Tamara Tenenbaum: “Vivimos una época en la que se reivindica el dinero, ya no el trabajo”

En su nuevo y premiado ensayo, la escritora y dramaturga argentina retoma un texto canónico de Virginia Woolf para analizar el presente. Feminismo, privilegios, resentimiento, derroche y nostalgia, entre otros temas

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"Vivimos una época de la
"Vivimos una época de la retrotopía en lugar de la utopía: la gente está pensando en volver a un pasado que siempre se idealiza." (Iván Giménez)

Su libro se llama Un millón de cuartos propios y nace de una nueva lectura de un célebre texto de Virginia Woolf que sigue siendo un faro del feminismo. Tamara Tenenbaum lo leyó muchas veces pero comenzó a traducirlo hace un par de años y la lectura no fue la misma: esta vez encontró matices y claves nuevas. Una, que resultó capital para que aquella traducción terminara siendo este nuevo libro, es que la escritora inglesa invita a las mujeres no solo a conseguir dinero y espacio físico que le permitan escribir sino que también las impulsa a poder vivir de su escritura.

En su nuevo ensayo, que arrancó como notas de un diario de traducción y terminó alzándose con el primer Premio de Ensayo Paidós hace muy poco, Tamara reflexiona sobre la vida contemporánea y lo hace desde temas como la primera persona, el feminismo, el dinero, el trabajo, el resentimiento, la comida, la nostalgia y la tradición. Más temas para leer el hoy: la opresión, los privilegios, la vocación, el derroche, la escritura, la lectura,

Tamara Tenenbaum es narradora, guionista, periodista, dramaturga. Nació en 1989 y estudió filosofía en la Universidad de Buenos Aires. En 2017 publicó su libro de poemas Reconocimiento de terreno y a ese poemario le siguieron el libro de cuentos Nadie vive tan cerca de nadie y en el año 2019 su ensayo El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI, que sorprendió como un gran suceso de crítica y ventas y se convirtió más tarde en una serie con Lali Espósito como protagonista.

Es autora de las novelas Todas nuestras maldiciones se cumplieron, en la que recupera su propia historia como niña nacida y educada por una madre médica, viuda y joven en la comunidad ortodoxa judía del barrio del Once y también la vida que nació con su llegada al mundo laico porteño luego de su ruptura con la religión y la comunidad, y La última actriz, en la que rinde homenaje al teatro y retoma obsesiones como el amor, la identidad de las mujeres, el judaísmo y la vida académica. Como dramaturga , Tamara es autora de las obras Una casa llena de agua, dirigida por Andrea Garrote y el díptico compuesto por Las moiras y El día más largo del mundo, ambas dirigidas por Mariana Chaud.

La mirada de Tamara sobre el presente toma como guía un texto canónico escrito un siglo atrás y lo hace con vocación por entender la dinámica de esta nueva era, aunque lejos de sus principios e ideas centrales. No es casual, por cierto, que la bajada de Un millón de cuartos propios sea: “Ensayo sobre un tiempo ajeno”, una descripción que se ajusta a esta propuesta.

Tamara, el feminismo y las
Tamara, el feminismo y las oleadas. "Me interesaba la idea de escribir desde una perspectiva feminista pero en una época de retirada y no de avanzada". (Iván Giménez)

— Pensaba en la frase “Ensayo para un tiempo ajeno” como en la idea de vivir un tiempo en el que no sentís identificación con algunos ejes de esta época como, de pronto, el regocijo en la crueldad o el antifeminismo y también que esa “ajenidad” es como si el hoy no nos perteneciera. Cuánto de todo eso estaba cuando empezaste a escribir y cuánto tiene que ver con ponerte a escribir. Entre las cosas sobre las que reflexionás está justamente eso de “lo que quiero decir va a salir mientras lo escribo”.

— Bueno, a mí me pasa una cosa con los subtítulos, me pasó también con El fin del amor, y es que siempre te preguntan por las bajadas suelen ser cosas decido por el tamaño de la tipografía o la cantidad de letras. (Risas). Dicho esto, por más que haya muchas más consideraciones, que además también tiene que ver con que sea atractivo, relevante en una mesa de novedades y etcétera, sí es una idea que estaba desarrollada en el libro, la idea del tiempo ajeno.

— El cuarto propio y el tiempo ajeno.

