A las 20:25: cómo la muerte de Eva Perón impactó en la literatura argentina

Autores como Borges, Cortázar, Copi, entre muchos otros, volvieron a narrar un personaje que se volvió inevitable

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Eva Perón y algunos relatos
Eva Perón y algunos relatos alrededor de su figura.

Fue un instante, el de las 20:25 del 26 de julio de 1952. El anuncio oficial retumbó así en el auricular de cada radio encendida. De todas. Eva Perón había pasado a la inmortalidad. Ese minuto quedó registrado no solo en algún parte médico transformado en documento, sino como un hito narrativo inevitable. A partir de entonces, esa muerte fue muchas muertes, infinitas muertes, su cuerpo un símbolo, su figura un campo de disputa, de reverencia, de negación, de culto o de provocación. Todo eso. La literatura argentina, tan atenta a los pliegues de la historia y del mito, halló ahí una vertiente inagotable de ficciones, poemas, textos dramáticos, crónicas.

La historia y la literatura ocupan lugares diferenciados por una frontera difusa pero vigilada. La historia debía narrar lo que ocurrió; la literatura, lo que habría ocurrido. Pero lo sabemos: esa distinción no resiste un análisis riguroso. Como fue dicho por Roland Barthes, Hayden White y Michel De Certeau, todo discurso histórico es también una construcción retórica, un relato sometido a convenciones de estilo, de verosimiltudes, de fuentes autorizadas. Lo que llamamos “hecho histórico” es, también, una trama metodológica para dotar de sentido al caos del pasado.

En la Argentina, desde su propia simiente, esta tensión se volvió especialmente productiva. Desde Facundo de Sarmiento, pasando por El matadero de Esteban Echeverría o Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla, la literatura ha intervenido en la historia y la historia en la literatura. En esa intersección, la novela histórica argentina no es solo un género entre otros sino su matriz.

La muerte de Eva Perón entra en ese linaje: es un hecho histórico que genera discurso, pero también es, por sí misma, una escena literaria en la que cada representación cambia el tono, el gesto, los sentidos. Así sucede en la anécdota repetida de los que la vivieron, o dicen que la vivieron, o cuentan lo que les contaron. Pero también en la Literatura. Como en El simulacro de Borges, en el que un velorio apócrifo se monta en un pueblo del Chaco, donde una muñeca de pelo rubio sustituye al cuerpo de Eva. O en Esa mujer, de Rodolfo Walsh, donde el diálogo de aquel narrador homónimo conversa en la penumbra con el coronel que robó su cuerpo. Y dice que es suyo.

David Viñas también narró a
David Viñas también narró a Eva Perón.

En La razón principal, Luis Gusmán la hace aparecer en sueños: el cuerpo embalsamado se vuelve un umbral entre la vida y la muerte, entre lo íntimo y lo colectivo. En Ella, Juan Carlos Onetti la ubica en medio de un ritual y, en La señora muerta, David Viñas retrata a una multitud que espera verla embalsamada. En Santa Evita, la novela que se hizo serie, Tomás Eloy Martínez ficcionaliza la odisea del cadáver: lo convierte en el objeto de una narración detectivesca, barroca y perturbadora. En todos los casos, Eva revive en relato.

El abanico de escritoras y escritores inscriptos en estéticas y tradiciones de las más diversas tomaron aquel instante como obstinada referencia. Una hipótesis posible de la prodigalidad del suceso es que aquella figura (aquella muerte), como nada, condensa la tensión clave entre lo real y lo simbólico. Ese instante parece exigir ser contado, vuelto a contar, configurado y reconfigurado. Y en cada nueva pieza, más que agotarse o morigerarse, los discursos se acumulan y se potencian. Qué si no el poema de Lamborghini, Eva Perón en la hoguera, en el que reescribe el libro más célebre de la propia Eva: “la razón de mi vida es: dar. / la razón de mi muerte es: la Causa”.

Benjamín Vicuña en "Eva Perón".
Benjamín Vicuña en "Eva Perón". Foto: Mauricio Cáceres

Podría componerse una antología precisa de la literatura argentina a partir de aquel instante, que incluiría cánones y contracánones, clásicos y modernos, celebridades y vanguardias. Cada cual dispuesto a actualizarlo, fijarlo, sacudirlo, honrarlo. Porque pocos momentos de la historia fueron únicos como el de aquel penosísimo e inagotable de las 20:25, hora en que falleció la señora Eva Perón, jefa espiritual de la nación, que vuelve una y otra vez hecho millones.

Otros fragmentos

Eva, de María Elena Walsh

Días de julio del 52 ¿Qué importa dónde estaba yo? No descanses en paz, alza los brazos no para el día del renunciamiento sino para juntarte a las mujeres con tu bandera redentora lavada en pólvora, resucitando.

No sé quién fuiste, pero te jugaste.

Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a las mujeres en la historia de prepo, arrebatando los micrófonos, repartiendo venganzas y limosnas.

Bruta como un diamante en un chiquero ¿Quién va a tirarte la última piedra? Quizás un día nos juntemos para invocar tu insólito coraje.

