No soy fan del heavy metal y solo me acerqué a esa cultura mayormente por curiosidad u obligación periodística: recuerdo haber cubierto algunos shows de él o Black Sabbath pero la verdad, los evoco muy levemente. Con el tiempo, aprendí sin embargo a valorar la obra de la banda y ese sonido arrastrado y volátil que tenían. Pero poco más.
Pero al personaje Ozzy, por cierto, bien lo recuerdo de los años 90 cuando explotó el reality show de su familia en MTV. Aquel protagonismo le añadió conocimiento de los no-devotos de su iglesia oscura y popularidad entre los jóvenes. El eje del programa era, justamente, una familia loca que giraba en torno al patriarca algo perdido pero querible que emitía algunos sonidos guturales -y demostraba un fino humor británico- mientras su esposa Sharon -convertida en celebridad desde aquel momento y hasta ahora, hasta el show despedida, la jefa de la organización artística- y sus hijos ganaban protagonismo.
En fin, lamento la partida porque -necio no soy- comprendo la relevancia del artista y su obra. Pero esto me lleva a otro razonamiento que se disparó luego de conocerse la noticia, un martes por la tarde frío y medio nublado en esta parte del mundo, sur del mundo.

El día anterior, justo, había leído una columna del crítico musical español Diego Manrique (“El sentido de las necrológicas”) sobre la previsión periodística de tener ya escritos los obituarios de algunos personajes que, se supone, están prontos a morir. Es un chiste de redacción bastante común pero es cierto: están ya escritos o en proceso y sirven, realmente, porque cuando llega la noticia permiten actuar con celeridad y así reflejar, al instante, la significación del personaje que dejó el mundo de los vivos.
En realidad, la nota de Manrique arrancaba con la anécdota de la necrológica pero derivaba hacia otro camino, específicamente en el mundo del rock: la cantidad de super estrellas que rondan los 70 largos u 80 ya, y que están en esa maldita pero inevitable cuenta regresiva. Mencionaba a Bob Dylan, Jimmy Page, Joni Mitchell, Mick Jagger, Keith Richards, Pete Townshend, Elton John, Paul Mc Cartney y Neil Young. La lista podría seguir. La música convertida en cultura que revolucionó el siglo XX verá, en los próximos años, una partida masiva de sus grandes íconos. Así será, lamentablemente.

Al margen de pensar en que ya habría que comenzar a escribir algunos obituarios de estos y otros personajes por el estilo, hay una pregunta de siempre me da vueltas en la cabeza ¿Qué vamos a hacer cuando ya no estén? Por supuesto, queda su obra, la música, y ahora también videos, libros, clips, reels y lo que sea que esté generado como “contenido” asociados a su figura.
No hablé de los nuestros todavía, pero el ¿qué vamos a hacer cuando no estén? cabe para Charly García, el Indio Solari y unos cuantos más. Me pasa con Gustavo Cerati, amé a Soda Stereo y los vi desde los 15 años, luego lo conocí y traté con cierta confianza, lo entrevisté unas cuantas veces y guardo esos momentos en un rincón privilegiado de mi memoria. Pero lo extraño. A veces, hasta he soñado con él. Con Spinetta me pasa algo parecido, aunque por cuestiones generacionales y propias de su personalidad elusiva con los periodistas, apenas lo traté. Sin embargo, recuerdo aquella noche de verano de 2012 en que me acerqué a su estudio-casa de la calle Iberá, en Villa Urquiza, y pensé mucho en él, en sus canciones, en las tardes que escuché su música en el equipo Ken Brown de mi casa en Olavarría.

Sigo mi vida escuchando a Cerati y Spinetta -he trasladado la sana costumbre a mis hijos adolescentes-, y lo mismo me pasa con Lou Reed o David Bowie. Para eso queda la obra. Anoche, justamente, me puse a ver un show de Bowie en la televisión holandesa, de 1978. Extraordinario. Y siempre me acompaña.
Pero no es lo mismo con los nuestros. Me da un poco de miedo pensar en el día en que sepa que ya Charly no está entre nosotros, tal como me sucede recurrentemente con Cerati. No son amigos ni familiares, pero han estado conmigo siempre. Y seguirán estando, pero me da miedo de solo pensarlo. Que no llegue nunca ese día, escribo aquí y ahora mientras sé que será inevitable más temprano que tarde. Y me da una cierta tristeza por anticipado.
En todo eso pensaba anoche mientras veía a Bowie vivo (ahora que está muerto) y se me ocurrió escribir sobre Ozzy Osbourne, el rock, la vida que me tocó, los recuerdos de los que ya no están y la nostalgia previa por los que se irán algún día no muy lejano.
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