— Exacto. Por supuesto que es una exageración o un chiste, incluso. Porque yo sé que habito mi tiempo con mucha identidad y que soy una persona que está recontra conectada con lo que pasa. No soy Salinger, no vivo en una granja lejos de las ciudades. Soy relativamente joven, entonces en general me entero de la mayoría de las cosas que pasan y estoy mucho tiempo en internet. Parte de lo que me interesaba explorar era esta idea de que si el feminismo se organiza por oleadas, que es una metáfora que se ha usado mucho, bueno, hay momentos en que la marea avanza y hay momentos en que se retira. Y si estamos en un momento de retirada, me interesaba la idea de escribir desde una perspectiva feminista pero en una época de retirada y no de avanzada. En ese sentido, era el tiempo ajeno, ¿no? Digamos que si hace 10 años todos querían captar el sujeto político “mujer joven” hoy el sujeto político “mujer joven” evidentemente no es tan interesante para mucha gente como es el sujeto político “varón joven”. Es interesante igual eso porque esas mujeres jóvenes siguen existiendo y a alguien tienen que votar, con lo cual yo creo que alguien debería estar pensando en eso. Y, de hecho, he escuchado a muchos consultores decir, por ejemplo en relación con algunas cosas del gobierno actual, que se están confiando demasiado, cuando la realidad es que con las mujeres, jóvenes y grandes, les va un poco mal y son mucha gente, entonces hay que bajar un poquito los humos. Me parece que se trataba de esa idea, de dejar de ser el sujeto político protagonista. No porque yo ya no sea joven sino porque las mujeres ya no están en el centro de la discusión, me parece a mí.

— Algo que que me gustó para tratar de pensar algunas cosas que tienen que ver con los gobiernos y con lo que se vota y demás, es ese concepto que mencionás, de retrotopía.

— La retrotopía, sí. Es un concepto de Zygmunt Bauman que me re gustó.

— Mencionás que si algo tuvieron en su momento el PRO y más cerca en el tiempo la propuesta de La Libertad Avanza, tenía más que ver con una mirada a futuro que con una cosa como más nostálgica.

— Yo diría que, en realidad, La Libertad Avanza. Creo que el PRO perdió justamente eso, aunque en su momento, sí. El kirchnerismo hace 15 años también representaba eso. En el comienzo de mi adultez las dos visiones de futuro que aparecían eran las del kirchnerismo y el PRO. Te podía gustar más una o más la otra, o ninguna, pero había visiones de futuro claras. Hoy creo que la única fuerza política que presenta un futuro claro es La Libertad Avanza. Nos puede gustar más o menos, a mí me gusta menos, pero están ofreciendo una visión de futuro. Y creo que tanto el PRO, que perdió en el sentido de quedar desdibujado al interior de La Libertad Avanza, como el kirchnerismo, que está en un momento de indecisión, de ver por qué futuro se juegan, que es un destino en el que están, creo, todas las izquierdas del mundo, preguntándose cuál es la visión de futuro que proponen. Y entonces quedaron un poco atrapadas en esta idea de la retrotopía, que me pareció súper interesante y que leí en un libro de Bauman en el cual él desarrolla esta idea de que antes las izquierdas representaban siempre visiones utópicas. Y las visiones nostálgicas estaban encarnadas en la derecha. Y, en algún momento, la idea de la visión de futuro hace crisis y todos empiezan a presentar como aspiración no ya un futuro diferente de la vida que tenemos y conocemos sino una regresión a un pasado idealizado. La derecha idealizará un pasado tradicional, y la izquierda un supuesto momento socialista o socialdemócrata, los Estados de bienestar, que obviamente hoy romantizamos mucho de lo que fue eso pero históricamente sabemos que, no sé, no se cumplieron las utopías tan claramente. Vivimos una época de la retrotopía en lugar de la utopía: la gente está pensando en volver a un pasado que siempre se idealiza. Un pasado que rara vez tiene relación con la visión histórica real. Que, en general, cuando uno habla con los historiadores, la mayoría de las épocas que uno idealiza eran épocas rarísimas, en las que pasaba de todo. ¿Qué pasado idealizaríamos? Venimos de un siglo de muchísimas guerras, dictaduras.

— A mí me gusta siempre recordar en estos casos una frase de Andrzej Wajda, el director de cine polaco, cuando le pregunté qué extrañaba del comunismo y me dijo: “Lo único que extraño del comunismo es mi juventud”.

