
Los caminos hacia la lectura son misteriosos: en las diversas columnas de Cómo se construye un lector ha quedado claro. Algunos de los entrevistados han tenido copiosas bibliotecas familiares desde temprana edad; otros fueron cobijados por hermanos o padres que les leían antes de ir a dormir. Pero también están quienes, casi de manera fortuita, llegaron a la lectura, y fue tan potente este encuentro, que los libros pasaron a ser parte de su vida entera.
Silvina Alfonso Romero es un vivo ejemplo de ello. Se define como “madre de tres, fotógrafa y diseñadora, amante del mate y fan declarada de la pimienta”. Su camino en el mundo de los libros comenzó a los 17 años “en la tradicional librería Fausto”. Desde entonces ha trabajado en editoriales independientes y corporativas, siempre con una sonrisa tatuada en la cara y un entusiasmo que contagia para hablar y convidar lecturas.
Se suma a cada feria que los tiempos le permiten para dar a conocer autores, libros, editoriales, o simplemente para escucharlos y nutrirse. Desde hace cinco años forma parte de la editorial La Pollera, de Chile, Abran Cancha y la distribuidora Big Sur, proyectos que, dice, le apasionan, “feliz de seguir tejiendo historias alrededor de los libros”.

—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—La identidad lectora se construye a lo largo de toda la vida. Empieza en la infancia, incluso desde bebés, pero también puede formarse en la juventud o en la adultez. En cualquier momento puede aparecer ese encuentro con la lectura que marque un antes y un después. Muchas veces, todo comienza en una situación simple: la visita a una librería, el diseño de una portada, la recomendación de alguien en redes o de un familiar. Tener libros en casa, compartir momentos de lectura, disponer de un tiempo para leer juntos: todo eso ya siembra la semilla lectora. Las escuelas, los docentes, las bibliotecas escolares y las bibliotecas de barrio también cumplen un rol fundamental. Incluso las redes sociales, aunque mediadas por la pantalla, son una puerta más que acerca a los libros. Si un libro logra conquistarte, conmoverte o abrirte un mundo nuevo, probablemente ahí empiece tu camino lector. Esa primera experiencia despierta el deseo de repetirla: visitar una librería, buscar otra historia, hacerse un tiempo propio —ya sea en un viaje en colectivo o antes de dormir— para seguir leyendo. Hoy los formatos se multiplican: además del libro en papel, existen los digitales, los audiolibros, los clubes de lectura y las suscripciones. Todos ellos suman y enriquecen la experiencia. Y en la librería ocurre algo mágico: cuando lográs abrirle un mundo a alguien, esa persona vuelve, confía, y recibe tus sugerencias con entusiasmo. Y si no, siempre queda la oportunidad de intentarlo una vez más.
—¿Creés que un libro podría despertar el interés por leer?
—Confío plenamente en que siempre hay un libro capaz de despertar el interés por la lectura. Siempre, siempre. Muchas veces sucede que en la infancia se lee muchísimo –porque nos leen, porque hay libros cerca–, pero en algún momento ese hábito se interrumpe. A los adultos también nos pasa: atravesamos etapas de lectura intensa y otras en las que dejamos de lado los libros.
Sin embargo, basta con que aparezca ese libro indicado para volver. No tengo la menor duda: un solo libro puede reabrir el camino lector. Y cuando eso ocurre, retomamos enseguida, entregados por completo a la nueva aventura.
—¿De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?
—Yo creo que de un hogar sin familiares lectores también puede salir un lector. Pensemos en Matilda, el personaje de Roald Dahl: pasa, y pasa mucho más seguido de lo que creemos. En mi casa no se leía nada de nada. En mi caso personal, un familiar me regaló un libro de Richard Scarry. Me acuerdo, también, de que mi mamá, en el supermercado, me compró una historieta de los Pitufos y una adaptación de Romeo y Julieta, en la que los personajes eran pájaros. Eran libritos chiquitos, finitos, pero yo todavía los tengo conmigo, y ese recuerdo no se me borra más. Era muy chica, y en mi casa no se leía nada de nada. La tele era la novedad, lo más importante (por cierto, no me dejaron mirarla hasta mis doce años).
Mis viejos no eran lectores: mi papá solo llegó hasta tercer grado y mi mamá hasta primero. Pero igual creo, como en la historia de Matilda, que cualquiera puede llegar a ser lector. Siempre hay un libro, una historia, que te atrapa de alguna manera. Solo hace falta que te pique o alimente el bichito de la curiosidad.
—Entonces, ¿hay un momento para empezar a leer?
—Creo que hay un momento para leer y un momento para escuchar. Con el tiempo, trabajando con chicos y también siendo mamá, me di cuenta de que la lectura arranca desde la panza. Desde bebés ya hay algo con la escucha, con las palabras, con el ritmo. Se va armando vocabulario, se genera familiaridad con los libros. Porque leer es mucho más que la historia que se cuenta. Para mí, el momento de la lectura es siempre que tengas ganas de agarrar un libro. Y si me preguntás desde cuándo, yo digo: desde la panza.
Y si alguien todavía no tuvo contacto con ninguna historia, no pasa nada: en algún momento lo va a tener. Ojalá se cruce con la persona justa que le acerque el libro indicado, porque estoy convencida de que hay un libro o, mejor dicho, una historia, para cada persona. Solo hace falta que llegue ese momento.

—Entiendo que te referís a los mediadores de lectura. ¿Creés que es algo ligado a la educación o que hay otros tipos de mediadores?
—Un mediador de lectura es esa persona que genera el puente, que despierta la curiosidad para que llegues a un libro. Puede ser porque conoce tus intereses, porque te conoce a vos. Para mí, eso es ser mediador de lectura.
Y hoy hay muchísimos, afortunadamente: un docente puede serlo, un bibliotecario lo es, un librero también (el oficio tan querido), También lo son las creadoras de contenido que hablan de libros, los periodistas que tienen columnas en diferentes medios, los talleristas, los que arman clubes de lectura o suscripciones.
En realidad, todos podemos ser mediadores de lectura. Basta con escuchar al otro, captar qué le interesa, que se deje interpelar por un libro y transmitir esa pasión. Para mí, ahí está la clave de ser un buen mediador: en contagiar las ganas de leer.
—¿Recordás tu primer encuentro con los libros?
—Sí, recuerdo que mi primera aproximación fue en la infancia. Tenía una tía que venía los domingos y siempre nos traía un regalito a mí y a mi hermano. Un día me trajo un libro de Richard Scarry, como te mencioné al inicio de la charla, que se llamaba El cerdito y el dragón. Junto con ese, como ya te conté también, llegaron a mi casa los otros libritos que mi mamá me había comprado en un supermercado de avenida La Plata, que ya no existe, y que seguro en ese momento eran rebaratos. Uno era una adaptación de Romeo y Julieta, pero con pájaros como protagonistas y una historieta de los pitufos. Me acuerdo lo mucho que me gustaban esas ilustraciones, tanto las de El cerdito y el dragón como de ese Romeo y Julieta. Me fascinaban. Y crecí volviendo a esos libros, una y otra vez, porque no tenía otros. Ya más grande, a los 11 o 12 años, empecé a ir a la biblioteca de mi barrio, porque en mi escuela recién se estaba formando, y todavía solo tenía manuales y cosas así.
Guardo esos recuerdos con mucho cariño. Porque sin duda ese fue mi primer momento, mi descubrimiento. La puerta que se abrió a lo que hoy es mi vida con los libros.
[Fotos: Gentileza Silvina Alfonso Romero]
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