
En Atlanta, una ciudad marcada por un acelerado proceso de gentrificación, miles de personas enfrentan una realidad que desafía las nociones tradicionales de pobreza: trabajan a tiempo completo, pero no tienen un hogar. Según detalla el periodista Brian Goldstone en su libro There Is No Place for Us: Working and Homeless in America (“No hay lugar para nosotros: Trabajar y estar sin hogar en Estados Unidos”), esta problemática afecta a millones de estadounidenses que, a pesar de tener empleo, no pueden acceder a una vivienda digna. Goldstone describe cómo estas personas, atrapadas en un sistema que las excluye, permanecen invisibles para las estadísticas oficiales y para gran parte de la sociedad.
El libro se centra en las historias de cinco familias de Atlanta que enfrentan esta situación. Entre ellas está Britt, una madre de dos hijos que, tras años de lucha, logró mudarse a un complejo de viviendas asequibles llamado Gladstone Apartments. Sin embargo, su estabilidad fue efímera: el edificio fue demolido para dar paso a un desarrollo inmobiliario de lujo, dejando a Britt y a sus hijos sin un lugar donde vivir. Según Goldstone, este caso es un reflejo del impacto que el “renacimiento” urbano ha tenido en los residentes de bajos ingresos. Entre 2010 y 2023, el alquiler promedio en Atlanta aumentó un 76 %, un incremento que ha expulsado a muchas familias trabajadoras del mercado de vivienda.
Viviendo en la precariedad: el costo de ser pobre
Goldstone describe cómo estas familias, a pesar de sus esfuerzos, se ven obligadas a sobrevivir en condiciones extremas. Algunas duermen en sus coches, otras se alojan con amigos o pagan por habitaciones en hoteles de estancia prolongada, lugares que suelen estar en condiciones deplorables. En el caso de Celeste, una de las protagonistas del libro, su hogar temporal fue el Efficiency Lodge, un hotel donde vivió tras perder su casa en un incendio provocado por un exnovio. Allí intentó emprender un negocio de cocina, pero su salud se deterioró rápidamente: fue diagnosticada con cáncer de ovario y de mama.
A pesar de su grave estado de salud, Celeste no pudo acceder a la ayuda necesaria. Según Goldstone, los criterios oficiales para definir a las personas sin hogar son tan restrictivos que excluyen a quienes no viven en refugios o en la calle. Esto significa que millones de personas, como Celeste, quedan fuera de las estadísticas y de los programas de asistencia. En su caso, no pudo ingresar a un refugio familiar porque su hijo de 15 años superaba la edad máxima permitida, que es de 13 años.

La espiral de la pobreza: una lucha constante
El libro también relata la historia de Maurice y Natalia, una pareja que se mudó a Atlanta en 2013 buscando una vida más asequible. Inicialmente lograron alquilar un apartamento, pero cuando su casera decidió vender el inmueble, se vieron atrapados en el mercado de alquileres en constante alza. Con tres hijos, uno de ellos con autismo, necesitaban vivir en un vecindario con buenas escuelas, pero las opciones eran limitadas y costosas.
La situación de esta familia empeoró cuando Natalia, tras sufrir un ataque de pánico, recibió un consejo erróneo de un psiquiatra: reducir sus horas de trabajo para calificar para una licencia remunerada. Esta decisión, lejos de ayudarlos, redujo sus ingresos al punto de dejarlos al borde de la ruina. Según Goldstone, este tipo de situaciones son comunes entre las familias trabajadoras de bajos ingresos, que enfrentan un sistema diseñado para beneficiarse de su precariedad.
La vivienda como mercancía: un sistema que perpetúa la desigualdad
Goldstone argumenta que la raíz del problema radica en la concepción de la vivienda como una mercancía, en lugar de un derecho básico. Los propietarios, especialmente las grandes corporaciones, aprovechan su poder en un mercado cautivo para aumentar los alquileres, incluso cuando no es necesario. Durante la pandemia, un propietario de una empresa de gestión de propiedades resumió esta lógica de manera cruda: “¿A dónde va a ir la gente? No pueden ir a ningún lado”.
En este contexto, las familias pobres terminan pagando un sobreprecio por su situación. Maurice y Natalia, por ejemplo, tuvieron que abonar una “tarifa de gestión de riesgos” que duplicó su depósito de seguridad al alquilar un nuevo apartamento. A pesar de ello, consideraron que esta opción era más económica que seguir pagando por la habitación estrecha en el Extended Stay America, un hotel que Maurice describió como su “prisión cara”.

La lucha por la justicia habitacional
A pesar de las adversidades, algunas familias intentan organizarse para exigir mejores condiciones. Durante la pandemia, un grupo llamado la Liga por la Justicia de la Vivienda organizó protestas en el Efficiency Lodge para denunciar los desalojos y las pésimas condiciones de vida, que incluían infestaciones de moho, puertas rotas y techos colapsados. Sin embargo, como señala Goldstone, la acción colectiva es difícil de mantener cuando las personas están enfocadas en sobrevivir día a día.
El libro de Goldstone no solo documenta estas historias, sino que también denuncia la falta de soluciones estructurales para abordar la crisis de la vivienda en Estados Unidos. Según el autor, los remedios incrementales han fracasado porque no abordan el problema de fondo: un sistema que prioriza las ganancias de unos pocos sobre las necesidades de muchos.
Un llamado a la acción
No hay lugar para nosotros es un testimonio poderoso que expone las fallas de un sistema que deja a millones de trabajadores sin un hogar. A través de un reportaje exhaustivo, Goldstone da voz a quienes han sido ignorados por las políticas públicas y las estadísticas oficiales. Su libro es un recordatorio de que la crisis de la vivienda no es solo un problema económico, sino también una cuestión de justicia social.
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