— Totalmente. Bueno, pero lo interesante de eso para mí es que es lógico que la gente que tiene 60, 70 años, sea nostálgica de cuando tenía 20. Lo que es raro es que la gente que tiene 25 sea tan nostálgica. ¿Nostalgia de qué? Justamente de algo que no vivieron. No conocieron. Y entonces pueden idealizar y armar a su gusto, ¿no? Porque, si te fijás, las visiones que la derecha arma del pasado siempre son un pastiche, como un afiche publicitario de los 50 pero con la prosperidad de los 60 en Estados Unidos y con cierta cosa medio de carrera espacial. Como que en el fondo es un pastiche de cosas que les gustan de distintas épocas y sacando lo que no les gusta de todas. Y creo que la izquierda hoy está un poco perdida porque estamos en esa misma situación, pero la izquierda tiene una tradición crítica muy grande. Entonces es menos claro cuál es el pasado que deberíamos idealizar y somos todos muy pesimistas.

"Un millón de cuartos propios",
"Un millón de cuartos propios", de Tamara Tenenbaum, resultó ganador del primer Premio de Ensayo Paidós.

Vivir de lo que se escribe

— En Un millón de cuartos propios, el tema del trabajo es central porque como el libro sale de una nueva lectura tuya de Un cuarto propio, empezás a hacer una serie de análisis a propósito de cuando la señora Virginia Woolf, en su Londres de comienzos del siglo XX, hablaba de la necesidad de las mujeres de tener un cuarto propio para poder escribir, una cantidad de dinero para poder vivir, pero también, decís, para poder vivir de la literatura, o sea, vivir de lo que escribe.

— Una cosa que me gusta de releer es darme cuenta de las cosas que uno fue pasando por alto en distintos momentos. Algunas, por cuestiones de edad, obviamente: hay temas que vos leés a los 15 años que no te resuenan y, a veces, también tiene que ver con cuestiones de época. Por ejemplo, yo creo que esta idea de la reivindicación del trabajo, cuando lo leí por primera vez no me llamó tanto la atención porque, supongamos que la primera vez que leí este libro tenía 15 años, o sea en el año 2005. En esa época todavía la idea de la vocación y del trabajo que dignifica era algo que nos enseñaban a todos los jóvenes. Era algo que recibíamos y era el relato social dominante, sobre todo en la clase media, diría que en las clases bajas, también. Y no solamente eso, sino también la idea de que el trabajo le va a dar sentido a tu vida, te va a organizar, te va a ayudar. También está el amor, están los afectos, están los proyectos políticos, hay un montón de sentidos, pero el trabajo es parte de esos sentidos. Como ese relato era mainstream, y era lo habitual, yo lo pasé por alto, me parece. Y creo que esta vez, hace ya dos años, un año y medio, cuando tuve que sentarme a traducir este libro de Virginia Woolf, me sorprendió porque vivimos en una época en la cual la reivindicación hoy es del dinero, no del trabajo. La idea de mover tu plata para no trabajar y que eso es mejor que trabajar. Que quien pueda evitarse trabajar, mejor. Y me pareció súper interesante que Virginia Woolf, que era una mujer de la alta burguesía, si bien después empezó a ganar dinero como escritora, tenía su herencia, su rentita, sus cosas, reivindica mucho la diferencia entre el dinero que uno recibe por herencia y el que uno recibe por trabajar. Y dice que eso hace una diferencia en el proyecto de vida, incluso en lo colectivo, incluso también en las relaciones sociales, en las posibilidades de las mujeres de formar parte del mundo y de tomarse la literatura de una cierta manera, ¿no? Ella habla en un momento de las escritoras de las clases altas.

— ¿Cómo es que dice? “Escritoras sin crítica ni audiencia”, creo.

— Exacto. Las nobles, que como no tenían que mezclarse con el mundo, escribían en sus casas, tranquilas. Cuando querían. Y ella dice: bueno, sí, se quedaban afuera del mundo, también. Y en cambio reivindica a la primera escritora trabajadora inglesa, Aphra Behn, una mujer que venía de abajo y que bancó su casa y su vida escribiendo. Y reivindica mucho esa idea de que eso cambia tanto tu vida, como la literatura, como las posibilidades de otras mujeres. Entonces hay una reivindicación no solamente de la igualdad sino también del trabajo, que no necesariamente es una reivindicación que esté en todas las propuestas feministas ni en todas las propuestas de izquierda porque para muchas propuestas progresistas el trabajo es pura explotación, y cuanto menos uno pueda trabajar mejor.

— Y además desde la izquierda, ya a comienzos de los 80 había aparecido con André Gorz el proyecto de reducción de la jornada laboral.

