
Querer es perder reúne siete relatos de Salomé Esper donde lo familiar y lo cotidiano se ven alterados por situaciones inesperadas. La autora de La segunda venida de Hilda Bustamante, llega ahora con historias que abordan relaciones familiares, de amistad y de pareja dentro de escenarios comunes, como el barrio y el club, pero un giro inusual provoca nuevas revelaciones en los personajes, quienes dejan ver contradicciones y matices.
Los relatos exploran emociones diversas: la incomodidad de un melodrama familiar, el tono ligero de la comedia costumbrista, el cruce entre llanto y risa en una atmósfera de realismo fantástico, o la ternura de una fábula adulta. En cada caso, los personajes habitan rutinas que, al romperse, permiten observar deseos y miedos ocultos.
Salomé Esper nació en Jujuy en 1984. Es poeta, narradora y editora. Reside en Córdoba y estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba. Antes de publicar Querer es perder, dio a conocer dos libros de poesía y la novela La segunda venida de Hilda Bustamante, traducida al italiano y al portugués tras su impacto local.
Aquí, un fragmento de Querer es perder
La carla
Carla comienza a trabajar hoy en el club. Doña Sara por fin se retira para viajar con el marido, jubilado antes que ella, así que prepara a Carla para ser su reemplazo. Nadie puede reemplazar a Doña Sara, se escucha en los pasillos por lo bajo, nadie quiere que se vaya. Hay una gran diferencia de edad, Doña Sara ya está pisando los setenta y la chica nueva es joven, aunque tenga la escuela más reciente y uno que otro curso enlistado en la media hoja de su currículum, lo que tiene Doña Sara es que todos la quieren. Algo de eso le llega a Carla, pero no se demora pensándolo. Le hace falta la plata, les hace falta, a ella y a su familia, no recuerda bien cuándo no hizo falta. Hace rato está buscando trabajo y cada capacitación que hace, aunque sea gratis, parece poner más nerviosos a sus padres, a su misma edad ellos ya tenían años de experiencia, una casa, una hija. Carla se preocupa aunque no desespera, tiene un carácter tranquilo, sin grandes pasiones. No ha encontrado todavía algo que la haga sentirse verdaderamente viva, que la arroje dentro de sí misma con la vitalidad exasperante con la que otros habitan el mundo y ella simplemente no. Pero la realidad apremia, y sus padres, y las cuentas. No puede tomarse más tiempo en adivinar qué le es enteramente propio, solo suyo.

Llega al club temprano el primer día, todavía tiene el pelo negro, grueso, abundante, atado prolijamente. Desayuna con Doña Sara, que le regala un cuadernito para anotar todas las tareas, con la promesa de que así se va a organizar mejor, ella antes anotaba todo en papelitos sueltos y después qué líos tenía. Carla la escucha hablar y también quisiera que Doña Sara se quedara. No la abruma la descripción del trabajo, aunque es un puesto ambiguo donde parece hacerse cargo de todo, pero cuando se vaya Doña Sara va a estar sola, todavía no ha conocido a nadie.
La primera semana se esfuerza y se mezcla con la gente en el comedor. Evita la mesa de los deportistas, busca a los administrativos. Charla un poco y hasta se ríe. Liliana tiene casi la misma edad que ella y ya está casada, a Carla le falta un año para eso aunque todavía no lo ha decidido. Falta poco. Le preguntan si conocía desde antes el club y les cuenta que de chiquita iba a ver jugar a su papá. Hernán y Juan muestran un repentino interés. «¿Tu papá es el Loco Yáñez?». Ella sonríe y asiente. El Loco Yáñez era, antes que el padre de Carla, el 9 indiscutido del club a la misma edad que tiene ella ahora. Pero era una edad mucho más pesada y larga para el Loco, no había logrado dar el gran salto, hacer de esa pasión su único modo de vida. Poco tiempo después tuvo que dejar el fútbol para conseguir otro trabajo, la plata no alcanzaba, él no se hacía más joven, el sueño de jugar en un equipo grande se desvanecía, se había desvanecido hacía rato, mucho antes de lo que él quiso aceptar.

Cuando Carla contó que en el club había una vacante pensó que su papá se alegraría, de alguna manera iba a trabajar donde él trabajó, no como su papá hubiera deseado porque no pudo solucionar en tantos años de vida ese detalle de no ser el varón que él esperaba. En cambio, cuando le contó, el Loco levantó las cejas sin dejar de mirar el plato, arrastrando los restos de guiso con un pedazo de pan que se metió enseguida a la boca, miró a un costado como si fuera llamado por otra cosa que no estaba ahí, y se levantó de la mesa.
Entre las múltiples tareas a su cargo, Carla tiene que ordenar y guardar las revistas que llegan al club y alguna que otra donación de libros y fascículos de interés general que se archivan en la sala biblioteca donde los más chicos a veces hacen los deberes. Ordenando las revistas deportivas, se acuerda clarito de un cumpleaños en que su papá la llevó caminando de la mano al kiosco para elegir un libro de cuentos, de cómo le dijo que algún día él iba a salir en esas revistas que colgaban, triunfantes.
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