Construir en cuarenta años una capilla románica, un claustro y luego una gran iglesia gótica utilizando técnicas de la Edad Media es el “loco” desafío de una asociación del suroeste de Francia que apuesta por la dimensión social del proyecto.
En un extenso terreno verde en Lande de Fronsac, cerca de Burdeos, unas ovejas pastan tranquilamente no muy lejos de un pequeño grupo de hombres y mujeres vestidos con atuendos medievales que preparan barro con grandes palas.
“Bienvenidos al siglo XI, al taller medieval de Guyenne (antigua provincia del suroeste de Francia), donde vamos a revivir la epopeya de los constructores de catedrales y relatar 300 o 400 años de evolución arquitectónica en 40 años”, explica Valéry Ossent, ingeniero de obras públicas de 43 años y creador del proyecto.
“Hoy en día se hace mucha restauración patrimonial, a veces en tiempo récord y con alta tecnología. A mí lo que me interesa es construir algo nuevo con técnicas antiguas”, explica este apasionado por los oficios del patrimonio.

Invita a los visitantes a imaginarse en el año 1025, y a observar como una comunidad de monjes construye una capilla en este terreno.
Un año y medio después del inicio de la obra, los muros de piedra y barro ya alcanzan 1,5 metros de altura.
“En el siglo XI se construía con lo que se tenía a mano, con las piedras disponibles. Como un Lego gigante”, detalla Fredéric Thibault, cantero de 51 años que dirige la obra y coordina a un centenar de voluntarios, regulares u ocasionales.
“Recuperamos gestos simples y la falta de profesionalismo de los voluntarios es fascinante, porque nos permite reencontrarnos con la ingenuidad de los constructores de la época. Lo que hay que hacer es aprender a desaprender”, insiste este maestro artesano.

Después de la capilla se construirá un claustro y luego un gran edificio gótico, similar a las catedrales de esa época, con vitrales, bóvedas de crucería, rosetones y gárgolas.
Como existen muy pocos manuscritos del siglo XI, el proyecto cuenta con el respaldo de un comité científico, cuyos miembros, en su mayoría, trabajaron en la restauración de Notre Dame de París tras el incendio de 2019.
Desafío técnico
Más allá del “enorme desafío técnico, reconforta tomarse el tiempo para hablar de belleza y transmitir el conocimiento a futuras generaciones”, destaca Ossent.
También surgió una “dimensión social” en el proyecto. “Cuando uno se instala en un territorio por décadas, debe hacer partícipes a sus habitantes, especialmente a los más vulnerables”, explica el ingeniero, que convirtió el lugar en un “taller de inserción”, contratando a personas desempleadas que se forman allí mismo.

La asociación también recibe en el sitio a personas con discapacidad, exreclusos y menores no acompañados.
“El lazo social que se crea aquí ya es en sí mismo un éxito”, considera.
Los voluntarios ya construyeron una vivienda de barro y paja, una fragua, un torno de carpintería, un jardín medieval con más de 70 especies de plantas medicinales y aromáticas, y están preparando la cabaña de los carpinteros, el horno de pan y hasta un gallinero.
“Cuando uno llega se sumerge en otro mundo, lejos del siglo XXI. Es una pausa que nos hace bien, nos permite desconectarnos momentáneamente de las preocupaciones de una vida cotidiana que va demasiado rápido”, comenta Corine Tanquerel, una voluntaria.

“Es apasionante poder participar en un proyecto donde soy útil, dejar algo, aunque no vea su final”, agrega esta mujer de más de 60 años, que confeccionó ella misma su traje medieval.
“El ‘final’ de la obra no es el objetivo. Lo que nos interesa es el camino recorrido”, indica Ossent, para quien uno de los mayores retos será asegurar la financiación.
Actualmente, los poderes públicos aportan solo 10% del presupuesto anual de 300.000 euros. El resto proviene de mecenazgo de empresas y particulares. El objetivo final es reunir 1,5 millones de euros al año.
Fuente: AFP.
Fotos de AFP: Philippe Lopez, video de Camille Cassou y Thomas Bernardi.
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