
Si el lector ingresa a un laboratorio científico, un taller de imprenta, el studiolo (o gabinete de curiosidades) de un erudito renacentista o una biblioteca medieval, se planteará varios interrogantes. ¿Qué verá? ¿Cómo estarán organizados estos lugares? ¿Cuál sería su mobiliario? Y, con respecto a los actores involucrados: ¿Qué harían?
A partir de estas preguntas iniciales, el historiador francés Christian Jacob comenzó a bosquejar su obra De los mundos letrados a los lugares de saber (editado en Argentina, en octubre de 2024, por Ampersand) en donde consideró el espacio para cultivar conocimientos en diferentes escalas: el país, la ciudad, el distrito de esta urbe, un edificio, una sala de aquel espacio, una mesa allí ubicada, un libro, una página de ese ejemplar, etc.

Formado en la corriente de la antropología de los mundos antiguos, representada en Francia por los historiadores Jean-Pierre Vernant, Marcel Detienne y Pierre Vidal-Naquet, los primeros trabajos de Jacob se centraron en las representaciones y la construcción del espacio, en los geógrafos griegos, y más tarde en la historia de la cartografía y sus efectos intelectuales. “En mi trabajo como historiador de la Antigüedad, investigué, primero, la aparición y el desarrollo de bibliotecas en Grecia y Roma como por ejemplo las bibliotecas de las escuelas filosóficas, como el Liceo de Aristóteles; luego, bibliotecas reales en Alejandría y Pérgamo y, finalmente, bibliotecas públicas y grandes colecciones privadas en Roma”, respondió detalladamente vía e-mail, a Infobae Cultura, desde París.

Según él, en términos generales, las bibliotecas a lo largo de la historia siempre fueron algo más que la suma de los libros que contenían. “Materializan la tradición, el patrimonio, la identidad y la memoria; reúnen el tiempo en un orden espacial; construyen un orden intelectual y simbólico; y tienen un poder generador, de sueños, lenguaje y conocimiento”, resumió el académico francés.
Las fuentes del saber
Si se considera a la Historia Natural de Plinio el Viejo (siglo I d.C.) como la única gran enciclopedia que, realmente, nos llegó desde la Antigüedad clásica, el Hombre se halla frente a un dispositivo particular. “Es una obra individual, concebida con un plan general y un objetivo intelectual, filosófico y político particular, que reflejaba la personalidad y el proyecto de Plinio”, resumió Jacob.
Según él, en este tipo de trabajos individualistas, existe un “autor” claramente identificable, “que aparece a lo largo del texto”. Y así lo amplió: “Este ‘autor’ fue el responsable de la selección de fuentes e información, y de su distribución en el plan general de su enciclopedia, recopilando hechos de un vasto corpus de fuentes griegas, romanas, archivísticas, orales, antiguas y contemporáneas, y es la escritura enciclopédica la que asegura su coherencia y unidad”.

La literatura académica de la Antigüedad, según Jacob, se sitúa entre distintos modelos. Por un lado figura el conocimiento natural secularizado y racionalizado de los presocráticos, que abarca física, astronomía y cosmología. Luego, se encuentran las pretensiones enciclopédicas de los sofistas del siglo V a.C., desafiadas por Sócrates y Platón, quienes cuestionaron los mismos cimientos de todo conocimiento y el estatus de la verdad.
Y, por último, surgiría el proyecto intelectual de Aristóteles y sus discípulos. “Ellos tenían el fin de investigar los mundos físicos, animales y humanos, y de situar estos tratados especializados dentro de una estructura general, que puede describirse como enciclopédica, tanto por su finalidad globalizadora como por sus marcos epistemológicos”, explicó el autor.

Continuando con el universo griego, Jacob explicó que “la canonización de ciertos textos adoptó otras formas, como las representaciones de los cantores”, su lugar en los planes de estudio de las escuelas elementales, pero también su omnipresencia en las artes figurativas, tal es el caso, por supuesto, de la épica homérica: la Ilíada y la Odisea. “El dominio de los autores clásicos, la capacidad de citarlos de memoria, y la habilidad de leer libros en voz alta, eran todas señas de la paideia, una cultura compartida que, también, era signo de pertenencia social y educación”, argumentó Jacob.
Vale recordar que, en cualquier sociedad de aquel entonces, la literatura cumplía una función de identidad, pero sin olvidar que, dicho poder no se limitaba solo a los escritos. “Las culturas puramente orales también contaban con tradiciones poéticas y narrativas, el ejemplo de Grecia es interesante, en la medida en que una literatura escrita y una cultura lectora emergerán de representaciones orales y colectivas”, afirmó el historiador.