— Por supuesto. Que para mí, igual, es parte de la dignidad del trabajo. Por supuesto que no hay nada digno en tener que trabajar 18 horas por día para poner la comida en la mesa. Eso no es dignidad, eso es otra cosa. Me parece que Virginia habla justamente de tener buenas condiciones, de tener la posibilidad de hacer algo que sea enriquecedor. Que no significa necesariamente la vocación. Significa, a veces, estar dando un servicio que uno sabe que es valioso. Como si alguien viene a desayunar a tu bar y le serviste el desayuno y se fue contento a su casa. Digo, eso es un servicio valioso. Es algo que te hace sentir parte de algo.

Virginia Woolf en Monk’s House.
Virginia Woolf en Monk’s House. Harvard University Library / Wikimedia Commons

— También hablás sobre el dinero, las clases sociales y de los trabajos que son más o menos considerados. Pero recién dijiste “Virginia” en el libro la llamás Virginia. ¿En qué momento decidiste que en lugar de poner la escritora, o Woolf, o como sea, ibas a llamarla Virginia?

— Bueno, me parecía re raro poner Woolf porque la verdad es que nunca lo veo así escrito. Entonces ponerla por el apellido solo me parecía raro. Poner Virginia Woolf todas las veces me parecía pesadísimo (risas). Entonces pensé, bueno, poner Virginia ¿no? Virginia hay una sola. Los apellidos son de los padres, de los maridos. Siempre es como algo polémico la relación que las mujeres tenemos con los apellidos. Por supuesto que, para algunas personas, en algunos contextos, se puede leer como que efectivamente es machista que los hombres sean apellidos y las mujeres sean nombres, pero yo no lo veo de esa manera. De hecho creo que hay algo incluso medio de diva, ¿no?

— Tu ensayo tiene que ver con cuestiones del feminismo porque parte de un texto emblemático de las feministas pero hay mucha reflexión sobre la escritura y específicamente sobre la escritura y el ensayo. Y algo fundamental que desplegás es esa idea de la búsqueda de un tono. Y mencionás que en la traducción, tema sobre el que hacés también un despliegue interesante, te detuviste mucho en frases en las cuales Virginia Woolf comienza con un “Pero”, una frase adversativa, y vos misma empezás a tomar eso cada vez más en el inicio de alguna frase, del estilo: “Pero quería hablarte de xxx y me estoy desviando”.

— A mí me importa mucho cómo se escribe en los ensayos. Es como una causa que trato de mover porque siento que vivimos en una era donde se habla todo el tiempo de contenido, entonces se supone que las formas no importan. O que importan menos. Por supuesto que la dicotomía forma/contenido en literatura está desbancada hace muchos años entonces es horrible que se vuelva a hablar de contenido de esa manera porque las cosas no se pueden separar tanto. El modo en que están escritas las cosas es parte de lo que son las cosas. Y entonces me parece que defender la idea de que escribir ensayos es, por supuesto, escribir literatura. O puede serlo. Y creo que hay que hacer una defensa de esa artesanía literaria del ensayo, que no se trata solamente de argumentar y de pensar sino que para argumentar y para pensar se necesita un trabajo con la belleza, para mí. Los mejores filósofos escriben muy bien.

— Freud también escribía muy bien.

— Freud escribía muy bien, por supuesto. Digo, los filósofos que nos interesan eran grandes literatos. Entonces me parece que hay una defensa que hacer ahí. Yo creo que también tiene que ver con toda esta cuestión de la inteligencia artificial ¿no? Me pregunto: ¿qué pasa ahí? ¿Se supone que es irrelevante el estilo? A mí no me parece.

— Me gusta eso que decís acerca de que, en general, si algo está muy bien escrito uno puede leer un ensayo sobre cualquier tema.

— Por supuesto. Es algo que a mí me resulta interesante. Y por eso, bueno, hay como una búsqueda de eso. Y, entonces, cuando estaba pensando en este libro y en el tono que quería que tuviera me pareció que parte de lo que me gustaba era que la traducción es un oficio, que algo que a mí me gusta de traducir es que efectivamente no es un arte. Es un oficio. Es algo muy diferente que hay que ir aprendiendo a hacer. Con truquitos. Aprenderlo a hacer cada vez más rápido y mejor. Como se aprende a hacer una mesa, como se aprende a cocinar, ¿no? Entonces me pareció que darle esa impronta de diario de traducción al libro, por un lado dialogaba con este tratamiento del tema del trabajo y, por otro lado, también le daba un tono de cuaderno que es intimista y a la vez es divertido, es liviano en algún sentido. Y además a mí me gusta que en los libros, sean de ficción o de no ficción, haya huellas del proceso de ese libro. Y en este caso este libro empezó como un diario de traducción. Siempre cuando empiezo a traducir un libro tengo un cuaderno de notas como medio paralelo a la traducción donde voy anotando cosas, como cuando me di cuenta de “ok, Virginia empieza muchas oraciones diciendo “pero””. Esto es rarísimo en español pero después me dije: es también raro en inglés. Entonces es algo a conservar, no algo a pensar cómo cambiar. Porque si ya es raro en inglés, conservemos esa extrañeza.

