
Cuando, en 2022, Mario Vargas Llosa se separó de la mediática Isabel Preysler muchos volvieron sobre un cuento que había publicado dos años antes online. Con palabras durísimas, el Nobel peruano parecía haber anticipado el fin de esa pasión. “Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón”, decía ahí. Y también: “Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita; volverá a mi memoria, sin duda, aunque, si no volviera, tampoco me importaría. Nunca la quise.”

Los Vientos
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Leamos, la editorial digital de Infobae, decidió publicar ese cuento, darle formato de libro electrónico y ponerlo a disposición de los lectores, dentro de su colección Biblioteca Leamos.
Por supuesto el autor -que murió este domingo en Lima, negó que el relato tuviera que ver con Preysler: “Nunca jamás en la vida se me hubiera ocurrido ridiculizar a Isabel. En esa época yo me llevaba muy bien con ella”, dijo a los medios. Pero habia motivos para creer que eso podía haber pasado. Después de todo, una de las grandes novelas de Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor -una verdadera clase de escritura- tiene que ver con su primer matrimonio: a los 19 años Mario Vargas Llosa -en la novela, “Marito”- se enamoró de su tía Julia Urquidi y se casó con ella.
Sin embargo, Los vientos es mucho más que el arrepentimiento por abandonar a su mujer de toda la vida e, incluso, más que esa osadía de tener como protagonista a un hombre viejo que va largando sus vientos (sus gases, sus pedos) y llega hasta la escatología: “En el sueñecito de la avenida del Pintor Rosales se me había salido la caca, y no me importaba tampoco”. Es algo sobre la valentía de poner ese cuerpo en decadencia a decirle cuatro verdades al mundo contemporáneo. Un gesto algo punk: no hace falta ser un adonis para ver lo que anda mal. El personaje de Vargas Llosa vive en el futuro y tiene la edad que él hubiera tenido en esos años. Prácticamente centenario. Se olvida de todo. ¿Y qué? Le queda la agudeza suficiente para ver lo que está mal. ¿Un alter ego? Sí pero extremo: Vargas Llosa no estaba como su personaje, o no parecía.

Cuanto más maltrecho el personaje, cuanto más físicamente degradado, cuanto más al borde de la extinción, más fuerza cobran sus palabras. Porque Los vientos es una crítica despiadada del mundo contemporáneo. Ocurre en un futuro próximo pero apunta a tendencias que ya aparecen. A la vez, es la manera en que se ve el mundo a medida que pasan los años: diferente, ajeno y, en tanto ajeno, incómodo. Y peor. No fue Vargas Llosa quien inventó lo de “todo tiempo pasado fue mejor”, algo que no es ni verdadero ni falso de manera general, pero sí un efecto de la edad.
En Los vientos, el protagonista es un ex periodista que, tras salir a protestar por el cierre de cines, se encuentra desorientado en Madrid, incapaz de recordar dónde vive y sin su celular. A medida que camina, reflexiona sobre diversos aspectos como la cultura, la literatura, la política y el vegetarianismo. Este personaje, vestido con pantalones sucios, posee una formación sofisticada desde la cual observa cómo la cultura ha derivado en superficialidad y espectáculo. Su vida, anclada en el siglo XX, resalta los cambios que poco a poco dejan atrás a quienes no logran adaptarse.
Ese hombre al borde del mundo lanza, con Los vientos, una invectiva, ese género definido como un “ataque violento” y que tan bien cultivaron autores como Louis-Ferdinand Céline y Fernando Vallejo. Una invectiva contra los tiempos que corren y que da cuenta de la cercanía del propio final.

En ese mundo se acaban los cines y ya no hay librerías, aunque no se ha acabado la escritura: los textos están digitalizados. El hombre no se queja de la digitalización pero sí de la Inteligencia Artificial: “Quién iba a tomar en serio una novela fabricada por un ordenador de acuerdo a las instrucciones del cliente: ‘Quiero una historia que ocurra en el siglo XIX, con duelos, amores trágicos, bastante sexo, un enano, una perrita King Charles Cavalier y un cura pederasta’. Como quien encarga una hamburguesa o un perrito caliente, con mostaza y mucha salsa de tomate”. (Infobae hizo la experiencia, y le pidió a la Inteligencia Artificial un relato con ese argumento).
El arte contemporáneo también cae en la volteada: “Las llamadas galerías de arte, en cambio, me parecen unos cirquitos fracasados en la gran mayoría de los casos. O teatros de unas mojigangas ridículas. En la última que visité, hace unos meses (¿o años?), la Malborough, de Madrid, exhibía bajo el título “Arte para la fantasía y la imaginación” unas pinturas inmateriales del famoso Emil Boshinsky. Por lo pronto, no sé por qué es tan famoso ese estafador”, dice.
Vargas Llosa está hablando de los NFT, certificados digitales de autenticidad asociados a un archivo digital, que no se puede duplicar. Una forma de poder darle un dueño a cosas difíciles de guardar. Por ejemplo, en 2021 se vendió un dibujo digital, el Nyan Cat, por casi 600.000 dólares: es una imagen que se puede ver en Internet. ¿Qué compra el que compra?
El peruano señala que los jóvenes no tienen sexo, se extraña de que no coman carne, reconoce algunos avances científicos. Pero apunta -es Vargas Llosa- a la política. Y es agudo: “El ‘franquismo’ actual es de otra índole: sin caudillos ni partidos extremistas, sin fusilamientos ni torturas, todo muy científico, apoyado en la física y las matemáticas, y, sobre todo, en el dominio absoluto de las pantallas y las imágenes sobre la razón y las ideas”.
Se habló del cuento de ese amor de la pichula. Los vientos es muchísimo más, es una radiografía de un mundo futuro que prende todas las alertas sobre el presente. Con toda la lucidez de Mario Vargas Llosa.
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