Marcos Aramburu, del vértigo del streaming a la profundidad de la escritura

El autor de “Las ceremonias” y conductor del canal Gelatina, reflexiona sobre su convivencia en dos mundos opuestos: la fugacidad de los contenidos digitales y la trascendencia de la literatura

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Marcos Aramburu, conductor de Gelatina,
Marcos Aramburu, conductor de Gelatina, escribió un libro con historias de consumidores de drogas

La presencia de Marcos Aramburu no resalta en el bar ubicado en una tranquila esquina del barrio porteño de Saavedra. Ninguno de los clientes, jóvenes en su mayoría, repara en su presencia o al menos eso parece mientras el muchacho convertido en celebridad del streaming argentino apura un almuerzo tardío, una tarde de verano de las que no abruma por la temperatura. Será un síntoma de época, pero a Marcos lo ven varias decenas de miles de personas por día -en vivo o más tarde, ventajas del floreciente formato- y otros tantos en cualquier momento de sus vida, a través de recortes en video que reproducen comentarios, reflexiones dotadas de un humanismo infrecuente para la época o simplemente situaciones graciosas, propias de su chispa, una chispa que mezcla barrio y biblioteca.

Este estilo lo distingue con perfil propio en un universo mediático superpoblado de revelaciones, advenedizos, personajes reciclados y oportunistas de toda clase. Dentro de este incipiente show business nacional, Marcos Aramburu conduce programas en vivo que combinan análisis político, cultura pop y humor en un tono netamente descontracturado -una de las claves del suceso del formato que incorporó vocablos como “Blender”, “Olga”, “Luzu” o “Gelatina” al menú de consumos culturales de una generación- y así construyó una comunidad de espectadores que lo sigue a diario y replica sus tuits o laikea sus stories, para convertirlo en una referencia del ecosistema digital.

Más allá de su faceta como conductor -estrena este lunes a las 10 de la mañana por Gelatina su propio programa, titulado Bang Bang, junto Tomás Quintín Palma-, Aramburu cimentó una incipiente popularidad por ser el cerebro y coautor junto a Pedro Rosemblat (estrella y emprendedor del streaming) de los “jingles” que marcaron la identidad de su proyecto. Breve explicación para no iniciados: los “jingles”, que nacieron al calor de la campaña electoral, son canciones populares de rock, pop y géneros urbanos, con letras adaptadas de manera graciosa, oportuna y con doble o triple lectura, a personajes y episodios de la cambiante realidad política argentina. Consolidaron un lenguaje propio en la intersección entre la política y el entretenimiento que los llevó, por ejemplo, a llenar dos estadios Obras a fines de 2024.

Pero hay un costado menos conocido en la trayectoria de Marcos Aramburu: la escritura. En abril de 2023 publicó Las Ceremonias. Crónicas de personas que usan drogas, un libro brutalmente honesto que se sumerge en historias de consumo desde una perspectiva íntima y sin prejuicios. A través de relatos en primera persona, el libro explora rituales, experiencias y contextos para cada historia de vida que allí se cuenta. Su estilo narrativo, como testigo y discreto entrevistador, se acerca -permítase la referencia- a la sagacidad y la sabiduría de “la calle” de Fabián Polosecki, y el corrosivo estilo gonzo de Enrique Symns. No es poco para un joven que apenas había nacido cuando estos dos antihéroes del periodismo argentino patentaron un estilo que aún los distingue como referencia.

"El libro lo escribí mucho
"El libro lo escribí mucho antes de todo esto que pasa ahora con el streaming", dice Marcos Aramburu

En diálogo con Infobae Cultura, Aramburu habla del “riesgo” de escribir sobre consumo de drogas, de la idea de fama instantánea que trae consigo el protagonismo en redes sociales y del pequeño fenómeno del streaming que lo tiene en la cresta de la ola. “La exposición me da lo mismo”, afirma en esta entrevista.

—Yendo al punto: ¿cómo y por qué se te ocurrió escribir un libro sobre consumo de drogas?

—El libro salió en 2023 y ya en 2022 en mis redes sociales estaba encontrando un tema de qué hablar. Yo venía trabajando en la revista Vice, haciendo contenido sobre drogas. Y en Gelatina empecé a hacer una columna sobre reducción de daños, historia, un poco de todo. Ahí me contactaron de la editorial El Gato y la caja: ellos habían estado trabajando con esa temática. Había sacado un libro con un enfoque totalmente científico sobre las drogas y les fue muy bien. Entonces me convocaron para decirme que querían hacer un libro que agregar una mirada sobre historias de vida, un abordaje sobre drogas que no sea solo científica, de datos y estudios.

