
En las páginas finales de Collisions, Alec Nevala-Lee sostiene que el verdadero legado de Luis Alvarez no reside en un solo hallazgo, sino en la cultura científica que transmitió a sus discípulos. Esta reflexión, ubicada hacia el cierre de la biografía, invita a reconsiderar la figura de Alvarez más allá de sus logros individuales y a preguntarse por el impacto colectivo de su trabajo en la física del siglo XX. Sin embargo, el esfuerzo de Nevala-Lee por desmitificar al personaje termina por ofrecer un retrato exhaustivo de su labor en el laboratorio, pero sorprendentemente deslucido en lo personal.
La vida de Luis Alvarez parece diseñada para el relato biográfico. Su trayectoria abarca desde la participación en el desarrollo de detonadores explosivos para el Proyecto Manhattan hasta el vuelo en un B-29 para presenciar el bombardeo de Hiroshima. Fue testigo en las audiencias que revocaron la autorización de seguridad de J. Robert Oppenheimer, quien lo había invitado a Los Álamos.
Junto a su hijo geólogo, propuso la teoría de que un asteroide provocó la extinción de los dinosaurios. Tras el asesinato de John F. Kennedy, analizó el filme de Zapruder y realizó experimentos disparando balas a melones, concluyendo que el presidente fue víctima de un solo tirador. En 1968, su trabajo sobre cámaras de burbujas y partículas elementales le valió el Premio Nobel.

Nevala-Lee, novelista y autor de una biografía sobre Buckminster Fuller, se enfrenta al desafío de retratar a un personaje tan polifacético. En su libro, describe a Alvarez como “carismático, ágil y audaz”, y lo sitúa entre los últimos exponentes de una época en la que la física aún se concebía como una empresa heroica. No obstante, advierte que la imagen del “Indiana Jones científico” se sostiene más en la paciencia y la disciplina que en la rebeldía. Esta matización funciona como advertencia: el afán del autor por desmontar el mito termina por restar dramatismo y tensión al relato.
La biografía recorre los orígenes de Alvarez, nacido en 1911 en San Francisco. Su padre, Walter, era médico y autor de libros de divulgación como “How to Live With Your Ulcer” y “Live at Peace With Your Nerves”. Por parte materna, los abuelos habían sido misioneros en China; el abuelo paterno emigró desde España a Estados Unidos. El propio Luis, de cabello rubio y ojos azules, nunca aprendió español y en la universidad lo apodaban “el sueco español”. Tras un accidente de montaña al terminar la secundaria, decidió que debía equilibrar su espíritu temerario con una preparación minuciosa.
El recorrido académico de Alvarez incluyó títulos en la Universidad de Chicago y una extensa carrera en Berkeley. Ambicioso, arrogante y a menudo irascible, también supo gestionar sus relaciones con superiores.
Un colega italiano lo describió como un “pequeño líder fascista, adulador con el Duce, pero cruel con sus iguales o subordinados”. Esta observación resulta llamativa, ya que la personalidad de Alvarez apenas asoma en la biografía, donde predomina su faceta de científico en el laboratorio, mientras su primera esposa se ocupaba de sus dos hijos en casa.

La naturaleza confidencial de gran parte de su trabajo le impedía compartir detalles con ella, aunque no mostraba la misma discreción en otros ámbitos. Durante unas vacaciones familiares en Idaho, entabló conversación con una pareja en el vestíbulo del hotel y habló en voz alta sobre asuntos clasificados. Una investigación oficial sobre su “campaña de fanfarronería” destacó su deseo de ser percibido como “todo un pez gordo”.
Este afán de notoriedad resulta aún más sorprendente si se considera que, según Nevala-Lee, Alvarez solía emplear “sus talentos en defensa de una narrativa autorizada”. El autor también lo describe como políticamente conservador. Tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, Alvarez criticó a los demás científicos de Los Álamos por volverse “casi neuróticos”, mientras él se mantuvo firme en su apoyo al uso de armas atómicas.
En el debate sobre el asesinato de Kennedy, seleccionó los resultados de su experimento con melones para descartar la hipótesis de un segundo tirador. Cuando utilizó rayos X para explorar pirámides egipcias, se quejó de los “piramidióticos” que lo acosaban con teorías sobre telepatía y psicoquinesis. Guardaba todas las cartas conspirativas que recibía en su “archivo de chiflados”.
Estos episodios, aunque presentes en “Collisions”, aparecen dispersos en un mar de detalles técnicos. Esta elección narrativa podría responder a la intención deliberada de no alimentar la imagen autopromocional de Alvarez y centrar la atención en el funcionamiento de sus laboratorios.
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