
Al último recital de Chet Baker fueron diecisiete personas. Hacía ya varios años que vivía en Ámsterdam. Esa noche tocó en un club de Rotterdam y volvió a su casa en tren porque no se acordaba adonde había dejado estacionado el auto. Nico, la exótica modelo alemana que integró The Velvet Underground, en cambio, no andaba en tren, no, sino en bici, cuando la muerte se le vino encima. Era un día soleado en Ibiza; había salido a comprar porro. Su hijo la saludó desde la ventana. “La autopsia reveló una hemorragia cerebral que derivó en el paro cardíaco que le provocó la caída fatal”.

Santos y Pecadores
eBook
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Son los detalles, los más ínfimos, los más imperceptibles, los que explican el mundo. Son nueve mundos en total los que Fernando García desarma y vuelve a armar en su nuevo libro: Santos y pecadores: retratos discontinuos de leyendas de la música. Editado por BajaLibros, formato ebook, el zigzagueo recorre nueve figuras, nueve estrellas: Chet Baker, Nico, Brian Jones, Tanguito, Syd Barrett, Luca Prodan, Ian Curtis, Kurt Cobain y Amy Winehouse. “Este libro no es una galería de héroes ni un museo de cadáveres ilustres”, se lee en el prólogo. “Son retratos”, aclara ahora el autor.
Suena el teléfono y Fernando García se despereza; estira los brazos, bosteza. Son las diez de la mañana, el sol resplandece. Atiende con un “hola” seco, austero, frugal. Guarda libros y cuadernos en la mochila, se pone los auriculares, se prepara para salir. Lo espera un grupo nutrido de alumnos en la Universidad Di Tella. Tiene una materia de grado a su cargo: Redacción y edición periodística. Y un seminario de posgrado: Vanguardias populares. Mientras tanto, de camino, conversa con Infobae Cultura sobre esta constelación inolvidable de lo que él mismo define como “estrellas fugaces”.

“Eran perfiles muy definidos, un poco románticos y trágicos. La lista trató de ser equilibrada en cuanto a épocas, género, pero es un poco azarosa. No sé por qué no está Jimi Hendrix, por ejemplo”, dice este periodista de 58 años, mientras camina a la parada del colectivo. Trabajó dos décadas en Clarín, ahora escribe en La Nación y publicó libros como 100 veces Redondos, 100 veces Stones en Argentina y Crimen y Vanguardia, pero también como El Di Tella: Historia íntima de un fenómeno cultural y Estoy enamorado de mi auto: Un padre, un hijo, cuatro ruedas.
“Lo tenía todo: belleza e inteligencia. Y eso es lo que hace a la historia más triste”, se lee en el perfil de Nico. Los textos narran esa oscuridad, la que deja la ausencia del reflector, cuando se apaga, cuando lo sacan o cuando se quema. El buceo por esa zona, dice García, está “en contraposición con ciertas biografías: un poco maltrechas pero a contraluz con la luna. El aura artística no siempre se trata de eso”. Tampoco es una forma de admirar el pasado, dice: “Cuando escucho Deep Purple no siento que estoy haciendo un ejercicio de nostalgia. Estoy escuchando en el momento“.
“Amy Winehouse es una artista bastante reciente con la que no tuve el mismo compromiso como fan, pero era ineludible: representa ese misterio, el de una voz que aparece de la nada y se va, así, de repente. Sobre todo en el momento en el que nadie estaba cantando así, recuperando una forma muy analógica. Iba más allá de lo retro. Yo vengo de una escuela, los noventa. Éramos muy modernistas en el sentido antiguo de la palabra: nunca mirar atrás. No estábamos celebrando los cincuenta años de nada, toda esa cultura apareció después”, sostiene.

