer silencio, hace algún tipo de justicia. Desde la más endogámica autoficción a la más volada ciencia ficción. ¿Contra qué escribe César Aira, contra quién?
En El arqueólogo Aira escribe contra “el apetito del público lego” y los que creen que la Historia es “un saber inútil y elitista”. Un arqueólogo que se replantea la profesión, la vocación, el sistema de validación, su rol social, no está simplemente haciendo un balance de su vida, está tejiendo una profunda reflexión sobre el cambio de época. Si en toda obra hay marcas biográficas, acá Aira se monta sobre su nuevo artefacto ficcional para dispararle a un tipo muy específico de idiota y destruirlo a argumentos.

El misterio del mundo
Aira afrontó tempranamente que la literatura es un paliativo. Le quitó, si es que lo tuvo, el manto de la revolución social, y se centró en el artefacto, en el artificio, en la construcción narrativa de un pequeño mundo inmortal. Si la literatura es un paisaje bonito en el tren que va camino a la nada, un entretenimiento más, como jugar al truco o scrollear en Instagram, también es algo exageradamente singular, con brillo propio. A esa intensa luminosidad se entregó Aira. Esta novela es otra muestra.
De hecho uno podría achinar la mirada y leer en la palabra arqueología a la literatura. Como cuando habla de los que parece que la arqueología misma “no les bastara” que “necesitan teorías, ideas aplicadas bien o mal (...), cualquier cosa que les diera la seguridad de que estaban haciendo algo importante para la sociedad, contribuyendo al triunfo del Bien y la Justicia (...) ¿Por qué no se dedicaron a la política, en lugar de querer hacer político desde un lugar tan remoto a la política como era la arqueología?”
“Al hombre armado de pasión no lo detiene ningún obstáculo”, piensa el arqueólogo de Aira en una novela que menos una novela que una excusa para ofrecer una mirada sensible y reflexiones en voz escrita. Así, entre escenas que apenas se mueven, vemos al protagonista preguntarse “qué pasaría cuando ya todas las antigüedades del mundo estuvieran a la vista”. “Un mundo sin misterio”, se responde, “era un mundo que no valía la pena transitar”. Una defensa de la imaginación, de la ilusión, de la literatura.
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