En el caso del extinto Museo de Alejandría (Museion, el templo de las musas), Jacob comentó que los gramáticos jugaron un papel importante en la edición y el comentario de los poemas antiguos, así como de secciones enteras de la literatura griega, estableciendo los cánones de poesía, elocuencia, tragedia y comedia. Por ello, el académico francés destacó la transición entre la difusión de la literatura -mediante representaciones, canciones y rituales- y el surgimiento de una literatura para lectores y amantes de los libros.
La “lección de Alejandría”
Christian Jacob orientó su trabajo académico en dirección a la antigua ciudad portuaria de Alejandría, Egipto, a partir del siglo III antes de Cristo (apoyado en los inmensos fondos de la biblioteca museística de aquel entonces) enfocado en la producción de múltiples tratados, compilaciones y léxicos que generaron nuevos campos de conocimiento.
En contexto, la antigua Biblioteca de Alejandría tenía como objetivo reunir todos los libros del mundo, campos del conocimiento y géneros literarios. “Fue un arma de poder blando, un proyecto político centralizado, inscrito en el palacio real de la dinastía ptolemaica. Los literatos, gramáticos y eruditos que trabajaban allí debían transformar la acumulación exponencial de rollos de papiro en un espacio ordenado, regido por la clasificación, destacando la cartografía de las obras y su datación”, resaltó Jacob.

Alejandría fue también, según el especialista, el lugar donde la biblioteca se convirtió en un “horizonte intelectual polígrafo“, que reunió todo lo confiado a la palabra escrita del mundo griego. Bastaba solo pensar que los eruditos, que trabajaron allí, tenían a su disposición el archivo escrito completo de toda una civilización, desde las grandes obras literarias hasta los tratados más especializados.
Por ello, “la lección de Alejandría”, tal cual lo resume el historiador francés fue, en su opinión, el espacio que dio lugar a las primeras bibliografías universales, como las Tablas de Calímaco (nacido en Cirene, actual Libia, y responsable del Pinakes, uno de los primeros catálogos de libros) que, más allá de aquella región egipcia, jugó un rol fundamental como inventario de referencia, algo similar -acá en el tiempo- al catálogo general de la Biblioteca Nacional. “Eso sí, los textos griegos que nos han llegado, no provienen de las colecciones de la Biblioteca de Alejandría que fue destruida por el fuego, no por Julio César, sino durante la guerra del emperador Aureliano contra la reina Zenobia de Palmira, por el año 273”, completó el erudito.

Por último, la Biblioteca de Alejandría ocupó un “sitio de crítica sobre la autenticidad de los textos y su atribución”. Por ende, fue el momento en que el corpus de autores importantes, como los oradores áticos, fue depurado de textos que les habían sido falsamente atribuidos. “Para identificar un libro, los catálogos indicaban el número de rollos y, a veces, el incipit del texto”, agregó Jacob acerca del arcaico método de catalogación.
El libro y los mojones en la comunicación
Ya sea hablando de tablillas de madera, con letras grabadas en cera, rollos de papiro que se despliegan sujetándolos con ambas manos -y recorriendo columnas paralelas de texto-, o los primeros códices, en forma de hojas de pergamino dobladas, encuadernadas o no, “el libro es un objeto material y la lectura es un proceso gestual, visual, mental y vocal”, reflexionó el especialista.

El soporte, según él, también determina cómo se inscribe el texto, su organización espacial, su disposición, su ritmo visual y su prosodia discursiva. “La historia del libro es una historia de las metamorfosis gráficas de los textos, no solo a través de los diferentes sistemas de escritura y sus convenciones, sino también a través del aparato de navegación que guía al lector: paginación, numeración de líneas y párrafos, títulos y subtítulos, notas al pie, índices, tablas de contenido, entre otros”, desglosó el historiador.
Jacob, además, reveló que si tuviera que destacar tres hitos históricos en materia comunicativa, el primero que resaltaría sería la publicación en 1985 del CD-ROM (sigla que significa Compact Disc Read-Only Memory). “Pertenecía al Thesaurus Linguae Graecae, desarrollado por la Universidad de Irvine y el Packard Humanities Institute. Toda la literatura griega antigua, desde Homero hasta la era bizantina, en un CD, con software de consulta y operadores booleanos. Fue una revolución”, escribió con entusiasmo.

