
La mayoría de las guerras comienza con un acto unilateral. Los estadounidenses dispararon “el tiro que se escuchó en todo el mundo” en Lexington en 1775, los alemanes invadieron Polonia en 1939 y los japoneses atacaron Pearl Harbor en 1941. Sin embargo, para poner fin a una guerra, los beligerantes deben acordar términos y condiciones, un proceso colaborativo y complejo.
En el imaginario popular, la Segunda Guerra Mundial concluyó en 1945 con la muerte de Adolf Hitler y Benito Mussolini en Europa y las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en Japón. Como relatan los historiadores James Holland y Al Murray en su libro Victory ’45: The End of the War in Eight Surrenders, esos eventos por sí solos no lograron detener la gigantesca maquinaria militar desatada durante los seis años previos.
El objetivo final de los Aliados —la rendición incondicional establecida en una declaración conjunta— contrastaba con el juramento de sangre nazi a favor de un “Reich de 1,000 años o el Armagedón”. El presidente Franklin D. Roosevelt y el primer ministro Winston Churchill, reunidos en Casablanca en enero de 1943, definieron la claridad estratégica, política y moral necesaria para enfrentar un conflicto global. Para la primavera de 1945, Hitler y sus seguidores yacían en el búnker de Berlín.

Holland y Murray utilizan el búnker —escenario retratado en la película alemana La caída de 2004— como punto de partida para las sucesivas rendiciones europeas. Si recrear el suicidio de Hitler al principio del libro, en abril de 1945, parece anticlimático, “Victory ’45” justifica su enfoque al narrar historias ignoradas, pero igualmente intensas de quienes enfrentaron la confusión de una guerra ganada pero aún inconclusa.
La primera capitulación relevante ocurrió semanas antes, cuando dos rivales enfrentados en el alto mando de las SS nazis en el norte de Italia trazaron maniobras separadas para salvar su futuro tras la guerra. Sus intrigas demoraron la primera de las rendiciones incondicionales en Europa, limitada a su sector y firmada apenas un día antes de la muerte de Hitler. Un motivo recurrente fue la frustrada tentativa alemana de rendirse solo ante Occidente para dividir a los Aliados y evitar la venganza soviética.
Aunque Holland y Murray incluyen perfiles breves de políticos y comandantes conocidos mientras avanzan las ceremonias de rendición, “Victory ’45” adquiere relevancia cuando centra su atención en los protagonistas anónimos. Entre ellos figuran quienes recorrieron la frontera entre el triunfo y la desesperación, el alivio y el horror.
Entre los ejemplos está el de un estudiante universitario estadounidense judío que quedó marcado por los crímenes en un campo de trabajo en Austria liberado por su unidad. Entre los rescatados se encontraba un adolescente judío-checo que mintió sobre su edad para evitar la muerte en Auschwitz y luego sobrevivió junto a su padre en varios campos. La liberación llegó apenas días antes de que el padre muriera en un hospital improvisado.

En el frente oriental, una joven traductora soviética formó parte central de la pesquisa en el Berlín devastado. ¿Eran ciertas las informaciones sobre la muerte del Führer o era propaganda nazi? Ella interrogó a prisioneros, asistió a la autopsia del cadáver quemado y hasta recibió la custodia de los dientes que luego se identificaron como los de Hitler. Cerca de allí, un adolescente soldado alemán que logró huir vivió escondido hasta que un soldado ruso lo capturó y le dijo simplemente: “La guerra terminó. Todos a casa”.
En el Pacífico, “Victory ’45” aborda el desafío al que se enfrentaron los Aliados occidentales para someter de forma “incondicional” la ética guerrera japonesa, simbolizada por la resistencia suicida de civiles en la invasión de Okinawa. La necesidad de las bombas atómicas quedó demostrada por un intento de golpe militar de oficiales japoneses que querían desobedecer al emperador Hirohito y seguir combatiendo pese a la amenaza nuclear.
El libro, dirigido no solo a entusiastas de la Segunda Guerra, describe para un público más amplio las dificultades para dar fin definitivo a un conflicto armado. Holland y Murray, británicos, no citan a la leyenda del béisbol Yogi Berra, pero explican el motivo por el cual, en la guerra y en el deporte, “esto no termina hasta que de verdad termina”.
Fuente: AP
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