
Si tenemos que ubicar un comienzo podríamos mencionar la palabra: pedido. Si, puede que Cecilia y el lagarto nazca de la escritura de un texto a pedido: un amigo de Jazmin tiene una banda de boleros y le encarga a un grupo de personas leer un texto antes de su show. A cada una le asigna una canción y a partir de esa escucha la premisa es escribir algo. Esto no me va a salir, piensa ella. Igual, acepta. “Silencio” de Rafael Hernandez Marin es el bolero que le toca. La canción dice, "Yo no quiero que las flores sepan los tormentos que me da la vida. Si supieran lo que estoy sufriendo, por mis penas llorarían también". Justo en esos días Jazmin está con angina por un mal de amores, otra vez. La repetición. Un mal de amores que le recuerda a otro anterior y a otro y a otro, como si todos tocaran el mismo dolor. ¿Qué es lo diferente esta vez?
Una amiga va a su cuidado y le dice: Si te duele, escribí. Y con esas palabras aliviana todo, o una parte. Jazmin escribe. Lee el texto antes del show y algo sucede, no sabe bien qué es, pero es. Al terminar, una mujer que no conoce se le acerca y le dice al pasar, como soplando una vela de cumpleaños: Lo que leíste puede ser una obra de teatro. Ese soplo motoriza lo que sigue y casi como poseída continua la escritura.
¿Quién está decidiendo? ¿La vida o ella? ¿Hay borde? Mientras escribe siente que lo que se desata es algo que ya escribió. Que ya sintió. Como el desamor. Continúa desenlazando la intuición de obra junto a Cynthia Edul, que la guía en esto que le aparece, que no sabe muy bien de donde brota, pero brota. Algo del desamor se derrama en las palabras, que a su vez están enlazadas con experiencias y pruebas actorales, “cosas” que le divierten actuar.

La escritura termina y es aquí donde podemos situar otro comienzo. Para Agustina quizás sea este. Se conocen, porque comparten clases de actuación en lo de Alejandro Catalán y aunque ellas todavía no lo saben, acá empieza algo nuevo en su amistad reciente. Es marzo, de tarde, Agustina visita a Jazmin. Meriendan, se alistan para asistir a una de las últimas fiestas de ese verano, hablan de la obra: escribí una obra, un monólogo. En ese momento Agustina siente en el pecho “Quiero”, una chispa que enciende una vela, una fogata, una llamarada. Ella respira, la tarde sigue. Cae la noche y el deseo se confiesa: Quiero dirigir la obra. Agustina propone juntarse y continuar el trabajo que vienen haciendo en clases de actuación. Jazmin acepta. Ninguna sabe muy bien qué ni cómo, solo hay un texto y ganas de existir juntas. Un quiero que se entreteje con el pedido.
Más que tu personaje o la obra, actuarás la razón por la que actúas, dice Alejandro Catalán en Actores Sueltos. No esperes el personaje o la obra de tu vida, espera a tus compañeros. Juntarse con los cuerpos que te despierten el deseo de aprender su manera de vivir. Esos mensajes florecen en ellas. Se juntan durante casi un año a charlar, bailar, cantar, llorar, reír, rabiar; ser durante un rato. Prueban en sus cuerpos lo que fue escrito, descartan algo, suman otro poco, van dejando que se devele lo que nunca antes podrían haber pensado, imaginado, planeado, al menos no conscientemente. Cada vez que ensayan se conocen más, la amistad crece, se multiplica. Ensayan 3 veces por semana, a veces más, a veces menos. Algunos días se enferman y no hacen nada. Otros, toman mates y comparten cómo reverberan en sus propias historias las palabras que pronuncia Cecilia.
Cecilia vive en Rio Cuarto, es dueña de un vivero que ha heredado, cuida y habla con sus flowers. Una noche sale a bailar a la fiesta de la cerveza y se enamora de un lagarto. El lagarto trae consigo un hechizo y al partir, es ella quien queda hechizada. Ahí comienza la tragedia. Cecilia mezcla el inglés con el cordobés, habla en su propio idioma, como el idioma que se inventa cuando se canta o cuando dos que se aman se juntan. ¿Su manera de hablar está teñida de un amor reptiliano? ¿Qué queda en nosotros cuando el amor termina? ¿Qué es lo que termina cuando se termina? Durante los ensayos se produce una especie de exorcismo de amores y desamores que pasaron por ellas. El ensayo como un túnel de presencia. A Agustina se le pega la tonada cordobesa y a Jazmin se le vuelven los ojos turquesas. A veces sienten que pueden nada. Otras un poquito. Algo. Otras veces parece que pueden todo.