Para Jacob, el segundo avance comunicacional fue el desarrollo exponencial del correo electrónico e Internet. “Resultó una revolución en la comunicación, particularmente científica y académica, que abrió la puerta a listas de correos de dichos ámbitos y múltiples intercambios con colegas de todo el mundo. En cuanto a Internet, conocemos el impacto gigantesco de la web como fuente de información, archivo de conocimiento y herramienta de trabajo”, resumió.
Y, por último, destacó el desarrollo de revistas y libros electrónicos online. “Renovaron la publicación académica, los jóvenes investigadores de hoy ya no están atados al imperativo de construir bibliotecas materiales personales”.
Para él, esta “miniaturización y especialización de los tratados académicos” evade una visión sintética y estructurada. “Se debe recontextualizar datos tomados de libros anteriores, estas compilaciones anticiparon una de las reglas de Wikipedia, que es usar únicamente información con fuentes, ya que la forma del catálogo potencialmente se presta a adiciones continuas, del mismo modo que las páginas de Wikipedia se prestan a múltiples modificaciones, ´formas abiertas´, como decía Umberto Eco”, sumó.

Y planteó una comparación ineludible respecto a la estructura arbórea de las fuentes que conducen a un registro enciclopédico, las estrategias de reescritura y la citación de declaraciones, en relación a la magnánima creación de los estadounidenses Jimmy Wales y Larry Sanger, allá por enero de 2001.
— ¿Qué opina de Wikipedia como lugar del saber?
— Permite una escritura y distribución descentralizadas y en constante evolución, así como el tejido de múltiples enlaces hipertextuales, no tiene centro ni periferia: es una red en perpetua expansión y reconfiguración.
— ¿Y acerca del e-book como plataforma de investigación?
— El texto digital contemporáneo recuerda ciertas características de los textos antiguos: en sus formas más libres y fluidas, puede deconstruirse, atomizarse en fragmentos combinables e, incluso, ser plagiado. Las tabletas de lectura, como el Kindle, a menudo sujetadas con una sola mano, recuerdan a las tablillas antiguas. Desplazar las páginas es una versión simplificada de la ergonomía del códice. En la pantalla, las ventanas de procesamiento de texto se basan en el principio de desplazamiento vertical en columnas, más que en la horizontalidad del volumen antiguo.

— ¿Cómo es el paso a paso para estudiar las formas de lectura en la Antigüedad?
— La Antigüedad Clásica es un mundo distante y, nuestro conocimiento sobre ella, está mediado por los restos arqueológicos, las obras de arte, las inscripciones y los textos que han llegado hasta nosotros. Para acceder a ella, primero es necesario dominar conocimiento técnico y especializado, no solo de las lenguas antiguas, sino también de la historia de la transmisión de textos, la codicología, la papirología, entre otros. Luego viene la etapa de interpretación. A partir de ahí, podemos aplicar los métodos de la antropología cultural a las fuentes griegas, sean materiales, iconográficas o textuales, buscando entender la lógica y el significado de los mitos, el funcionamiento de un panteón politeísta y la formalidad de los gestos rituales. Por ultimo, las ciencias sociales nos ayudan a deshacernos de este sentido de inmediatez, al proporcionarnos las herramientas intelectuales para entender la especificidad de las sociedades y culturas antiguas.
— En su libro abordó a la biblioteca como un espacio fundamental. ¿Qué significa ese lugar para usted?
— Las bibliotecas son lugares de memoria, instrumentos de trabajo, instituciones sociales y horizontes mentales. Son como interfaces que nos permiten alcanzar el pasado o lugares lejanos, o revivir la voz y el pensamiento de autores fallecidos. Aunque compartimos las mismas bibliotecas, cada uno de nosotros sigue itinerarios de lectura muy personales y únicos. En una vida humana, visitamos y habitamos múltiples bibliotecas, como describieron Jorge Luis Borges y Alberto Manguel. En mi caso, han sido la Biblioteca Nacional de Francia, bibliotecas universitarias y mi biblioteca personal de algunos cientos de libros.

— ¿Qué significa conceptualizar las bibliotecas antiguas como algo más que simples depósitos de libros?
— La colección de libros tuvo un impacto en las formas de pensar, en la relación con la tradición y el lenguaje, en la posibilidad de ampliar el conocimiento y la curiosidad humana. Esto va más allá de la percepción inmediata, ya sea para escribir el pasado, cartografiar la Tierra, organizar el mundo natural, formalizar la gramática o la retórica, y, por supuesto, construir el corpus de la literatura. Además, en la Antigüedad, las bibliotecas eran lugares e instrumentos de poder y prestigio, financiadas y mantenidas tanto por las dinastías reales como por los emperadores romanos.
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