Retrato camaleónico de Bob Dylan

Un sin fin de libros y películas han intentado, con menor o mayor éxito, retratar la vida del gran músico estadounidense. Sin embargo, todavía resulta imposible definirlo

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Retrato camaleónico de Bob Dylan
Retrato camaleónico de Bob Dylan

En el libro Oh No! Not Another Bob Dylan Book, los periodistas británicos John Bauldie y Patrick Humphries rastrean la fascinación que suscita el Premio Nobel entre sus legiones de seguidores. Era 1991 y, por supuesto, en Norteamérica el libro se publicó con otro título: Absolutely Bob Dylan.

El aluvión de biografías, compendios de letras, antologías y ficciones sobre el misterioso juglar es inagotable. Ahora, la película A complete unknown (“Un completo desconocido”) se suma a la lista. Buena parte de esta biblioteca busca descifrar una cuestión: ¿quién es Bob Dylan?

La pregunta resulta aburrida y tediosa. No sabemos quién era Bob Dylan. Sin embargo, en sus primeros años, sí sabemos quién quería ser: Woody Guthrie.

Trailer 2 A Complete Unknown

New York, New York

Enero de 1961. Dylan abre la puerta trasera de un sedán negro en una calle incierta de Nueva York. Sólo persigue una cosa: la sombra de Woody Guthrie. Después de escuchar sus vinilos grabados por la discográfica Folkways y de la lectura de su autobiografía Bound for Glory, Dylan llega a la gran ciudad enamorado de las aventuras de Guthrie.

Woodrow Wilson Guthrie (1912-1967) había sido un bardo locuaz. Pero la voz y guitarra presente en sindicatos, minas y aserraderos estaba en aquel momento impedida en una cama de hospital (en Nueva Jersey). Su obsesión y amistad con un mudo Guthrie permitiría a Dylan conocer a los grandes protagonistas del Primer Folk Revival, el resurgimiento de la música folk: Pete Seeger, Sonny Terry, Lee Hays, Ramblin’ Jack Elliot, etc.

En Nueva York le esperaba lo incierto.

 Woody Guthrie (Grosby)
Woody Guthrie (Grosby)

La bohemia: Greenwich Village

El Greenwich Village era el barrio de la ciudad donde se cocía lo último del panorama folk. En sus calles alternaban freaks, poetas, humoristas, actores y cantautores. Mientras dormía en sofás ocasionales, Dylan se nutría de un valioso material musical y literario en las estanterías de amigos y conocidos: de igual manera escuchaba discos descatalogados o primeras ediciones inglesas que leía a Faulkner y a los poetas simbolistas franceses (Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, etc.).

Al cabo de unos meses, Dylan ya compartía vino y acordes con las jóvenes promesas del folk en ciernes: Phil Ochs, Tom Paxton, Hal Waters, Paul Stookey, Mark Spoelstra, Paul Clayton, Dave Van Ronk, Joan Baez y un largo etcétera.

En el entorno del Village todo ocurría demasiado deprisa, pero Dylan caminaba diez metros por delante. Como recuerda Spoelstra: “No necesitabas coger el autobús cuando ibas caminando con Dylan. Ibas con él y adelantabas al autobús por la ciudad”.

Bob Dylan en Nueva York,
Bob Dylan en Nueva York, 1963. (William C. Eckenberg/The New York Times)

Algunos biógrafos achacan este nerviosismo a su premura por encontrar un trabajo estable como músico. Los conocidos de la época coinciden en un detalle: una incontinencia en su pierna derecha; taladraba el suelo como si esperara algo. ¿Esperaba algo, Dylan? ¿El cambio, aquel que prometía en “The Times They are a-Changing” en sol mayor, un acorde tan querido en la música tradicional americana por su versatilidad y acomodo vocal?

“El cambio es lo único que permanece”, repetía como un Heráclito desvergonzado.

Contra el purismo

En las aceras del Village, Dylan ya era considerado un freak alejado de las formas normativas y el purismo.

Para la lógica de estudiosos, periodistas y críticos del folk, Dylan se emparejaba con lo más “bajo” del “bajo folk”: no respetaba las normas de interpretación de las grabaciones canónicas, retorcía el lenguaje y sustituía letras, dejes y acordes a su antojo cuando subía a las tablas de los locales ocasionales –el Gerde’s Folk City, el Gaslight Cafe o el Cafe Wha?–. Lo hacía desde una performance algo bipolar: a medio camino entre Chaplin o Buster Keaton y el melodrama congénito del joven itinerante, sin casa ni familia.