Megafón, de Leopoldo Marechal

Era un barrio, una ciudad, un país o un mundo. Y los conocí a todos en cada una de sus piruetas memorables o no. La búsqueda o encuesta de Lucía Febrero constituye la médula espinal de lo que llamó el Autodidacto su «batalla celeste». Conocida también por la Novia Olvidada, esa mujer increíble para los ciegos y evidente para los hijos de la luz fue arrastrando a Megafón de aventura en aventura, hasta el episodio final de su muerte y descuartizamiento.

"Santa Evita", de Tomás Eloy
"Santa Evita", de Tomás Eloy Martínez.

El examen, de Julio Cortázar

–Todo Buenos Aires viene a ver el hueso –dijo–. Anoche llegó un tren de Tucumán con mil quinientos obreros. Hay baile popular delante de la Municipalidad. Fijate cómo desvían el tráfico en la esquina. Vamos a tener un calor bárbaro.

Subían el repecho por el lado de la casa de gobierno. Desde ahí (ahora Andrés y Stella estaban en línea con ellos, y nadie hablaba) se veía fluir la gente hacia el otro lado de la plaza, desplazándose por Rivadavia e Irigoyen. Pero en el medio la multitud estaba casi inmóvil, oscilando apenas con enormes vaivenes que sólo de lejos se alcanzaban.

–Hicieron el santuario tomando la pirámide como uno de los soportes –explicó el cronista– Todo el resto es arpillera.

–¿Vos estuviste? –dijo Juan.

–Profesionalmente –dijo el cronista–. Me mandé una nota padre.

Eva Perón, de Copi

Ustedes me dejaron caer sola hasta el fondo de mi cáncer. Son unos turros. Me volví loca y estaba sola. Me ven morir como una bestia en el matadero. Permitime, quiero estar con vos, no tengas miedo. Me volví loca, loca, como aquella vez en que hice entregar un auto de carrera a cada puta y ustedes me lo permitieron. Loca. Y ni vos ni él me dijeron que parara. Hasta mi muerte, hasta la puesta en escena de mi muerte debí hacerla completamente sola. Sola.

Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia

Viernes 3 de septiembre

Perón ha recibido el cuerpo de Eva. Escucho en Radio Belgrano el relato de los hechos transmitido desde Madrid. «Presenta el cadáver algunas señas y moretones en el rostro. Salvo eso, el cuerpo se encuentra en perfecto estado». Pienso en Perón, que abre el féretro y «se encuentra» —dieciséis años después— con la imagen de Eva y su cuerpo ante él. «Uno de los testigos de la ceremonia de entrega informó esta madrugada que, en el momento de abrirse el cajón, el ex presidente miró largamente a la que fuera su esposa y dijo: “Eva…, Eva”. Perón estaba muy emocionado y tenía el rostro surcado por las lágrimas». Los restos de la señora Eva Perón fueron trasladados dentro de un féretro de madera oscura en un furgón con matrícula italiana. Para garantizar la discreción y el secreto de su paso por Italia y España, se cambió tres veces de furgón.

Un mural de Eva Perón
Un mural de Eva Perón en el que aparece con la aureola de una santa en el restaurante Perón Perón, de Buenos Aires. (AP/Natacha Pisarenko)

Las Marías de los Toldos, de Aurora Venturini

La urna quebrada dejaba a merced del degollador a María Eva, y el asesino asestaba violentas cuchilladas al cuellecito de lirio de la san de los pobres, sin poder separar la cabeza del frágil cuerpecito. Enfurecido y a punta de espadín, agujereó dos zonas delicadas de cuyos orificios, como surtidores brotaron dos chorros de sangre que taponaron los ojos de Francisco Manrri y lo enceguecieron.

Las compañeras de las villas desfallecieron hasta quedar de ellas un polvillo blanco de tiza que adhiriéndose a las botas de los que llegaban marchando, no les permitían lucir tan lustrosas y opinaron: “parece ceniza de la Cordillera… ¿estará temblando?”

Besar a la muerta, de Horacio González

Benítez era el oído de Evita, lo que quiere decir, de una manera misteriosa y casi inalcanzable por la compresión común, que ella hablaba por él. Pero es el que le dice al oído a Perón que debe besar a la muerta. Fíjese lo que le dice, y cito, porque me sé esa carta de memoria, esa carta que me obsesiona y que la creo una de las síntesis dramatúrgicas, mejor digo, holográficas, de la historia nacional, junto con otras escasas dos o tres que luego le comentaré cuando venga nuestro amigo profesor, ese querido zángano de nuestras decadentes facultades. A Perón le dice “bésela en la frente” y lo toma por la cintura acercándolo a la cabecera como si todo eso fuera parte de la liturgia.

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Entre el 26 de julio y el 30 de agosto se desarrolla en Universo San Martín (Av. 25 de mayo 1869, San Martín) una muestra gráfica gratuita sobre Eva Perón y la literatura. Organiza Fundación COM. y la Municipalidad de San Martín. @universosanmartin