
Hay algo inquietante y, a la vez, algo tierno en los cuentos que Virginia Simari reunió en su último libro, La soga. Algo inquietante ya desde el título: la soga, para ser título de libro, seguramente no es la de colgar la ropa. Y no, no lo es.
Hay alguna venganza supuesta -¿justo se incendió el departamento?-, hay buena gente y mala gente, hay gestos humanos. Hay miedo. Hay sometimiento. Hay alguien que descubre que la mujer que la cuida es violentada por su marido. Hay empleados que ejercen su crueldad sobre señoras grandes. Hay autoengaño. Hay historias de las que -le habrá pasado- se entera alguien leyendo un expediente. Todo, la vida misma, en pocas palabras: son cuentos breves. Todo con el corazón en la boca.
Simari es una escritora con un recorrido particular: fue jueza civil durante más de 17 años y presidió la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina. También fue docente de carreras de grado y de posgrado y es directora del programa La Justicia va a la Escuela. Antes que La soga publicó otro libro de quince cuentos cortos, No digas nada.

-Hay una variedad de temas en el libro, pero se destacan cierto sometimiento de las mujeres, a veces la ternura, el engaño como recurso. ¿De dónde salen esos temas?
-El sometimiento de las mujeres es un hecho que atraviesa la realidad y se expone a través de diferentes manifestaciones con matices e intensidad variada. En los ámbitos familiares, sociales, profesionales, algunas veces más ostensible y otras, más solapado, lo que lo agrava. Con frecuencia está naturalizado y no siempre se lo identifica como tal. Es un fenómeno que nos interpela, trasciende las experiencias individuales y derrama de maneras diversas sobre la sociedad en su conjunto con consecuencias que seguimos padeciendo. Tal vez mis tiempos como Presidenta de la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina agudizaron esa mirada. Diría que esos temas salen a partir de imágenes, registros que conmueven, movilizan, inquietan y se convierten en el punto de partida para crear una historia.
-En el cuento que da nombre al libro, justamente, aparece el engaño, una “treta del débil”, se entiende que es un recurso ante una imposición que no se puede eludir. ¿Qué te hizo pensar en estos casos? ¿Los ves en la vida cotidiana? ¿En la literatura?
-Es muy cierto, allí el recurso fue la “treta del débil”, el personaje recurre a una solución que en rigor es disvaliosa; construye un atajo, parece que no supo emerger ni eludir algún modo de sometimiento desde un lugar más noble, más íntegro, diría que seguramente más arduo pero más ambicioso como lo es siempre actuar sobre el nudo del problema. Pareciera que en lo inmediato se salvó, al menos logró su objetivo, aunque no creo que sea esa la respuesta deseable frente a la opresión; sin embargo es lo que para el personaje resultó la posible. Lo veo en la vida cotidiana y me apena, esos atajos, los engaños no alcanzan para poner en blanco sobre negro la inequidad. Son salidas de corto aliento en términos de modificar una cultura. De todos modos, no deberíamos caer en el error de juzgar a la víctima. Las relaciones y las respuestas suelen ser tan complejas como las aristas que tiene el fenómeno.

-También aparecen referencias al acto creativo, de escritura. ¿Cómo es para vos? ¿En qué circunstancias escribís? ¿Qué querés contar?
-Escribo siempre, te diría que todo el tiempo y en cualquier momento, me refiero acá a la primera parte del proceso creativo, a la del hallazgo del tema a través de la irrupción de una imagen que, sin buscarla, se impone para convertirse en el centro de una historia; puede tratarse de una imagen recién percibida o alguna que estuviera en un remoto rincón de la memoria, algo insignificante tal vez. Esa etapa no reconoce procedimiento, método ni horarios. No hablo aquí del proceso material de escribir sino de lo que llamaría la “escritura mental”, el momento de gestación. Después llega el resto de la tarea para convertir aquella imagen en un relato, darle carnadura, definir el punto de vista, encontrar y elegir los hechos que serán la excusa y el marco para narrar lo central, descubrir a los personajes, los matices. Ese es el momento de soltar la mano y dejar fluir ya sumergida en la historia.
-Hay alusiones a jueces, sobre todo en un cuento. ¿Cómo es la diferencia entre la Virginia jueza y la Virginia escritora? Y, a la vez, ¿cómo se conectan esos mundos? ¿Cuántas historias leíste u oíste en el juzgado que te llevaron a escribir o querer escribir?
-En un caso se trata de resolver un conflicto que viene dado, delimitado por las pruebas reunidas y sujeto a la aplicación del Derecho. En el otro se trata de la creación misma del conflicto sin sujeción a aquellos condicionamientos. Ahí están las diferencias y de algún modo también los puntos en común, ambas actividades están atravesadas por el conflicto y por el imperativo de resolverlo ya sea aquel sometido a decisión en el ejercicio jurisdiccional o la situación subyacente en un relato que me interpela y exige decidir cómo narrarla. Tal vez el mayor desafío como escritora consiste en definir la manera de contar la historia más que la historia misma. En realidad creo que lo que me llevó a escribir fue descubrir la infinidad de puntos de vista con que cada historia puede ser narrada, es muy estimulante.

-¿Por qué cuentos cortos?
Las historias fueron eligiendo e imponiendo el formato. Los cuentos cortos aparecieron como el instrumento adecuado para instalar en cada caso el tema que necesitaba narrar, aquel que como te decía me había invadido a partir de alguna imagen que aparece, se instala y evoca otras; así comienza la construcción de la historia. El cuento corto tiene esa característica del knock out en los finales que le aporta fuerza a los temas. De todos modos, hace unos meses terminé de escribir una nouvelle que está en proceso de edición y estoy escribiendo otra. Veremos adonde terminan llevándome los personajes, ellos siempre deciden.
-Muchos cuentos son inquietantes. ¿Ves un mundo inquietante? ¿Te interesa la literatura que abre a otras realidades?
-Mi respuesta puede encerrar cierta ambigüedad: por un lado, la realidad exhibe un mundo inquietante, la violencia, la concentración de poder, las desigualdades, la tendencia cíclica de la humanidad a repetir la historia y por el otro vemos la resiliencia del ser humano, su búsqueda de caminos que alimenta mi optimismo. Sin dudas el mundo es inquietante, pero no soy fatalista, no puedo minimizar la capacidad de las personas de cambiar el curso de las cosas. De otro modo, resultaría insoportable. Me siento más cómoda explorando el mundo real y no otras realidades, aun a través de la ficción.
-¿Se puede hacer justicia en la literatura?
La literatura como expresión artística tiene la capacidad de conmover, emocionar, ilusionar, provocar. Ahora bien, si pensamos en hacer justicia como el valor que orienta a las virtudes humanas solo en tal sentido podría decirse que eventualmente la literatura puede contribuir a sembrar un germen que irradie en esa línea pero tan solo a través de impactos individuales; en palabras de Paul Auster cada relato termina de confirmarse con la interpretación de cada lector y es allí donde pueda prender la semilla. Como sea, no es ese el propósito central de la literatura.
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