Agustina devela cosas que no se dicen, pero están. Captura hasta lo que Jazmin piensa, alumbra lo invisible. La escultura está en la piedra y ella lo sabe, la ayuda a emerger. Lo que le pasa a una le pasa a la otra. Las sensaciones y los cuerpos de las dos se funden, ya no hay borde. Se dan cuenta de que “hacer una obra” es la excusa, el pulso está en el disfrute de encontrarse. “La obra” emerge, toma cuerpo en ellas, en el espacio, las palabras se disuelven en sonoridad y sensaciones. El grupo se ensancha y atrae a otros compañeros de clases de actuación: a Diego Veggezzi, que con su música en escena continúa el tejido del universo de Cecilia y lo engorda en texturas, colores y aromas. Y a Yannick Duplessis que se suma a la asistencia de dirección y con su presencia nutre, expande y contiene al grupo. Entre los cuatro continúan creando, ahora son partes de un mismo cuerpo y se dan cuenta que el universo de la ficción que los envolvió es de una profunda intimidad, que está ligada al encuentro sensible del grupo. Y sobre todo a la entrega actoral del cuerpo de Jazmín, de sus ojos penetrantes y su pelo enmarañado. Confirman que la actuación es un tesoro que condensa la poesía de existir y que necesariamente es para compartirse. Es una invitación a entrar juntos en una nueva dimensión del tiempo y el espacio. Qué vértigo, qué locura, piensan y se dicen.
Aquí podemos sumar un tercer comienzo, aunque las cosas ya vengan rodando, hay una nueva vuelta del espiral que trae otra sensación de inicio, como volver a enamorarse. Siempre igual, pero distinto. Al pedido y al quiero, se le suma la apertura. El día elegido es el 21 de septiembre y, a tono con las plantas que florecen en el vivero de Cecilia, se celebra la primavera y el estreno de la obra. Las puertas se abren y se reciben nuevas personas al mundo embrionado durante los últimos meses. Jazmin piensa: No voy a poder. Me voy a morir. Las ideas se adelantan a la experiencia. Quieren frenar lo inevitable. Pero la vida es más fuerte, la actuación es más fuerte y propulsa esa fuerza misteriosa que hace que las cosas sucedan. La “obra” sucede, el amor sucede, la actuación se cuela y los habita, el tiempo compartido es el humus que suelta a Cecilia y la hace vivir en escena. Juan Carlos Kreimer en El artista como buscador espiritual dice que, toda creación es un acto compartido entre quienes lo crean y lo creado. Si las obras esculpidas siempre estuvieron en la piedra, lo que hace la acción individual es ir sacando capas hasta encontrarla. Después cita a Picasso que cuenta que baila porque si: porque el baile está en ti, tal como se pinta porque las pinturas ya existen adentro. La vida se mueve dentro de ti, sino la liberas ella lo hace por sí misma.

Actuar. Dejarse mirar. Compartir el cuerpo junto a otros desconocidos durante un rato, algo que se da por sentado, algo que ellas hacen habitualmente como espectadoras, ahora tiene a todo el equipo del otro lado (¿hay lados?) A Jazmin todo le parece muy extraño, percibe las cosas como si hubiera llegado a un planeta nuevo y mirara la existencia por primera vez. Antes de dar sala la vida cobra otro espesor, el corazón late de una manera que en ningún otro contexto lo hace, se vuelve difícil ubicar eso que usualmente se llama “yo”, la sensación es: todo somos “yo” y viceversa. ¿Qué es esto que vamos a hacer? ¡Qué abismo! El “Me voy a morir” aparece cada vez más fuerte. En ella y en todo el grupo. Y quizás sí. Quizás algo muere para entrar en esa ficción. Cruzar ese umbral invisible, o visible, pero umbral al fin, atravesar ese pasaje y entrar al paisaje que crearon. O quizás el umbral se pone cada vez más difuso, vida y actuación se funden y fluctúan. Vida, actuación y amistad como tentáculos de un mismo cuerpo, como posibilidad. Actuar como puerta abierta. Actuar y entrar más adentro de la vida, en nuevos pliegues del vivir. Y volver a la superficie con algo, un goce, una intuición, un entusiasmo. Desarmar lo que duele y volver a enamorarse. Entrar en actuación para recuperar la fe. Entrar en actuación y volver sintiendo que todo es posible. La vida está moviéndose dentro de nosotros, sino la liberamos ella lo hace por sí misma.
* “Cecilia y el lagarto” se presenta desde el 12 de abril. Todos los sábados de abril y mayo a las 19 horas en el Cultural Thames (Thames 1426). Las entradas se adquieren por la página de Alternativa teatral.
Ficha Técnica
Actúa Jazmín Carballo
Dirección Agustina Groba
Texto Jazmín Carballo
Asistencia de dirección Yannick Duplessis
Música en escena Diego Vegezzi
Luces Tony Capelli
Vestuario Belén Varán Guevara
Escenografía Compañía Las Rosas
Maquillaje Fabiana Yanún
Fotografía Muriel Bruschi
Diseño gráfico Pilar Sahagún
Producción ejecutiva Jazmín Carballo
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