— Es estilo, claro.

— Es una marca de estilo, no es un problema de gramática. Entonces me anoto eso. Me anoto después algunas cosas, como frases que se repiten y me voy preguntando: ¿la voy a traducir todas las veces igual o la voy a ir cambiando? ¿Quiero que el lector en español registre esta repetición o es una repetición que no vale la pena que registre y en español se siente más pesada que en inglés? Bueno, tengo cuadernos en los que voy anotando esas cosas. Entonces me pareció que era como otro color, que estaba bueno que tuviera un texto que, de otro modo, sí, tiene muchas citas, tiene cosas medio pesadas también.

— En un par de ocasiones mencionás cosas que te hacen llorar.

— ¿En serio?

— Sí.

— Ay, ni me acuerdo.

— Sí. Sí. Y que tienen que ver con ciertos momentos de los textos. Lo decís a propósito de Woolf pero también lo mencionás con otros casos. Es que el tuyo es un libro que está cruzado por la literatura, pero no solamente. Aparecen filósofos, economistas, pensadores del mundo del trabajo. Me impresiona la cantidad de insumos diversos con los que trabajás.

— Sí, a mí me gusta leer así. Yo creo mucho en eso de que si algo está bien escrito uno puede leer sobre cualquier tema. Y yo leo sobre muchos temas. La realidad es que me gustan las voces, me gustan las cosas que están bien escritas, bien pensadas. Y, entonces, después me encuentro leyendo cualquier cosa. Ahora hace tiempo que estoy bastante obsesionada con el tema del urbanismo, viste. Cosas que no son mi tema.

— Cosas que, tal vez, uno dice “para qué me puede servir después”.

— Para qué me sirve esto. Y siempre me sirve para algo. Me doy cuenta de que me interesan un montón de cosas y me sirven. Y por eso insisto tanto con lo del tono. O sea, yo no sé si lo logro, es un trabajo que hago todo el tiempo y que soy joven y voy a ser mejor en algún momento, espero. Pero siento que si uno genera un tono de escritura, se pueden hacer entrar cosas muy diversas. Efectivamente se puede hacer entrar un planteo de un economista. Se puede hacer entrar un planteo de un filósofo. Se puede hacer entrar algo que tiene que ver con la teoría literaria y con pensar a partir de una novela. Digamos, uno puede ir haciéndole lugar a diferentes cosas. Que un poco Virginia Woolf hace exactamente eso en Un cuarto propio. Tenés poemas citados, muchísimos poemas. Tenés descripciones de comida larguísimas. Tenés también crítica literaria. Planteos sobre la androginia. Planteos sobre la guerra. Tenés un montón de cosas. Y funcionan porque para mí el tono es, viste, como las riendas de un caballo: si lo tenés, funciona.

Tamara Tenenbaum: "Me gusta mucho
Tamara Tenenbaum: "Me gusta mucho escribir ficción porque yo me canso de mi propia voz. Me canso de mí misma". (Foto: Maximiliano Luna)

— Hay algo en el ensayo anglosajón en ese sentido, que es como que tienen un manejo impresionante de todo esto que estás señalando sobre el tono o cómo hacer entrar todo adentro de un mismo texto. Pero lo que yo pensaba es que este tipo de ensayo se vincula mucho con lo que hacés en tus columnas. Pero vos al mismo tiempo escribiste un libro de poemas, sos dramaturga y escribís ficción. ¿Hay momentos en donde te aburrís de una cosa y vas a la otra? ¿Por qué tuviste necesidad de volver a escribir un ensayo?

