Si alguien valora sobre todo la capacidad de innovar de un músico debería acercarse a Bill Charlap. No porque este pianista norteamericano sea sinónimo de experimentación sino justamente porque se acomoda en la tradición del jazz para darles nueva vida a esos standards que todos conocemos de memoria. ¿O hay algo más de avanzada que arriesgarse a conquistar nuevas audiencias con los clásicos de siempre?
Lo saben quienes siguieron su evolución a lo largo de innumerables shows y una veintena de discos en trío o en dúo desde 1993 junto con Tony Bennett, Shirley Horn, Wynton Marsalis, Ron Carter y Cécile McLorin Salvant, entre tantos otros. Para algunos que lo tildan de “convencional”, Charlap les contesta desafiando los rótulos y consiguiendo nuevos fans con su impronta sutil. “No lidera un movimiento neotradicionalista, sino que interpreta un estilo tradicional con la misma maestría y matices que cualquier otro de su generación”, lo elogió el crítico Will Layman.
Este atildado hombre con pinta de gerente de un banco, nacido en Nueva York hace 58 años y casado con Renee Rosnes, también pianista de jazz, llegará por primera vez a la Argentina para brindar una serie de shows el jueves 3 y el viernes 4 de julio, a las 20 y a las 22.30, en Bebop Club, en Palermo, acompañado por David Wong en contrabajo y Carl Allen en batería.

Habitué de escenarios neoyorquinos como Lincoln Center, Birdland y el Village Vanguard, Charlap tiene todo lo necesario para convertirse en un músico al que hay que escuchar. No sólo por el Grammy que ganó, sino también porque los amantes de los datos curriculares destacados pueden valorar que haya sido director artístico del Festival Jazz in July de Nueva York durante 18 años y productor de conciertos para Jazz at Lincoln Center, el New Jersey Performing Arts Center (NJPAC), el Chicago Symphony Center y el Hollywood Bowl y que hoy sea director de Estudios de Jazz en la Universidad William Paterson en Nueva Jersey, fundado en 1973, y uno de los programas de jazz más antiguos y respetados del mundo.
Pero, más allá del CV, Charlap es uno de los más estilizados cultores del arte del trío (piano, contrabajo y batería), que en el jazz equivale a un santuario al que todos los pianistas quieren llegar para rendirle honor a “dioses” del género como Bill Evans, Thelonious Monk, Oscar Peterson, Lennie Tristano, Art Tatum, Hank Jones, Red Garland, Ahmad Jamal o Bud Powell, entre tantos otros.
Charlap, de todas formas, reconoció que le encanta la forma de tocar de Cecil Taylor y de Teddy Wilson, aunque aclaró que no intenta tocar como ninguno de los dos. Otro pianista del Olimpo jazzero como Kenny Barron lo elogió al ubicarlo en la misma línea que talentos como Tommy Flanagan y Hank Jones. “Es su toque. Sabe contar una historia. Sabe dejar espacios. No es sólo una acumulación de notas”.

Nuestro próximo visitante ilustre, en cambio, se define a sí mismo de manera realista. “No soy compositor. Mi vocación es ser un músico de jazz improvisador, interactuando con otros músicos, improvisando constantemente”. Y eso es lo que viene haciendo, en algunos casos con una constancia inigualable: durante unos 20 años formó una sociedad musical casi indestructible con el contrabajista Peter Washington y el baterista Kenny Washington.
En sus conciertos en Buenos Aires tocará con David Wong, un talentoso contrabajista de 43 años que se lució en la Vanguard Jazz Orchestra, fundada en 1966 por Thad Jones y Mel Lewis, y participó en la última grabación de Hank Jones, el baterista Carl Allen, que brilló al lado de Wayne Shorter, Herbie Hancock y Michael Brecker, dos compañeros de ruta con los que durante agosto tendrá otros shows en Estados Unidos.
Para Charlap, la música fue parte de su vida cotidiana desde chico. Por eso empezó a tocar el piano apenas a los 3 años. Se lo debe a su padre, Morris “Moose” Charlap, que fue compositor de comedias musicales de Broadway, y a su madre, Sandy Stewart, una cantante que salió de gira con Benny Goodman y recibió una nominación al premio Grammy por su interpretación del tema “My Coloring Book”, en 1963, e incluso llegó a grabar un disco a dúo con él, “Love Is Here To Stay”, en 2005, todo un compendio de lirismo jazzero.

Tanta influencia familiar lo llevó a estudiar música: se graduó en la High School of Performing Arts de Nueva York en 1984 y luego fue al Purchase College, aunque lo abandonó dos años después. ¿Por qué? “La escuela me impedía hacer lo que necesitaba hacer, que era acercarme a Art Tatum, Bud Powell y Bill Evans”.
El mismo contó a la revista JazzTimes que entonces decidió mudarse a un quinto piso sin ascensor en un departamento de Manhattan y alquiló un piano Steinway por 100 dólares al mes. Según recordó, de día practicaba y de noche tomaba el tren hacia el centro, en sentido contrario, para escuchar a músicos de la talla de Kenny Barron en lugares como Bradley’s. Hasta que un amigo, el pianista Bill Mays, lo recomendó para que lo reemplazara cuando dejó el grupo del saxofonista Gerry Mulligan. Charlap aceptó el puesto. Tenía 22 años. Allí comenzó todo.
Esa carrera en ascenso que inició tuvo puntos elevados. Uno de los tantos fue el disco a dúo con Tony Bennett, “The Silver Lining: The Songs of Jerome Kern”, de 2016, que ganó un Grammy y siguió la línea que el cantante había iniciado nada menos que con Bill Evans en el célebre álbum editado en 1975.

Más allá de sus actuaciones en vivo, que nunca detiene (el 22 de julio volverá a tocar a dos pianos con su esposa en el club Birdland de Nueva York), Charlap acaba de lanzar su nuevo álbum, “Elemental”, con la cantante Dee Dee Bridgwater.
“Todo arte se trata de ser uno mismo, dejarse llevar y guiarte por tu voz interior más auténtica. No me siento responsable de ser el custodio de nada. Hay una gran línea que va de Joplin a Jarrett y la actualidad. Para mí, se trata de sentir todo el lenguaje y encontrar mi camino en él. Y me encantan los compositores. Es algo natural para mí. Crecí viendo cómo se escribían estas canciones”.
Palabra de Charlap, ese artista “acusado” de convencional, pero que termina siendo más de vanguardia que muchos de sus colegas. A veces, la experimentación puede alejar a la gente de la música. Y este pianista de look y estilo atildados logra lo contrario. Hacer del jazz un arte apto (e irremediablemente atractivo) para todo público.
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