
1.
Cuando descubrí que alguien había compuesto una obra musical titulada 4′33″, donde el intérprete debía no tocar su instrumento y guardar silencio durante sus cuatro minutos y treinta y tres segundos de duración, estaba por cumplir 10 años. Quedé hechizado al instante. Me fascinó que una simple idea pudiera tener tanta potencia. Cuando intenté explicárselo al resto de la familia mientras cenábamos, recuerdo unas risitas, unas miradas cómplices, unas mordidas de labios, antes de que cada uno se zambullera en su plato de fideos con salsa bolognesa. Me entristecí por mamá, papá, abuela y hermana menor, notarlos tan lejos de aquel descubrimiento mágico.
Once años después, en el CBC para entrar a Comunicación, supe más: la obra había sido compuesta en 1952 por un teórico musical, artista y filósofo estadounidense llamado John Cage, cuyo material sonoro eran los ruidos que el espectador podía escuchar durante ese tiempo. Un silencio capaz de abrir nuevas experiencias sensoriales.
Veintiocho años después, luego de convertir la idea en signo, recuperé aquella potencia inoxidable como disparador para mi última novela.
Y todo fue cobrando sentido, en mágica sincronía.

Monte Silicia y el sonido del misterio se trata del tiempo. Detenerlo para empezar a contar de nuevo. Pero también, del pasado, del pasado del pasado, y del presente, en tiempo real... tan real que vos, lectora furtiva o cazador oculto, también podés ser protagonista: avatar de videojuego, integrante de fanfic colectivo, combustible de aventura transmedia.
2.
La novela nació en los pasillos de la Feria Internacional del Libro Buenos Aires, el año pasado. María Laura Caruso, editora de Hola Chicos, me propuso escribir una historia de tecno-horror para jóvenes. Tremendo desafío, porque si bien coordinaba talleres de creatividad e imaginación freestyle hace muchos años, nunca había orientado un libro a ese público.
¿Cómo escribir algo que dialogue con el ritmo extraño de este presente sobreinformado y fugaz, sin perder relieve? ¿Cómo crear una zona de encuentro entre adultos y jóvenes, donde podamos conectarnos mediante un proyecto narrativo de aprendizaje mutuo?
Entonces, chispazo epifánico, y apareció la clave: articular el cruce de códigos.
Monte Silicia y el sonido del misterio es una historia que contiene muchas otras historias zipeadas. Con cameos a la literatura clásica de aventuras y a relatos que transpiran los miedos contemporáneos en clave Stephen King, con cierto perfume de cine independiente, con ecos de rock experimental. Pistas cifradas que muchos lectores adultos reconocerán desde la primera página.

También hay secuencias de suspenso y acción, donde la inteligencia artificial, el fanfic, los videojuegos, la cultura hip hop y aquel túnel oscuro llamado deep web son capas de un ambiente digital que los lectores jóvenes reconocerán como escenario cotidiano.
Todo este remix literario psicoactivo es acompañado por el universo gráfico del gran Fer Calvi.
El libro busca estimular una conversación entre lo nuevo y lo clásico, entre las experiencias que los jóvenes pueden transmitir a los adultos y la sensibilidad de los adultos para entenderlas. Y viceversa.
3.
Las unidades mínimas de la novela son el silicio, materia prima que integra las entrañas de todo dispositivo tecnológico, y el tiempo.

Primer momento, 25 años atrás: corporación de capitales extranjeros arrasa la calma de un paraíso rural para construir una fábrica de microchips y el asentamiento urbano donde albergar a los trabajadores y a sus parejas. Período de auge económico, ejecutivos cazatalentos, inmigración masiva y estética neoliberal.
Segundo momento, 15 años atrás: crisis financiera, fase recesiva y prosperidad baby boomer casi surreal. Hasta que la fábrica cierra abruptamente y la sociedad se fragmenta. Algunas familias optan por el éxodo. Otras, deciden quedarse en modo supervivencia.
Tercer momento, hoy: los jóvenes de la denominada “generación chip” ya son adolescentes y diseñan un plan para investigar el origen de varias situaciones raras, inexplicables, que siguen ocurriendo día tras día desde la era del colapso: cada tarde, a las 4:33 p.m., el tiempo se detiene, mientras un barullo noise amplificado por mil suena en todos los rincones, y la realidad se congela. Dura algunos minutos. Cuando el tiempo vuelve a transcurrir, los habitantes de Monte Silicia recuperan la conciencia, pero nadie recuerda lo qué sucedió.

En un bucle enredado de caos y control, se forman conexiones aleatorias: Kafka, The Backrooms, combate de Gauchos Punk versus la Yakuza japonesa en clave anime, espionaje post Guerra Fría, canciones de rap, un programa de podcast en vivo, visitas a la fábrica abandonada, fricciones del mundo adulto, una historia de amor, mitología creepypasta, paseos por sueños en pantallas de cine, la búsqueda de un padre ausente, la amistad, el trabajo en equipo, el descubrimiento de la justicia social, una antigua grabadora de cinta magnética y una peligrosa mascota híbrida multiespecie agazapada tras un halo de ternura glitch.
4.
Las referencias a El Gaucho Martín Fierro también tienen su peso.
Por un lado, el territorio virgen del momento previo a la construcción de Industrias Silicia, cuando aún era escenografía de idilio salvaje que luego sería fábrica, pueblo y civilización.
Por otro, si el poema fundacional de José Hernández inaugura la “voz del otro” en la literatura argentina, en Monte Silicia y el sonido del misterio es el cuerpo lector quien debe tomar la posta para amplificar las posibilidades del relato.
Acá “la voz del otro” es una identidad colectiva, en este presente de hiperindividualismo. La prolongación digital del libro busca poner en juego esa construcción, tanto dentro como fuera del aula
¿Acaso existe algo más estimulante para facilitar la comprensión lectora y la escritura creativa que el ejercicio de compartir textos, tan propio del formato fanfic?
Me gusta proyectar el impulso de este experimento narrativo, aun sin saber cómo será en el futuro. Porque la literatura sigue siendo un espacio donde podemos hackear la realidad, abrir nuevas posibilidades de sentido y encontrar, en el caos de esta era, un código común para seguir contándonos historias.
Fotos: Gentileza Esteban Castromán.
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