
Cuando un joven Jorge Mario Bergoglio enseñaba literatura en un colegio de Santa Fe a mediados de los años sesenta, quizás no imaginaba que, décadas más tarde, ya como líder espiritual de más de mil millones de católicos, continuaría hablando de novelas, poemas y tragedias clásicas con la misma pasión que en aquellas aulas argentinas.
Con la muerte del Papa Francisco, ocurrida el último lunes, no solo se cierra un capítulo en la historia reciente del Vaticano. También queda trazado un mapa literario único que acompañó toda su vida, reflejo de su sensibilidad humanista, su interés por la belleza y su compromiso con una espiritualidad encarnada en la cultura.
Este itinerario de lecturas, que fue delineando a lo largo de entrevistas, discursos, cartas y escritos apostólicos, incluye obras canónicas, autores olvidados y joyas literarias que el pontífice no se cansó de recomendar.
La literatura, sostenía, no debía ocupar un lugar secundario en la vida del creyente: era una vía directa a lo profundo del ser humano. “Nos ayuda a desarrollar una empatía imaginativa”, escribió en una carta publicada en julio de 2024, en la que llamó a incorporar novelas y poesía en la formación de los futuros sacerdotes.

Dante, Dostoyevski y la redención
El título de obra más citada por Francisco probablemente corresponda a La Divina Comedia, de Dante Alighieri. El pontífice le dedicó en 2021 una carta apostólica, Candor Lucis Aeternae, en la que lo definió como un “poeta de la misericordia”, y destacó su capacidad para mostrar siempre la posibilidad de cambio, conversión y encuentro. La Comedia —en palabras del Papa— era “un tesoro cultural y religioso” que ofrecía esperanza en un tiempo de crisis.
Otro autor recurrente en su magisterio fue Fiódor Dostoyevski. Francisco mostró especial admiración por Memorias del subsuelo, novela breve publicada en 1864 que calificó como “una joya”. En ella, el narrador reflexiona desde la contradicción y el resentimiento, cuestionando la razón ilustrada. El Papa encontró en esa obra una ventana al drama del alma humana, un reflejo de sus propias preocupaciones existenciales.

Distopías, conversiones y santos invisibles
A ese canon se suma un libro menos conocido, pero que el Papa recomendaba con frecuencia: Señor del mundo, del sacerdote anglicano convertido al catolicismo Robert Hugh Benson. Escrita en 1907, la novela plantea un futuro en el que un carismático líder —símbolo del Anticristo— manipula a la humanidad en nombre de un humanismo vacío. Para Francisco, el texto retrata la “concepción imperialista de la globalización” que veía como una amenaza para la dignidad humana.
Dentro del mundo católico, el pontífice mostró afinidad por la obra del francés Joseph Malègue, en particular por su trilogía inconclusa Pierres noires. Francisco decía sentirse identificado con su concepto de la “clase media de la santidad”: hombres y mujeres anónimos, que viven la fe desde la paciencia y el sacrificio cotidiano. “Veo la santidad en el pueblo paciente de Dios”, expresó en una entrevista.

Literatura argentina y recuerdos de infancia
Entre los escritores argentinos, Leopoldo Marechal ocupa un lugar destacado. Francisco recomendó Adán Buenosayres, así como otras dos novelas del autor —El banquete de Severo Arcángelo y Megafón o la guerra— por sus imágenes sobre el mestizaje, la armonía de las diferencias y la ciudad de Buenos Aires, cuyo espíritu impregna la narrativa. El propio Marechal había atravesado una crisis espiritual que dejó huella en sus textos, algo que el Papa solía señalar.
La lista incluye también a Alessandro Manzoni, autor de Los novios, libro que Francisco leía desde niño. Su abuela le había enseñado a recitar de memoria el inicio de la obra. “Leí el libro tres veces y ahora lo tengo sobre la mesa para releerlo”, dijo en 2013. A sus ojos, se trataba de una historia donde personajes pequeños se convertían en instrumentos de la Providencia.
Fantasía y poesía
De modo sorprendente, Francisco también reivindicó la literatura fantástica y juvenil. En su carta de 2024, citó explícitamente a Las crónicas de Narnia, de C.S. Lewis, donde veía un escenario simbólico para hablar de fe, redención y valentía. Recomendaba su lectura incluso en seminarios, junto a obras de mayor densidad filosófica.
En el terreno de la poesía, sus afinidades eran profundas. Además de T.S. Eliot, autor de La tierra baldía, el Papa expresó su admiración por Jorge Luis Borges, con quien trabó amistad en los años setenta, y por Friedrich Hölderlin, del que destacaba una oda dedicada a su abuela. El poema, decía, le recordaba a su propia abuela, y citaba con frecuencia sus versos finales: “así pueda el hombre cumplir la promesa del niño que fue”.
Más allá de los géneros y las ortodoxias, el Papa confesó haber disfrutado la lectura de Tarde he llegado a amarte, de Ethel Mannin, novela en la que la protagonista, tras un evento traumático, reconstruye su vida desde una sensibilidad espiritual. La obra, que incluye escenas de carácter sexual descritas sin eufemismos, fue valorada por el pontífice por su profundidad emocional.

Lectura como acto espiritual
Francisco no concebía la lectura como un lujo o una distracción, sino como un acto espiritual. En su última gran carta sobre el papel de la literatura, publicada en ocho idiomas en 2024, escribió: “No debemos olvidar nunca lo peligroso que es dejar de escuchar la voz de los demás”. En tiempos de sobreinformación y aislamiento digital, leer —afirmaba— era “detenerse a mirar y escuchar”.
En esa carta también recordó su paso como docente: cuando sus alumnos le pedían a García Lorca en lugar de El Cid, decidió dejarles lo obligatorio como tarea y hablar en clase de lo que realmente les interesaba. “No hay nada más contraproducente que leer algo por sentido del deber”, escribió.
Con la muerte de Jorge Mario Bergoglio, desaparece un Papa que fue también un lector incansable atento al alma humana. Pero quedan sus libros favoritos: testimonios silenciosos de su mirada sobre el mundo y de su fe en el poder transformador de las palabras.
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