Los misterios, los secretos y la ambición detrás de las siete maravillas del mundo antiguo

Bettany Hughes recorre la historia de los monumentos más fascinantes de la antigüedad y revela cómo reflejan la obsesión de sus creadores por la grandeza, la inmortalidad y el dominio sobre la naturaleza

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Bettany Hughes explora las siete
Bettany Hughes explora las siete maravillas como símbolos de poder, fe e ingenio, cuyo legado sigue cautivando a la humanidad

El sol abrasador del desierto del Sahara ilumina las piedras milenarias de la Gran Pirámide de Guiza. En algún lugar entre sus bloques colosales yace una barca de madera, inmóvil durante más de cuatro mil años, esperando llevar al faraón hacia la eternidad. Es en este escenario donde comienza el viaje que propone Bettany Hughes en Las siete maravillas del mundo Antiguo (The Seven Wonders of the Ancient World), un libro que reconstruye la historia, los mitos y el legado de los monumentos más célebres de la Antigüedad.

Hughes, historiadora y divulgadora británica, recorre las huellas de los siete prodigios que la tradición ha inmortalizado: la Gran Pirámide, los Jardines Colgantes de Babilonia, la Estatua de Zeus en Olimpia, el Templo de Artemisa en Éfeso, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría.

Su enfoque no es el de un catálogo arqueológico ni el de una guía turística, sino el de una exploradora que, con mirada contemporánea, se adentra en la mente de los antiguos para entender qué los llevó a erigir estas maravillas.

La ambición de tocar el cielo

La Gran Pirámide de Guiza,
La Gran Pirámide de Guiza, en Egipto (AP Foto/Hassan Ammar, File)

La primera parada es la Gran Pirámide, la única de las siete que aún permanece en pie. Hughes la presenta no solo como un prodigio arquitectónico, sino como el resultado de una obsesión faraónica: alcanzar la vida eterna.

Construida en torno al 2560 a.C. para el rey Keops, la estructura era una gigantesca rampa de acceso al más allá. Prueba de ello es la embarcación funeraria descubierta en 2011 en su lado oriental, preparada para navegar por los cielos en compañía de los dioses.

Pero la pirámide no es solo un monumento a la fe; también ha sido escenario de excentricidades más mundanas. Hughes cuenta que en la década de 1930, en plena fiebre egiptológica, la aristocracia europea escalaba sus 146 metros para organizar pícnics en la cima, luciendo trajes de baño y anteojos de sol. Eran otros tiempos, cuando la monumentalidad se prestaba a la frivolidad.

Entre la historia y el mito

Los Jardines Colgantes de Babilonia
Los Jardines Colgantes de Babilonia descritos como un prodigio de la ingeniería pudieron haber sido una metáfora de la relación entre el hombre y la naturaleza, según la autora del libro (The Grosby Group)

Algunos de estos prodigios, sin embargo, podrían no haber existido tal como los imaginamos. El caso más enigmático es el de los Jardines Colgantes de Babilonia. Relatados por los historiadores griegos como un paraíso suspendido en terrazas, su existencia es un misterio arqueológico.

Hughes plantea una hipótesis provocadora: ¿y si los jardines no eran más que una metáfora? En una época en la que la humanidad se enfrentaba a la naturaleza con represas y canales de irrigación, la imagen de vegetación floreciendo en las alturas pudo haber sido una alegoría de ese dominio sobre el mundo físico.

Lo cierto es que, reales o no, los Jardines inspiraron generaciones. Su influencia se percibe en los jardines de Alejandría, en las terrazas de los palacios herodianos en Judea y en el fastuoso Domus Aurea de Nerón en Roma. Una vez instalada en la imaginación colectiva, la idea de un Edén construido por el hombre era demasiado seductora para desaparecer.

