
Durante 2024, en esta sección semanal, se presentaron diferentes abordajes sobre la locura entre el siglo XVI y el XIX en Europa, otra que se crearon a partir de relatos de la biblia, el psicoanálisis, la literatura y la historia, como también aproximaciones sobre la temática en el arte argentino y el brasileño.
Llega el momento de otro gigante del arte latinoamericano, México, que ha dado alguno de los más grandes movimientos y referentes de la región, aunque en este caso no se ingresará en la obra de sus nombres más conocidos y repetidos: Frida Kahlo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo o, incluso, las nacionalizadas Remedios Varo y Leonora Carrington, quienes sin dudas podrían haber ingresado en esta mini selección completamente subjetivo.
En este envío ingresaremos en la vida y obra de Martín Ramírez, Manuel González Serrano y José Luis Cuevas, quienes tuvieron (o tienen) diferentes niveles de reconocimientos y que, en algún punto de su vida, tuvieron por sus propias condiciones de salud mental o intereses artísticos relación con instituciones pisquiátricas.

Martín Ramírez
El mexicano Martín Ramírez (1895-1963) no es de los nombres más conocidos, sin embargo en las últimas décadas ha tenido un mayor reconocimiento como dibujante.
Su reconocimiento fue un proceso complejo, por diferentes circunstancias. No estamos hablando de un artista académico, ni tampoco uno que haya hecho un camino galerístico, sino de un migrante diagnosticado con esquizofrenia que, además, realizó su producción artística en reclusión psiquiátrica.

Ramírez nació en Los Altos de Jalisco, México, y emigró a Estados Unidos, donde desarrolló una obra que hoy forma parte de colecciones permanentes de prestigiosos museos como el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y el Instituto de Arte de Chicago, aunque en su país es casi un desconocido, ya que ninguna institución posee su obra.
Su infancia en Jalisco transcurrió en un entorno rural profundamente marcado por la religión católica, un elemento que se refleja en la recurrente presencia de iglesias y símbolos religiosos en sus dibujos.
En su juventud, vivió los efectos de la Revolución Mexicana (1910-1917), lo que llevó a su familia a migrar dentro del estado en busca de mejores oportunidades y para 1925 emigraron hacia EE.UU., aunque allí tampoco hubo una tierra de oportunidades ni un lugar para los hombres libres.

Tenía el objetivo de mejorar su situación económica y enviar dinero a su familia en México, pero le tocó atravesar la Gran Depresión en Estados Unidos (1929-1931), que fue otro de los eventos que moldeó su experiencia como migrante. Trabajó en los ferrocarriles y las minas del norte de California, pero su experiencia como migrante estuvo marcada por el racismo y las duras condiciones laborales.
Su vida dio un giro drástico en 1931, cuando fue detenido por la policía en un estado de confusión emocional y diagnosticado con esquizofrenia, por lo que fue internado en el Hospital Estatal de Stockton, donde comenzó un periodo de más de tres décadas de reclusión en instituciones psiquiátricas.
Fue en estas instituciones donde comenzó a crear su obra sobre papeles reciclados, crayones y pegamentos improvisados, que se caracteriza por estos paisajes extraños, donde adapta cuestiones territoriales de ambos países, junto a trenes, jinetes armados y escenas con cierta nostalgia de su juventud, como las iglesias católicas, que evocan su conexión con su tierra natal y su fe católica.

Su arte fue introducido al mercado del arte outsider en Estados Unidos en la década de 1970, donde fue clasificado como Art Brut, término acuñado por Jean Dubuffet para referirse a las obras creadas fuera de las instituciones culturales tradicionales. Sin embargo, esta clasificación también contribuyó a perpetuar el estigma asociado a su diagnóstico de esquizofrenia y a su condición de artista autodidacta.
Manuel González Serrano
Manuel González Serrano (1917-1960) creció en una familia acomodada de Lagos de Moreno, Jalisco, y fue su madre, pintora aficionada, quien lo introdujo al mundo artístico. Este entorno creativo marcó el inicio de su vocación, que desarrolló de manera autodidacta. Además, ese entorno fue extremadamente religioso, donde los valores morales rígidos y obsoletos lo marcaron.

En 1937, comenzó a trabajar como dibujante en la Procuraduría del Distrito Federal, pero su verdadera inmersión en el mundo artístico ocurrió en 1940, cuando asistió a la mítica Exposición Internacional Surrealista en la Galería de Arte Mexicano de Inés Amor, organizada por Bretón, Wolfgang Paalen y César Moro, y donde observó obras de Dalí, Magritte, Frida y Diego Rivera, entre otros.
En 1944, presentó su primera exposición individual en una galería de la capital, y más allá de haber tenido buenas críticas eso no repercutió en un equivalente comercial por gran parte de una sociedad conservadora, lo que influyó en su estado emocional.
Así, la pintura se convirtió en un medio para canalizar las tensiones de una sexualidad reprimida y un misticismo irresuelto, que a menudo se manifestaba en sus obras a través de imágenes blasfemas o torturadas.