— No, por un lado tenía el cuaderno ese de traducciones. Por otro lado, vi que estaba lo del premio y dije bueno, qué tengo para mandar. Yo soy muy de aprovechar los concursos porque pienso que, cuando uno escribe, cualquier incentivo que te lleve a terminar un libro es muy positivo porque si no uno abandona los proyectos en la mitad pero no por procastinar sino por falta de fe. Por falta de fe en el sentido que decís: “esto no va a ninguna parte”. Y lo bueno que tienen los concursos es que no te dan tiempo para decidir. Cuando tenés un concurso con un deadline no hay tiempo de abandonar porque es como hay que casarse con una idea incluso cuando estás inseguro con esa idea.

— Cuando estás fracasando (risas).

— Me tengo que casar igual. Me casé. Ya está, estoy en esta. Como: tengo que esperar a que el pibe tenga 3 años para separarme (risas). Por eso, cuando vi lo del concurso dije: me meto y lo único que tenía era el cuaderno de notas sobre Un cuarto propio, con lo cual ahí dije: bueno, es un concurso de ensayo, tengo estas notas, algo tengo que poder hacer. Por supuesto que también me gusta escribir ensayo. Reconozco que a veces me harto de escribir ensayo, primero porque escribo una columna todos los domingos (en eldiario.ar), entonces es difícil. Es lo mismo que hago en las columnas, de alguna manera. Y, por otro lado, porque el ensayo tiene algo con el yo que es muy agotador a veces. A mí me gusta mucho escribir ficción porque yo me canso de mi propia voz. Me canso de mí misma. Entonces, escribir ficción te da la oportunidad de hablar como otra persona, de ser otras personas, habitar otros mundos.

— De decir cosas que no pensás.

— Decir cosas que no pensás todo el tiempo, ¿no? Una hace una ficción y las personajes, yo digo “las” porque siempre escribo con mujeres, pero pueden ser medio machistas, pueden ser medio anticuadas. Es un descanso total. No tengo ganas de ser yo todo el tiempo. Y el ensayo te pide lo contrario, mucho yo. Pero, bueno, también los ensayos inventan su propio lenguaje, inventan su propio mundo y nunca es el mismo yo que el de otro ensayo. Cada ensayo tiene su forma.

— Esa era una de las preguntas que te quería hacer porque en Un millón de cuartos propios volvés mucho a El fin del amor. En varias oportunidades mencionás ese primer libro del género. Y lo mencionás en lo que tiene que ver con el estilo, con el tema y también con la primera persona. Te quería preguntar cuál sentís que es el mayor cambio que hubo en vos a la hora de escribir, argumentar y pensar, qué gran cambio ves entre el 2019 y ahora.

— Bueno, yo creo que ahora me siento, por un lado, más cómoda. También soy más grande y eso te ayuda. He hecho más cosas. Como que me siento más cómoda con algunas cosas. Por otro lado, también me siento más incomoda con otras en el sentido de que cuando uno es más joven tiene un ímpetu y como que tenés otra soberbia. Y, en realidad, creo que si uno madura para el lado correcto uno va volviéndose menos soberbio y no más. Entonces, uno va sintiendo que sabe menos y no más. Yo me siento más insegura con algunas cosas. Eso está claro. Pero al mismo tiempo creo que puedo tomarme los textos cada vez más como un juego, como una prueba, como algo que sale o no sale. No como algo que tiene que ser definitivo.

— Bueno, por algo se llama ensayo.

— Exacto, es un ensayo. Estamos ensayando. Es el ensayo general, mañana vemos cómo sale. Pero, en realidad, viste que en los ensayos el estreno nunca llega, siempre se hace en el ensayo. Y también hay algo como de la conciencia del estilo, que estoy cada vez más en esa. Me importaba ya en El fin del amor la música de las frases. Que cada capítulo sea un poco distinto del otro. Que tengan climas diferentes. Me interesa mucho la experiencia de lectura del ensayo.

"El fin del amor" fue
"El fin del amor" fue el primer libro de ensayo de Tamara Tenenbaum y fue la base para la serie del mismo nombre protagonizada por Lali Espósito.

Hablando de dinero

— Estamos hablando del dinero y en el libro el tema del dinero es central. Y hubo hace un tiempo una columna tuya que hizo ruido en la que hablabas de cómo vivimos todos hablando de dinero.

— A mí me intriga mucho lo que está pasando con las relaciones simbólicas con el dinero en esta época. Creo que efectivamente estamos viendo muchos cambios. Obviamente la materialidad determina la conciencia. Estamos viendo estos cambios porque las formas de hacer dinero están cambiando. Las formas de hacerse rico hoy no son las formas de hacerse rico hace 50 o 100 años. Entonces los ricos son de otra manera. También la forma de mostrar la riqueza es otra, ¿no? Antes, por supuesto, estaba el despliegue de la riqueza pero tenías que verlo físicamente o verlo en la tele, en los famosos. No estabas tan pendiente, por ejemplo, de las vacaciones de los demás, ¿no? Como esa cosa de ver fotos de vacaciones de gente que conocés tan poco.

