
¿Cómo nace una obra teatral? ¿Dónde o cuándo surge el germen que se convertirá luego en un espectáculo que convoque al antiguo rito de comunión entre los actores y el público? La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando, dicen que dijo Picasso. Así, trabajando estábamos cuando las musas aparecieron.
Cuerpos poéticos en el espacio intenso y vivaz del Teatro-Estudio El Cuervo jugaban a crear verdades propias lanzando piedrazos al espejo de la imitación realista. Leer Hamlet había sido la consigna del maestro Pompeyo para entrenar en esos encuentros. ¿Hacer una obra de Shakespeare era el fin de tal encargo? No. Era una excusa para habilitar un imaginario potencial, un imaginario que se cruzara con miles de efímeras combinaciones de palabras, formas, gestos, objetos.
Desvencijados mapas, deshojados libros, deterioradas máquinas de escribir, arrugadas banderas, añejos escritorios, iban concertándose aleatoriamente con los textos y las corporalidades para crear insólitas conjugaciones. Gertrudis y Claudio eran a la vez reyes y burócratas, Ofelia podía ser Eva, Laertes y Polonio, trabajadores sindicalizados o intrigantes cortesanos. Fue así como Hamlet se hizo portador de una bandera argentina, fue obligado a aprender el Himno Nacional o atravesar infinitos trámites administrativos para obtener su ciudadanía.
Esa experiencia quedó mucho tiempo rondando en mi cabeza. Lo nacional y lo extranjero. Lo nativo y lo foráneo. Hamlet en un tiempo y lugar que no le pertenecen. Hamlet como sujeto de un adoctrinamiento grotesco y anacrónico. Casi como por decantación, un nuevo territorio hizo su aparición: la escuela. El modelo sarmientino de educación tradicional como buque insignia de la construcción de la identidad nacional y los resabios de ella, espectrales reminiscencias decimonónicas que aún flotan en las aulas actuales, revestidas de rituales perpetuados en su forma, pero vacíos de contenido.

Por varios meses esas ideas fueron solo un deseo. Pero un día me propuse buscar las coordenadas geográficas de Elsinor, patria de Hamlet, e invertirlas, darles la vuelta. Latitud y longitud quedaron patas arriba y los grados, minutos y segundos confluyeron en un punto muy austral del Atlántico. Una paralela línea imaginaria bastó para alcanzar tierra firme y conducirme a un desolado paraje fueguino. Un paraje bañado por las aguas que arrecian desde el Estrecho de Le Maire y se cobijan en la Ensenada Patagones. Allí estaba el nuevo escenario: una escuela patagónica, situada en el último rincón del continente.
Con el deseo transformado en intención, me acerqué entonces a varios compañeros que entrenaban conmigo en el estudio de Pompeyo. Les propuse transmutar esa nebulosa de propósitos y pensamientos en una obra que convirtiera a Hamlet, la escuela y lo nacional (aquellos territorios aparentemente incompatibles), en una nueva verdad escénica. Y dijeron que sí. Y me siguieron en la incertidumbre de escribir y dirigir mi primera obra. Y las mañanas de los sábados se convirtieron en terreno de experimentación en El Cuervo.
Poco a poco, la configuración imaginaria se iba poblando: el viento, las turbulentas aguas del estrecho, la decadencia estructural, las añejas costumbres escolares. Un tercer territorio se precipitó y se coló en el panorama: lo originario. La otra cara de la moneda de lo nacional, la cara olvidada por la elite criolla fundadora de la patria. La palabra rota y los cuerpos extrañados construyendo abigarradas formas comenzaron a desenmarañar las ideas para transformarlas en improvisaciones. El ida y vuelta entre la escena y la escritura fue lo que marcó la primera instancia del proceso. Al cabo de dos meses, el primer tercio de la obra estaba escrito. Pero aún quedaba un largo camino por recorrer.

Llegó el verano y la investigación escénica se detuvo. Había llegado el tiempo de sentarse a escribir sola, sin el sostén de los cuerpos experimentando en acción. Vino el tiempo de otro tipo de investigación, una indagación más profunda en los universos simbólicos que se habían abierto. Releer los textos de Shakespeare, impregnarse de la antigua terminología patriótico-escolar a través de libros y manuales de antaño, conocer la cultura de los pobladores originarios de Tierra del Fuego, sus costumbres, sus rituales. Sorprenderse con la historia del francés Antoine de Tounens, autoproclamado Rey de la Patagonia. Ver imágenes, películas, escuchar música, empaparse de información para transformarla en poesía. Un tiempo de alquimia silenciosa y solitaria.
Pero no fue un proceso exento de altibajos. Contrariamente a lo que se pueda pensar, el verano es para mí un tiempo donde la depresión acecha. Y el verano de aquel año no fue la excepción. El ánimo naufragaba, la alquimia no se producía, las palabras eludían la voluntad de ser escritas. Los pensamientos viajaban por terrenos pantanosos y se hundían sin explicación. Marzo estaba a la vuelta de la esquina y los actores esperaban ansiosos el texto final para comenzar los ensayos.
No recuerdo que me habré dicho a mí misma, o si el sentido de responsabilidad para con el grupo pudo más, sólo sé que poco a poco y después de librar algunas batallas, las páginas empezaron a cubrirse de palabras. Una a una, escrupulosamente elegidas, fueron surgiendo como pequeñas lanzas que agujereaban mi desánimo y luchaban como guerreros insurgentes frente al abatimiento. A principios de abril, finalmente, el texto estaba listo y los ensayos podían comenzar.
La epopeya de ensayar merecería un capítulo aparte. Actores que se van y otros que llegan, cambios de sala de ensayo, traslados de escenografía en cualquier vehículo que lo permita, pedido de subsidios, colaboración desinteresada de los amigos, meses de arduo trabajo que exceden a las tareas escénicas. El rompecabezas fue encontrando su forma. Octubre llegó y con él el estreno. Abril de este año nos volvió a reunir en una segunda temporada y la aventura continúa.
Pieza a pieza, Hamlet de Patagones se fue convirtiendo en una obra que apuesta a la ironía sin solemnidad para encender la reflexión acerca de algunos de los aspectos más grotescos de nuestra idiosincrasia.
*Autora y directora de Hamlet de Patagones, que se presenta todos los sábados a las 20.30h en Ítaca Complejo Teatral (Humahuaca 4027, C.A.B.A.)
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