Hay diversas historias. Yo había laburado con el archivo de la memoria trans haciendo un podcast y por eso conocí algunas historias. Sabía que tenían que ver un poco con eso. Después conversando con gente de la editorial, nos interesaba que hubiera alguien más grande de edad. Y ahí encontré a Miguel, que era un amigo de mi viejo. Esas fueron las primeras dos que escribí. Ahí quisimos corrernos de otro estereotipo, de la cocaína y la oscuridad... Y entonces apareció Alejandro Pasquale. Yo tenía contacto con él por Instagram, veía lo que hacía. Y encontramos una historia más luminosa, más de psicodélicos. Cuando terminé la tercera, yo sentí que el libro necesitaba que yo estuviera para que no sea la narración de un tipo en un zoológico. O un espectador. Entonces, haber puesto mi historia ahí le dio un poco de otro sentido al abordaje con las personas.

"Me gusta más el trabajo
"Me gusta más el trabajo que la exposición", dice Marcos Aramburu

—Hay una decisión de estilo interesante en cada relato y es tu abordaje: te mantenes a un “costado” de la historia.

—Quería tratar de hacerlo con el menor juicio posible. Siento que es un tema en donde el que brinda su historia suele estar muy juzgado por quien lo entrevista. Quería lograr que las personas se abrieran y contaran lo suyo desde un lugar que no sea autovictimizante. Creo que lo interesante fue encontrar que una persona que Miguel relatara su historia de adicción y que estaba llena de sufrimiento. Pero también me contaba que había sido divertido... No sé, poner una gama más grande de razones, de sentimientos. Porque si no siempre el adicto o el consumidor queda como un tarado que arruina su vida porque sí.

La línea del libro es: lo que te hace sufrir y te lleva a rellenar un vacío de una forma problemática no es la sustancia, es la vida. Yo lo hablaba con mi psicóloga y ella me decía que es interesante en el libro la relación entre veneno y antídoto: a veces también puede ser liberador para una persona. El problema estaba más en el contexto y en la vida que en la sustancia, que termina siendo más la manifestación de un síntoma.

—A todo esto: es curioso hablar de esto porque es posible que mucha de la gente que te conoce por el streaming no sepa que escribiste un libro.

—Tal cual. Yo leo algunos comentarios en Goodreads y lo que más me gustan son los que dicen “no me lo esperaba o me sorprendió para bien”. El libro lo escribí mucho antes de todo esto que pasa ahora con el streaming. Y de hecho eso es lo que me gusta: que el libro tiene su autonomía. Hay mucha gente que en su vida vio un programa mío y que leyó el libro. Me gratifican que me lo digan por la calle, también. Porque uno sufre el hecho de que todo pase tan rápido. En el streaming, vos estás haciendo un producto y de repente en 48 horas ya no existe más. Es un poco angustiante. En cambio, un libro es distinto. Lo mismo sobre el proceso de hacerlo: escribir y poder volver a eso que escribí hace cuatro semanas y cambiarle dos palabras porque me hacen ruido. Eso es muy aliviado. Algo que existe más allá de las historias de Instagram.

—Eso me lleva a preguntarte por esta fama “instantánea” que provee el streaming, un jingle o un posteo con miles de interacciones ¿Cómo lidias con eso? ¿Vos qué querías ser? ¿Qué sos vos?

—Ni idea que soy. Quería trabajar en los medios. Quería hacer una carrera que no tuviera matemática (risas). Quería divertirme un poco. Siempre me gustó muchísimo la radio, esa es la verdad. Es mi pasión desde chico. Y eso, bueno, eso me acercó. Yo llegué a laburar en radio tradicional, trabajé siete años con “la negra” Vernaci, y me encantó. Pero ahora hay algo de esa industria que cambió. Incluso las radios tradicionales hoy tienen cámaras. O sea, hay algo de ese lenguaje que a mí me gustaba, que se murió, no existe más. Escribir es algo que también me gustó desde siempre. Empecé taller de escritura desde muy chico, a los 19 años, sin saber muy bien por qué.

No te digo que en algún momento y incluso hoy, me da ansiedad: cómo crecer profesionalmente. Pero el hecho de que todo vaya pasando lentamente, hace que te lo tomes con más naturalidad. No soy una persona famosa. Voy a un recital y me saludan, sí... Pero todo fue pasando muy gradualmente. Un día me saludó uno y me sorprendió. Y capaz a los dos meses me saludaron dos más. Pero fue todo. No es que un día me levanté y no podía caminar por la calle. Me gusta más el trabajo que la exposición.

[Fotos: Jaime Olivos]