“Siempre era como la neofilia: ¿qué es lo nuevo?, ¿qué está pasando ahora? Pero ya no estoy más en esa. En todo caso, tengo algún grado de compromiso sentimental por haberlos escuchado", dice y agrega que le parecía “mucho más real y honesto hablar de lo que yo pasé muchas horas escuchando y que formaron parte de mi vida, sobre todo en el caso de Luca Prodan; también Tango, que obviamente es anterior a mi generación, pero siempre lo valoré muchísimo artísticamente. No solo por la película de mierda esa, ni por el mito, sino porque cada nota suya vale por diez discos de otro".
De la voz de Kurt Cobain escribe en Santos y pecadores que fue “una alternativa al discurso corporativo de la industria y de la propia estética de la música pop”. Ahora asegura que ”es el artista que representa esa contradicción inherente al rock de estar y no estar en el espectáculo, de tener un lugar en la cultura pop un poco corrido". “Y bueno, ya está, ya se acabó, listo: se perdió la batalla y él fue el último soldado”, sentencia. “Siempre fue muy contradictorio estar en el sistema de la discográfica, las giras y todo eso, y a la vez darse cuenta. Son artistas que están incómodos”.
“Luca Prodan iba más lejos en la actitud punk que cualquiera de nuestros punks miméticos, y a la vez desbordaba esa categoría, le quedaba demasiado chica. Luca Prodan was an artist“, escribe en el texto dedicado al líder de Sumo. ”Desbordan la categoría de ser el instrumento que tocan incluso", dice ahora. “Todos son artistas porque trabajan en eso, pero yo los considero como tales cuando desbordan el espacio asignado. No todos los pintores necesariamente son artistas: pueden ser técnicamente impecables pero hay algo que trastoca el sentido común, la vida de todos los días”.

Brian Jones, escribe, “es el Che de los Stones: eternamente joven por efecto de una muerte violenta”. “Son artistas con poca obra, a diferencia de otros que tienen treinta discos. La conmoción estética o espiritual que me pueden causar estos artistas no tiene que ver con una carrera sostenida en el tiempo, una coherencia artística. Tanguito, con el rasgueo de ‘Natural’, me alcanza. También tienen la fugacidad como elemento común. Chet Baker se consagra y después es todo decadencia", afirma.
“Son estrellas fugaces que irrumpen en un sistema —continúa—. ¿Qué hizo Syd Barrett? Estuvo en un disco y medio, un par de simples, pero sirvió para llegar a estos shows de Roger Waters que hace ahora que son la nada: la hipocresía más grande de la corrección política. Prefiero quedarme con esos cadáveres jóvenes. Ya sé que es un poco cruel, porque yo estoy escribiendo". Hoy, retoma García, “se puede hablar de rebeldía en tiempo pasado. Lo que sucede hoy va a ser estigmatizado y castigado: si vas a un diario del 68 vas a leer sobre Bryan Jones como si fuera un delincuente prácticamente".

Con el traqueteo, apenas perceptible, del bondi de fondo —ya debe estar llegando a la Di Tella—, el periodista cita a Miguel Abuelo: “Todo lo que ata es asesino”. “Es una de las grandes máximas, pero andá a llevarla a cabo”, dice. “Quizás tenga una tendencia medio melancólica, no lo descarto, pero esos programas son difíciles de ejecutar: terminan con la vida misma. Paso seguido por la puerta de la casa de Luca, pocas veces me detengo. Hay una placa. Me cuesta. No me gusta ver al rock tan premiado, no me acostumbro. Quizás porque soy de una generación donde el rock, no digo que era un acto de resistencia, pero no estaba del todo digerido, había que ir a buscarlo”.
“La verdad que no me acostumbro”, insiste. Por eso la honestidad en la escritura: “Un texto de rock tiene que estar escrito en rock, en su propio lenguaje. Y no correrle al bulto de los excesos o a las causas de los finales trágicos. No son balances. Uno se está dedicando a contar una vida, no a pensar que si Luca se hubiera cuidado podría haber vivido más. Como los que te dicen que Maradona nos dejó sin diez años más de fútbol por cómo vivió, en cambio con Messi por ahí tenemos un mundial más. ¡Qué mierda me importa! ¡Me chupa un huevo! Como Maradona no va a haber nada. Lo siento".
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