
Vivimos inmersos en una corriente estética que transforma el Medievo en un paraíso contemplativo: bosques cubiertos por una bruma suave, claros dorados al atardecer y castillos emergiendo de la niebla como fantasmas benevolentes. Bajo el nombre de “medievalismo suave” se esconde una visión idealizada y nostálgica del pasado, en la que los conflictos y la dureza histórica quedan relegados para darles todo el protagonismo a la belleza natural y la atmósfera lírica.
Con raíces en la nostalgia romántica y el deseo de calma, esta estética proyecta sobre la Edad Media un refugio donde la luz dorada del ocaso y la niebla susurrante hablan de un mundo detenido.
Al evocar praderas de un verde intenso, arroyos cristalinos y jardines secretos, el medievalismo suave invita al espectador a fundirse con un paisaje casi poético. Allí, cada elemento natural –hojas, flores, musgo– adquiere una dimensión casi sacra.
Esta mirada contemporánea hunde sus raíces en un movimiento pictórico decimonónico que se rebeló contra la frialdad academicista: la Hermandad Prerrafaelita, cuyos lienzos saturados de color y detallismo naturalista anticiparon el ánimo lírico que ahora recupera el cine de fantasía.
Hoy, verdes intensos, ocres cálidos y azules profundos tiñen cada escena de un Medievo idílico en la gran pantalla. Nos invitan así a un viaje visual que privilegia el encanto emotivo sobre la fidelidad histórica.
Herencia prerrafaelita
A mediados del siglo XIX, en 1848, surgió en Londres la citada Hermandad Prerrafaelita, fundada por Dante Gabriel Rossetti, John Everett Millais y William Holman Hunt, como reacción directa al academicismo victoriano y a la burocratización de la Royal Academy. En su manifiesto original, este grupo defendía regresar a la delicadeza, el detalle naturalista y la vivacidad de color que precedían a Rafael, rechazando las convenciones rígidas de la pintura histórica oficial.
Sus exposiciones iniciales causaron polémica: mientras algunos críticos los tildaban de excesivamente literales o sentimentales, otros aplaudían su minucioso estudio de la flora, la anatomía y la luz. Cada lienzo era concebido casi como un herbario pictórico, donde la representación exacta de hojas, flores y texturas botánicas convivía con narraciones tomadas del folclore, la poesía medieval y la mitología.

Además de la exploración naturalista, la Hermandad incorporó a su obra símbolos extraídos de la iconografía cristiana y popular –como la llama purificadora, el cisne o la gruta misteriosa–, otorgando a la naturaleza un papel de escenario místico y espiritual. Las figuras femeninas, idealizadas pero dotadas de intensidad psicológica, reflejaban tanto la melancolía romántica como un anhelo de pureza y redención.
De los lienzos prerrafaelitas al cine contemporáneo
Algunas producciones recientes no solo se inspiran en el Medievo como época, sino que lo reinterpretan visualmente desde claves pictóricas decimonónicas.
Es el caso de Damsel (Juan Carlos Fresnadillo, 2024), que transforma cada escena en una suerte de cuadro prerrafaelita en movimiento. Cuando la protagonista cabalga al amanecer, los tenues rayos solares filtran la bruma, realzando las texturas del follaje y la armonía cromática. Verdes pálidos se funden con dorados suaves, como si cada elemento natural formara parte de una misma sinfonía visual. En los jardines de la reina, la cámara capta primeros planos de pétalos perlados por el rocío y fuentes que reflejan el cielo, recordándonos la obsesión prerrafaelita por el detalle botánico.
Por su parte, Catherine Called Birdy (Lena Dunham, 2022) ofrece una variación juguetona del medievalismo suave al fusionar cromatismos pastel con un sentido del humor claramente contemporáneo.
El vestido de Catherine, en suaves tonos melocotón y lavanda, adquiere matices cambiantes a lo largo del día: al caer la tarde, la prenda refleja la calidez dorada del sol poniente, como si el atardecer mismo se hubiera teñido en la tela. Los muros cubiertos de glicinias y madreselvas se configuran como marcos vivos que enmarcan a la protagonista en escenas casi teatrales, donde la naturaleza se convierte en decorado y coprotagonista.
En este fotograma, vemos a Catherine y su prima Sophie caminando por el jardín del castillo al amanecer, con sus rostros iluminados por la luz suave del sol que realza los tonos melocotón y rosa de sus vestidos. La expresión traviesa de Catherine, frente a la mirada más contenida de Sophie, ejemplifica el contraste entre espontaneidad juvenil y elegancia aristocrática, mientras las flores del fondo añaden un toque de delicadeza botánica.
Bosques míticos y luz sagrada
En la trilogía de El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001–2003) y su spin‑off televisivo Los anillos del poder (J. D. Payne; Patrick McKay, 2022), los claros de Lothlórien y los corredores élficos se erigen como santuarios de luz.
En esas localizaciones la luz dorada se filtra a través de finos doseles de hojas, realza los reflejos en estanques cristalinos y otorga a los personajes un halo sobrenatural. Este tratamiento lumínico no solo enfatiza la divinidad de los espacios forestales, sino que dota de un aura casi sacro a las figuras femeninas que los habitan.
Por ejemplo, la figura de Arwen leyendo emerge como un icono de feminidad mística: su rostro sereno, bañado por la luz dorada del bosque, y su gesto contemplativo refuerzan la sensación de comunión entre mujer y naturaleza.
Por contraste, en el siguiente fotograma de Los anillos del poder, un grupo de personajes jóvenes corre libre por una pradera bañada en luz dorada, cruzando un arroyo cristalino.
Aquí la cámara rescata la exuberancia del paisaje: los extensos pastizales, los robles y sauces al fondo, y el juego de luces y sombras que parecen sacados de un cuadro prerrafaelita. La imagen traslada el espíritu de un herbario vivo al terreno audiovisual, mostrando la naturaleza como un espacio de libertad infantil y exploración poética.
Así, tras celebrar la naturaleza en todas sus formas, el medievalismo suave se revela como un refugio visual y un ejercicio de ecologismo estético. Al proyectar un Medievo idílico y libre de conflictos, recuerda el valor de la belleza contemplativa y del entorno natural con el objetivo de apaciguar nuestras ansiedades.
Fuente: The Conversation
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