En sus pinturas, “El Hechicero”, que fue definido como un artista que representó una “estética del dolor”, incluyó elementos recurrentes como frutos, flores y árboles, que contrastan con los paisajes desolados y angustiantes en composiciones, que fueron etiquetadas dentro del surrealismo y al neorromanticismo, en las que se encuentran reminiscencias de Frida, como de Giorgio de Chirico, María Izquierdo y Rufino Tamayo.
En su obra, en ese sentido, abundan elementos simbólicos y oníricos para crear un lenguaje plástico único, que desafiaba las convenciones de su tiempo y exploraba los límites entre la realidad y la fantasía. Estas representaciones le permitieron abordar temas como el sufrimiento, el martirio y la redención, en un intento por exorcizar sus propios demonios internos.
Y es que la su vida personal estuvo marcada por episodios de depresión y problemas de salud mental. En 1949, fue internado por primera vez en el hospital psiquiátrico La Castañeda, donde se le diagnosticó esquizofrenia paranoide. Este diagnóstico afectó su producción artística, que disminuyó notablemente en los años siguientes, ya que fue hospitalizado en varias ocasiones, siendo la última en 1958 debido a problemas de toxicomanía.

El Manicomio General de La Castañeda, el centro más grande del país norteamericano por gran parte del siglo XX, atendió a más de 60.000 pacientes. Inaugurado en 1910 por el entonces presidente Porfirio Díaz permaneció en funcionamiento hasta su demolición en 1968 y si bien fue concebido como un espacio para el tratamiento y cuidado de personas con enfermedades mentales, su legado está marcado por las condiciones de abuso e insalubridad. Durante su residencia allí, el artista fue una de las víctimas de los tratamientos en boga, como los electrochoques, y por supuesto del maltrato.
A pesar de las dificultades, su obra ha sido reconocida póstumamente como una de las más importantes de su generación, con un legado de más de 500 piezas que se inscriben en la contracorriente de la Escuela Mexicana de Pintura, un movimiento que exploró los aspectos más complejos de la modernidad.
González Serrano, uno de los artistas más enigmáticos y originales de México, falleció a los 43 años, mientras caminaba por la calle de un paro cardiaco. En sus últimos años vivió en la indigencia.
José Luis Cuevas
José Luis Cuevas (1931-2017) fue una figura central en la Generación de la Ruptura, el movimiento que se opuso al arte monumental y político de gigantes como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, al que también se sumaron Remedios Varos, Mathías Goeritz o Vicente Rojo, entre otros.

En su manifiesto de 1956, La cortina de nopal, criticó el enfoque nacionalista del muralismo, al que acusó de perpetuar una visión limitada y folclórica de México, ya que consideraba que este estilo artístico ignoraba las complejidades de la condición humana y las realidades contemporáneas.
Su trabajo se caracterizó por su enfoque en los marginados y los desdichados, haciendo muchas veces focos en los moribundos y los locos como una representación de su visión de la vida moderna. Influenciado por artistas como Goya, Breughel y Grosz, así como por las formas del arte precolombino, Cuevas desarrolló un estilo expresionista que exploraba las profundidades de la desesperanza humana.
Nacido en el seno de una familia de clase media de Ciudad de México, la familia vivió sobre una fábrica de papel y lápices, lo que lo proporcionó un acceso constante a materiales de dibujo. A los 12 años, una fiebre reumática lo dejó postrado en cama durante dos años y, como Frida, fue en ese estado de inmovilidad en el que comenzó a dibujar a los pordioseros y prostitutas que observaba desde su ventana, lo que marcó el inicio de su interés por los marginados. Aunque asistió brevemente a la Escuela Nacional de Pintura y Escultura, su formación fue en gran medida autodidacta.

En el inicio de su carrera Cuevas exploró temas como la locura, la miseria y la individualidad. Durante los primeros años de la década del ‘50, el artista visitó el hospital psiquiátrico La Castañeda, donde estudió los rostros y comportamientos de los pacientes, lo que influyó profundamente en su obra.
De hecho, su primera exposición individual fue en 1953, en la Galería Prisse, con las obras de aquel encuentro con otra realidades, ya en 1954, su obra fue expuesta por primera vez en EE.UU., en el edificio de la Unión Panamericana en Washington, lo que marcó el inicio de su reconocimiento internacional.
En una reseña en la revista Time de entonces aseguran que sus dibujos capturaban “con fuerza la esquizofrenia, la megalomanía y las miradas de la pobreza y la enfermedad” construyendo con este enfoque un diferencial que lo distinguió de sus contemporáneos y consolidó su reputación como un artista que desafiaba las normas.

Sus dibujos, realizados en formatos pequeños y con materiales industriales, se alejaban de la monumentalidad del muralismo y se centraban en la representación de individuos que asumían su posición en la sociedad.
Aunque experimentó con el óleo y otros materiales, siempre consideró el dibujo como su medio principal. En una entrevista con la revista Américas en 1992, explicó que “utilizaba el color únicamente para crear atmósferas o acentuar el horror y lo erótico, pero que nunca dejó de ser un dibujante”.
A pesar de los múltiples reconocimientos que recibió, incluyendo una retrospectiva en el Palacio de Bellas Artes en 2008, nunca dejó de ser una figura controvertida. En 2001, su escultura Figura obscena, instalada en Colima, provocó intensas protestas públicas debido a su carácter provocador.
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