— Claro, porque Instagram en ese sentido, que es la red social que más muestra estas cosas, de alguna manera nos reseteó, también.

— Totalmente. Apareció como esta idea de ver gente que tiene un montón de plata y que no entendés de dónde. Y todo el mundo se está preguntando eso, de dónde. ¿De qué trabaja? ¿Cómo gana tanto? ¿Por qué esta persona que hace el mismo trabajo que yo de pronto está de vacaciones en Hawái si yo no puedo pagar eso? Todos estamos preguntándonos eso. Yo me estoy preguntando eso todo el tiempo de todo el mundo. Y me parece que están pasando cosas ahí. Y en relación con la juventud, pienso que, por ejemplo, la desestigmatización del trabajo sexual es algo que es positivo porque el trabajo sexual existe y es trabajo, por lo menos para mí, y pienso que por supuesto que no hay nada progresista en la idea de que esté estigmatizado. No hay nada progresista en la idea de que alguien tenga que avergonzarse de hacerlo. Pero sí me sorprende quizás un poco la idea de si lo opuesto de la estigmatización empieza a ser la glamourización. Como soy una muchacha de 35 años, mi algoritmo me muestra un montón de chicas de mi edad, un poco menos, o sea, chicas sub 35, que están en Dubái. Siempre en Dubái, gastando un montón de plata, pasándola bárbaro, y que te ofrecen contarte cómo lo hacen. Entonces, lo que se muestra es el consumo pero, a la vez, la parte del trabajo está oculta. No estás mostrando el día a día porque obviamente no es tan divertida la parte de mostrar que tenés que estar limándole las uñas de los pies a un jeque. Qué sé yo. Entonces, digo, hay cosas pasando ahí. Y hay cosas pasando en una juventud que cada vez desestigmatiza menos eso pero, reitero, una cosa es respetar la dignidad del trabajo, sea el que sea, y otra cosa es empezar a romantizar la idea de que lo mejor que te puede pasar en la vida es ser mantenida por un jeque, ¿no?

— Pienso también en otro tema que aparece en tu libro, a propósito de otras clases de trabajos sobre los que estamos todos preocupados y nos preguntamos si mañana nuestro trabajo existirá porque la inteligencia artificial se perfecciona cada vez más. Y, por otra parte, que será de nosotros como humanidad cuando llegue, si llega, la famosa renta universal y nos paguen por existir, ya no por trabajar.

— Yo creo que estamos muy lejos, pero que eso debería suceder. Y cuando eso suceda, creo que el trabajo se va a resignificar. O sea, el trabajo no va a perder porque vos tengas asegurada la renta universal. Porque, de hecho, la mayoría de la gente que yo conozco trabajando en medios o en los tipos de trabajos que nosotros hacemos heredó una casa de sus padres y quizás tiene alguna otra facilidad, es gente de clase media alta que tiene una renta básica, digamos. Yo siempre digo lo mismo, yo me compré el departamento con la plata de la AMIA. Y si no lo hubiera podido hacer, no sé si hubiera podido escribir libros gratis, digamos, tendría que haber trabajado de los 20 a los 25 más de lo que trabajé.

— Acabás de mencionar algo de lo que en esta nota no habíamos hablado y que tiene que ver con la muerte de tu papá en el atentado y pensaba que, en un momento de tu libro, hacés como un pequeño retrato tuyo y te describís como huérfana. Y me llamó la atención porque, en general, a los 35 ya uno no menciona “huérfana” como una de las características personales.

— Totalmente, sí, sí, sí. No, para mí los huérfanos somos los que fuimos huérfanos de niños. Después de cierta edad, ya no cuenta (risas).

— Claro, por eso digo.

— No, no, tiene que ser de la infancia. Si no, después de los 30 ya el ciclo de la vida es como es. Hay gente que tiene padres más jóvenes, tiene un poco más de suerte, menos. Eso a mí me sorprendió mucho pasando los 30 que, claro, ya todos, ya ahora sí es normal no tener papás (risas).

"La última actriz" es la
"La última actriz" es la segunda novela de Tamara Tenenbaum.

— Y... se normaliza un poco. Te sentís un poquito medio a la par ya en ese sentido.

