La sensación de irrealidad ya se volvió real

Antes que me lo pregunten, aclaro: no tengo la respuesta. Por eso titulé “sin” signo de interrogación el libro: Para qué pasamos por la Tierra. Así, para que cada uno que lo lea o se entere, abra su subjetividad también a esta cuestión, lo diga en afirmativo y registre lo que siente y se está diciendo a sí mismo.

Para que chequee si su modo de vivir la vida es coherente o no, o cuánto, con ese impulso. De ese manantial perceptivo nace el sentido de vida: el “para qué” madre de ese sentido. Qué lo hace vivir.

···

Muchos sueños materiales también están amenazados por el rumbo que van tomando los acontecimientos. La velocidad boca de cañón con que se concatenan innumerables factores planetarios, medioambientales, sociopolíticos, laborales, agotamiento de recursos y de toda índole crean una latencia de peligro.

Lo menos pensado puede ser real. Lo que venimos construyendo puede desmoronarse en cualquier momento, a través de cualquier aspecto. Lo inconcebible ya camina a nuestro lado, aunque no lo veamos. Negamos esa percepción subliminal (o explícita) para poder sobrevivir.

El “negacionismo” que practicamos con los datos conflictivos de la realidad lo aplicamos también ante lo que nuestra conciencia más profunda nos está mostrando frente a esos conflictos. Lo hace a través de un lenguaje no verbal, que no puede ser pensado, solo sentido. La única vía de llegar a percibirlo es a través de la vivencia personal.

···

Las pantallas digitales y la tecnología en general nos ofrecen simulacros de la realidad. Nos implantan falsos recuerdos. Sin que la reconozcamos, todos tenemos una identidad digital. Somos lo que vemos, leemos y escribimos en las pantallas. Lo que posteamos y lo que abrimos.

Difícilmente podamos modificar las condiciones externas si antes no nos hacemos a la idea de que todos —yo, vos, la humanidad— somos parte intrínseca de esa misma realidad. Aunque separemos la basura e intentemos ser lo más honestos posibles ante toda situación, o aunque digamos “todo esto es demasiado complicado para mí”, o “qué puedo hacer yo”, o “no tengo tiempo para dedicarme a esas cuestiones”… y no hagamos nada en concreto en función de ellas, el mecanismo opera el inconsciente a tiempo completo.

Podemos ignorar la realidad y seguir adelante sin querer ver lo que imaginamos como futuro. Lo que no podemos es desvincularnos de las consecuencias que esta realidad traerá aparejada.

···

A menudo cuando me hacen la pregunta del título, le superpongo otra: ¿Cómo te vinculas vos con todo esto? Y ahí, en ese “todo esto”, va todo. Desde el hecho de vivir, estar vivo, tener un cuerpo, pensar, usarlo en función de nuestras capacidades, la intención que le damos a lo que hacemos.

¿Lo que hacemos es solo para “ganarnos” la vida y la de nuestros hijos?

¿Solo para satisfacer aspiraciones personales, sin importarnos cuánto afectan a otras personas, al planeta?

¿Y el resto del tiempo?

¿Y ante los desoladores tiempos que nos aguardan?

Si no pasamos estas preguntas y otras adyacentes por nuestra propia conciencia y seguimos comprando interpretaciones ajenas, relatos que solo quieren “uniformizarnos”, homogeneizarnos, quienes nos gobiernen seguirán abusando de los poderes que les delegamos. El sistema se irá resbalando hacia un tipo de sociedad —un tipo de vida— muy distante del que aspiramos. Venderán todo lo vendible, incluso nuestra capacidad de compra.

El mismo Bill Gates, alma mater de Microsoft, manifiesta que la humanidad está amenazada principalmente por cuatro dinámicas: las consecuencias del cambio climático, del bioterrorismo/pandemias/deterioro mental, la Inteligencia Artificial descontrolada y la polarización social.

No menciona la derechización de la derecha, qué pasará con los que se van cayendo del sistema sin posibilidad de reinsertarse, el vaciamiento deliberado de los estados nacionales por parte de las macro corporaciones para así poder hacer en cualquier ex país lo que más le convenga en términos de mercado. Ni hasta qué niveles nuestra humanidad será reemplazada por relatos impuestos desde el poder.