Dioses, sacrificios y supersticiones

El Templo de Artemisa en
El Templo de Artemisa en Éfeso, dedicado a la diosa de la caza, fue uno de los más grandes del mundo antiguo y escenario de rituales que buscaban el favor divino

La religiosidad atraviesa todas estas construcciones. En el Templo de Artemisa en Éfeso, una de las obras más grandiosas del mundo antiguo, la devoción alcanzó formas extremas. En 2020, arqueólogos encontraron en una mansión cercana el cráneo de una joven aristócrata, decapitada como ofrenda a los dioses.

Hughes conecta este hallazgo con una antigua práctica: la creencia en que la sangre de una virgen podía servir de garantía contra los desastres. La historia, que hasta entonces parecía remota y simbólica, se vuelve brutalmente real.

El Mausoleo de Halicarnaso, en cambio, oscila entre lo sacro y lo grotesco. La tumba monumental del sátrapa Mausolo, construida en el siglo IV a.C., quedó inmortalizada no solo por su magnificencia, sino por la extravagante costumbre de su esposa Artemisia: según la tradición, bebía a diario las cenizas de su difunto marido mezcladas con vino.

Gigantes de piedra y cenizas

El Coloso de Rodas. (Foto:
El Coloso de Rodas. (Foto: Captura)

En Las siete maravillas del mundo Antiguo, Hughes también explora dos de los monumentos más imponentes de la Antigüedad: el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría. Estas construcciones, más que simples obras de ingeniería, fueron símbolos de poder, triunfo y ambición humana.

El Coloso de Rodas, según relata Hughes, se alzaba sobre el puerto de la isla griega como un titán de bronce de más de 30 metros de altura. Fue erigido en el siglo III a.C. en conmemoración de la victoria de los rodios sobre el ejército de Demetrio Poliorcetes, un logro bélico que los habitantes quisieron inmortalizar con una imagen grandiosa de Helios, el dios del sol.

La autora describe cómo esta estatua, una de las más imponentes de su época, se convirtió en una representación del orgullo cívico y la identidad rodia. Sin embargo, su esplendor fue efímero: menos de un siglo después de su construcción, un terremoto la derribó. Aunque sus restos permanecieron en el suelo durante siglos, la fascinación por la estatua nunca se desvaneció. Hughes destaca cómo su imagen ha inspirado innumerables reinterpretaciones, desde la Estatua de la Libertad hasta las figuras colosales de la cultura popular.

El libro explora cómo cada
El libro explora cómo cada maravilla fue concebida no solo como muestra de grandeza, sino como un símbolo del ingenio y la determinación humana frente al tiempo (Foto: Captura)

El Faro de Alejandría, por otro lado, encarna el dominio del ingenio humano sobre la naturaleza. Construido en la isla de Faros en el siglo III a.C., bajo el reinado de la dinastía ptolemaica, era una obra maestra de la arquitectura helenística. Hughes lo describe como un faro que no solo guiaba a los navegantes con su luz y su reflejo en espejos de bronce, sino que también funcionaba como una declaración de poder: la ciudad fundada por Alejandro Magno no solo aspiraba a ser un centro de saber, sino también un referente del avance tecnológico de su tiempo.

La autora examina las múltiples referencias que sobrevive el Faro en la tradición histórica y literaria. Su impacto fue tal que el término “faro” quedó ligado para siempre a cualquier estructura destinada a la orientación marítima. Aunque desapareció entre los siglos XIV y XV debido a terremotos, Hughes resalta que su legado sigue vivo en la imaginación colectiva, un eco de la ambición de los antiguos por desafiar las fuerzas de la naturaleza.

Para Bettany Hughes, las siete maravillas no son solo hitos arquitectónicos, sino reflejos de la capacidad humana para soñar en grande. En el libro muestra cómo cada uno de estos prodigios fue concebido no solo para impresionar, sino para trascender el tiempo y dejar un testimonio de las aspiraciones de sus creadores.

Su relato no se limita a la arqueología o la historia del arte; es una exploración de la mentalidad de las civilizaciones que los construyeron. Hughes argumenta que la verdadera maravilla de estos monumentos no radica en su tamaño ni en su opulencia, sino en la necesidad humana de crear algo que desafíe los límites de lo posible.