Gracias al entusiasmo del periodista Robert Shelton, Dylan firmaría con Columbia tras una crítica muy positiva en The New York Times: “Un destacado estilista de la canción folk”.

Allen Ginsberg, Peter Orlovsky, Barbara
Allen Ginsberg, Peter Orlovsky, Barbara Rubin, Bob Dylan y Daniel Kramer

Después de un discreto primer álbum llegaron el éxito de “Blowing in the Wind”, la maquinaria de Columbia y los recitales universitarios de Peter, Paul and Mary promocionando el álbum The Freewheelin’. Dylan ya era famoso.

Del folk al rock

El cambio inesperado parecía una constante en el devenir creativo de Dylan. Primero, alejándose de la canción protesta trazada hábilmente en The Times They are a-Changing en 1964 y en parte también en The Freewheelin’ Bob Dylan un año antes. Y después aferrándose a las imágenes imposibles de Another Side of Bob Dylan. Quizá en este disco se pudiera intuir con mayor eco su naciente amistad con Allen Ginsberg y Peter Orlovsky, estandartes de la poesía beat.

Dylan se volvería “mucho más joven”, como cantaba en “My Back Pages”, y se movería más allá de Norteamérica en el 64. En Londres, mantuvo contacto con The Kinks, The Rolling Stones y The Animals. Según varios biógrafos, es probable que el mismo bardo le tendiera a estos últimos el acetato de su primer disco Bob Dylan, donde esperaba agazapada la canción tradicional “House of the Rising Sun”.

The Animals – "The House of the Rising Sun" (1964)

Acercándose al formato de banda eléctrica, Dylan conseguiría acomodar la subversión grotesca y urbana de un imaginario folk (en canciones como “Maggie’s Farm”, “Tombstone Blues”, “Queen Jane Approximately” y un largo etcétera) con la salvaje irreverencia de la guitarra eléctrica, primero con Mike Bloomfield, más tarde con Robbie Robertson y The Band. Su bautizo sería en el Festival de Newport de 1965.

Dylan Goes Electric!

El estrepitoso concierto eléctrico de Newport en 1965 se ha comparado con el estreno de la Consagración de la Primavera, obra de ballet y concierto orquestal escrita en 1913 por Igor Stravinski. Como en Newport, el público desconcertado había abucheado a la obra de Stravinski por su audaz, agresivo y brutal modernismo. El recibimiento al nuevo sonido de Dylan fue parecido.

¿Qué esperaba Dylan irrumpiendo con una banda de rock en el festival folk que le había visto nacer?

Como ruptura y trauma, se habla sobre la “transición eléctrica” de Dylan, pero esta transición como tal nunca ocurrió. Dylan nunca había dejado de considerarse un roquero. Desde pequeño, escuchaba de madrugada al disc-jockey Gatemouth Moore entre las sábanas, atento a que el volumen de la radio no despertara a sus padres. Buddy Holly, Bobby Darin, Little Richard, Elvis Presley y Bill Halley se entremezclaban con los acordes añejos de Odetta y Hank Williams en las ondas.

Elvis con un disco de
Elvis con un disco de oro

La mayor aportación de Dylan es su figura como audaz catalizador. El material artístico y popular no pertenece a nadie y esto lo saben muy bien los estudiosos del folk en todas sus facetas.

¿Quién era Dylan? Quizá el comentario más revelador sobre el bardo en este sentido lo acuñara el periodista Oscar Brand: “Dylan escribió un poema con la vida que deseaba. Lo escribió para sí mismo y lo interpretaba… Eso fue lo que le llevó al éxito”.

Ni siquiera el caleidoscopio cubista que nos regaló el director Todd Haynes en la película I’m Not There escapa a las sombrías esquinas del yo. ¿Quién era Dylan? Un irremediable apasionado de la música tradicional, un astuto agente del entusiasmo, un jugador nato: la figura cruel del cambio o la posibilidad de la esperanza. ¿Esperaba algo Dylan? Por supuesto. Todo jugador siempre espera algo.

Fuente: The Conversation

The Conversation