Tampoco se atreve a decir qué pasará si no asumimos que estas realidades ya están presentes hoy en nuestra vida cotidiana, ni que es poco probable que podamos recuperar el sentido, original e individual, de habitar la Tierra.

¿Qué nos queda? ¿Desertar, como propone el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi? ¿Renunciar al mundo, como sugiere su colega francés Pascal Bruckner? Salirnos de la manada no significa cortarse solo (uno y su círculo familiar) ni perder el compromiso con lo social. Es usar una capacidad que nos fue dada (o trajimos de fábrica): la posibilidad de abrirnos a lo que percibimos más allá de todos los razonamientos instalados. Abrirnos alude a atravesar los poros de esa membrana que tiene nuestra mente y consideramos la conciencia. Abrirnos a lo que se nos revela por esa vía perceptiva.

No es muy difícil darse cuenta cuando un político nos está mintiendo en la cara. Con tal de no ver todo lo que esconde detrás, muchos deciden creerle y adherir. En algún lugar de sí mismos “saben” que esa complicidad es autodestructiva.

Eso existe pero hago de cuenta que no, cambio de canal, dicen y se calman.

El “negacionismo”, individual y colectivo, responde a cerrar los poros de nuestra conciencia y no dejar pasar nada que ponga en riesgo la seguridad que nos dan nuestras creencias establecidas.

···

Hasta el conocimiento científico ya es consciente de que “solo” se puede investigar ese campo transpersonal a partir de la vivencia individual. Oscilaciones de una aguja y relatos recogidos de terceros no dan por comprobada ninguna ley. El investigador se ve obligado a probar salirse de sus secuencias lógicas y saltar, él mismo, al vacío.

Solo puede hacer trabajo de campo consigo mismo. Experimentando en su propia carnadura ondas que no decodifica su mente racional. Siendo su propio sujeto de investigación. Sintonizando las frecuencias de su propio campo, sostiene el pensamiento cuántico.

La inmensidad que hay más allá de lo conocido es la fuente común de donde brotan los valores esenciales, los propiamente “humanos”. Ver de verdad, el otro y yo somos uno, ser coherente…

Buscar los mejores resultados para todos, aunque no los logremos, establece un campo que incide invisiblemente en la realidad. Aunque se lo asocie a predicar en el desierto.

No busco propiciar ningún dogma, credo, receta, pauta ni modelo de aplicación masiva. Solo invitar a escucharnos lo que se nos presenta cuando pronunciamos: este que vine a ser a este mundo.

Auto observarnos, no en busca de respuestas definitivas sino desde la “oportunidad” de percibir desde una perspectiva diferente, más amplia que la que nos metió en este enredo.

Este tipo de exploraciones internas, temporalmente separadas de los pensamientos diarios, es una manera individual de interconectar más directamente las energías que se y nos condensaron en este cuerpo y en esta mente. Y ser instrumento de ellas.

Muchas personas venimos tratando de desarrollar esa capacidad. Sabemos que nunca podremos saber quiénes somos, de dónde venimos, ni adónde iremos después. Estas mismas incógnitas, al tener un espacio de atención en la conciencia, nos conectan con una suerte de misión muy secreta.

Ese sentido de misión habla por el “para qué” pasamos por aquí durante el lapso de tiempo que llamamos vida.

···

No siempre tenemos ideas claras, o que podamos decodificar. Al abrirnos a lo que surge en nuestras mentes, aprendemos a convivir con ese universo sin palabras ni imágenes precisas. La práctica provoca “estados” en los que la mente se sorprende a sí misma por la riqueza y realismo de lo percibido y por cómo eso percibido da otro sentido a lo que pensamos.

Una comunidad invisible trata de visibilizar esa conciencia para que las consecuencias de lo que pueda ocurrir no nos tomen por sorpresa ni haga entrar en pánico.

La consigna no es, como lo fue en mi juventud, transformar el mundo. Ahora se trata de prepararnos para en lo que eventualmente pueda convertirse el mundo.