— Sí, total. Igual no tanto, eh, porque te digo que pertenezco a una generación donde la gente vive mucho. La mayoría de mis amigos tienen a sus dos padres vivos. De hecho, cuando una persona hoy se muere a los 65, 70 años, decimos que se murió joven.

— La gran diferencia es que no se dice que fue una tragedia.

— No, totalmente. Pero 60, todavía, está en el borde de lo trágico.

— Si yo mañana no estoy…

— Vos decís que ya no cuenta como tragedia.

— Nadie diría que fue una tragedia.

— Igual eso sigue sin ser tan común y, de hecho, siempre con mis amigos charlamos últimamente que, claro, en este momento de envejecimiento poblacional total la mayoría de nosotros va a heredar cuando tenga 60 años. Y parte de la pobreza de nuestra generación tiene que ver con eso, eh. O sea, no heredamos en el momento que estamos criando chicos y esas cosas, heredamos ya casi para nietos (risas). Es parte de lo que está pasando, son muchas transformaciones. Parte de lo que me interesaba trabajar en el libro era eso, tanto en el mundo del trabajo como en el mundo del dinero, como en el mundo de la mecanización de los trabajos, van a pasar un montón de cosas. Yo creo que hay cosas que podemos pensar a partir de eso que todavía viene de principios filosóficos, no te digo milenarios, pero sí que podemos pensar y hay cosas que son impensables todavía.

— Y que nos pueden llevar puestos, digamos.

— Hay cosas que nos van a llevar puestos y que nos van a sorprender y para las cuales tenemos que estar tratando de pensar en novedades pero también es interesante que hay mucha filosofía del siglo XIX, del XX, que ya nos sirven para pensar estas cosas, que ya tienen herramientas para pensarlas.

— Vos sentís que haber estudiado filosofía te ayuda para pensar ese hoy y el posible futuro. Eso estás diciendo.

— Yo siento que sí, que por eso creo que tanto la filosofía como la literatura hoy son insumos muy importantes para pensar el presente y por eso me da pena cuando la gente piensa que para pensar el presente lo que tenés que estar consumiendo son cosas del presente, ¿no? Que estar conectado con el presente es eso, es estar conectado con la vorágine de información. Como si mirar 50 streamings te fuera a resultar más provechoso para pensar el presente que leer…

— A Virginia Woolf.

— A Virginia Woolf o a Freud, o a Bauman o a quien sea. Realmente no creo. Pero lo digo como persona que perfectamente puede sentarse a mirar un streaming.

"Me encanta Elena Ferrante. Hay
"Me encanta Elena Ferrante. Hay algo mágico en poder hacer novelas atrapantes en el siglo XXI", dice Tamara Tenenbaum. (Candela Teicheira)

Una escritora estupenda

— Te hago la última. Explicáme por qué decís que es tan buena Elena Ferrante.

— Ah, a mí me encanta Elena Ferrante. Primero, hay algo mágico en poder hacer novelas atrapantes en el siglo XXI. Con técnicas del siglo XXI escribir novelas atrapantes como cuando una se sentaba a leer Ana Karenina y no quería que terminara, no hay tanta gente haciendo eso. Hay algo como que hoy está más de moda, si querés, el trabajo con la forma, como una cosa medio experimental, que una lee la novela como un artefacto de museo, que está muy bien, pero también que existan novelas atrapantes para mí es hermoso y encima que tengan además calidad y recursos. Eso es lo que tiene. Yo creo que es bastante interesante. Yo me doy cuenta cuando un varón lee a Elena Ferrante y se sorprende de que tiene recursos porque pensaba que eran taradeces para chicas. Entonces hay algo ahí, esa fusión es bárbara. Pero, después, creo que además Elena Ferrante es muy inteligente en su comprensión de las relaciones humanas.

— De los vínculos, claro.

— Es muy feminista y muy crítica de los vínculos tradicionales, no digo de la monogamia, o no solamente porque hay mucha crítica al matrimonio en esos libros, pero sí digo los vínculos tradicionales en el sentido de las familias y las jerarquías tradicionales y lo que se entendía por amistad o lo que se entiende por amistad. Siendo muy crítica de todo eso, es a la vez…

— Muy sensible.

— Es muy sensible y no entiende la crítica como algo que precede al pensamiento. Uno puede pensar algo sin compartirlo. Se permite pensar en relaciones que son horribles antes de criticarlas y eso es muy inteligente. Creo que poca gente está haciendo eso hoy.

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