Imágenes y sensaciones al borde del infinito

La muestra fotográfica “Aurora. Antártida, belleza que se derrite”, que se inaugura este fin de semana en Buenos Aires, captura el deshielo del continente blanco y la urgente necesidad de preservarlo. Aquí la autora expone sus emociones y certezas alrededor de las obras

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VULCANO CON VIRGOLA
VULCANO CON VIRGOLA

Mi primer viaje a la Antártida en el 2020 fue, desde el principio, un viaje inusual. Aunque estaba acostumbrada a viajar sola, unirme a un grupo de norteamericanos para recorrer el continente blanco en el National Geographic Explorer no me entusiasmaba y siguió sin hacerlo. Fui por deseo de mi hijo Carlo, que había estado allí durante su luna de miel, en el mismo periodo: a mediados de enero del 2013. Lo suyo fue, quizás, una pequeña premonición.

En las instrucciones de preparación para el viaje, más allá del listado de los interminables atuendos que quedaron inutilizados por la falta de frío, el Nat aconsejaba una docena de libros sobre la fauna y, supongo, el impacto del cambio climático en el continente, que es, por sus hielos, el regulador del clima global.

Al vivir apurados, como todos vivimos, no tuve tiempo de leer y pensé que lo haría cruzando el estrecho de Drake, lo cual no fue cierto, ya que, aunque uno esté acostumbrado a navegar, las olas largas del océano abierto son altamente molestas.

A bordo de la nave, los norteamericanos tomaban ríos de alcohol desde las cinco de la tarde, y el lobby del barco se llenaba de ruido. Seguramente, ellos habían leído esos libros y tenían una actitud YOLO (You only live once), la nueva filosofía al estilo carpe diem, de la cual yo me enteré recién después de la pandemia.

PAESAGGIO METAFÍSICO N_4
PAESAGGIO METAFÍSICO N_4

La Antártida era maravillosa, las charlas sobre ballenas, pingüinos, kril, etcétera, interesantísimas. Pero poco a poco me enganché en conversaciones con los mozos filipinos del barco que hablaban italiano, porque habían trabajado en los grandes cruceros de mi país. Ellos me contaron que estaban muy preocupados porque “esta bahía, hace dos años, estaba llena de icebergs, ahora no hay más”. Mientras los naturalistas explicaban que los pingüinos Adelia que vimos en dos colonias se estaban extinguiendo, una noche avisaron del avistamiento de un solo pingüino emperador. O sea, la falta de vida que registré la primera vez y, ni hablar, la segunda, fue tan evidente que empecé a preocuparme en serio.

Además, Kathy Sullivan, invitada de honor del viaje y única mujer astronauta en caminar en el espacio, que había dirigido la Comisión para el Océano y el Espacio de Estados Unidos en la época de Obama, empezó a contar cosas espantosas sobre los desechos espaciales y cómo el terrorismo y el contraterrorismo más graves ocurren sobre nuestras cabezas. O sea, lo que pasa abajo no es nada en comparación con lo que pasa arriba. Mi humor no mejoró. Escuché relatos aterradores que, por suerte, todavía no he procesado, porque darse cuenta de los hechos graves que ocurren a nuestro alrededor, en los cuales estamos involucrados sí o sí, es terrible.

He desarrollado la convicción de que nosotros, los humanos, que somos todos pecadores, siempre nos justificamos pensando: “no es mi historia”, visualizando el problema como algo lejano. Pero estamos en un periodo histórico que es, probablemente, el más crítico después de la Segunda Guerra Mundial, con derivas fascistas en varios países del mundo, con psicópatas en el poder en varias naciones. Por eso, creo que es necesario abrir los ojos y cambiar el rumbo, pasando del granito de arena que ya no sirve a acciones más consistentes.

LA CATTEDRALE ROSA
LA CATTEDRALE ROSA

Hasta que, en una charla de regreso en el estrecho de Drake, un científico comentó: “Si el mundo parara hoy, tendríamos cuatro años para salvar el planeta”. Hablaba de la reversibilidad del cambio climático.

Al bajar del buque, me miré al espejo y vi que tenía dos mechones blancos por el shock. Siempre me había preocupado por el cambio climático y la destrucción del planeta, pero jamás se me habría ocurrido que el peligro fuera tan inminente.

Me di cuenta allí de que estábamos al comienzo de un apocalipsis. Unos pocos días después de mi regreso llegó, inesperadamente, el Covid, en medio de nuestra temporada mundana en Punta del Este. El resto es historia. Durante los largos meses de aislamiento, comprendí que estamos totalmente disociados de la realidad. Aunque tenemos la información, no la registramos; la ponemos en los recovecos de nuestro cerebro.

LA CONCHIGLIA N_1
LA CONCHIGLIA N_1

Unos pocos meses después, la curadora de la parte fotográfica del Pabellón Italia, en la Biennale di Venezia 2021, Paola Ruotolo, me invitó a participar en la muestra con mi serie Antarctica Melting Beauty (Antártida, belleza que se derrite). Había visto casualmente mis fotos, tomadas con el iPhone y publicadas en Instagram. Siguieron otras exposiciones en Madrid y en la Legislatura de Buenos Aires, hasta que supe que la Armada llevaba artistas de vez en cuando en sus viajes de una base a otra en la Antártida argentina.

Decidí aplicar, fui aceptada y, por fin, volví a la Antártida en el 2023 con la idea de realizar una búsqueda muy precisa. Un viaje, esta vez, no de turismo ni de cultura, sino un viaje espiritual para registrar de mejor manera, e intencionalmente, la poesía y la magia de la Madre Naturaleza en este lugar tan prístino y remoto. Viajé a bordo del ARA Almirante Irízar, una forma muy privilegiada de llegar a lugares donde el turismo todavía no llega. Por desgracia, la Antártida está llena de cruceros que salen de Ushuaia, donde la gente se dedica a jugar al casino y que seguramente no tienen un impacto ambiental cero, como los del Explorer y el Irízar.

La autora de este texto
La autora de este texto delante del rompehielos ARA Almirante Irizar, con el que visitó la Antártida entre marzo y abril de 2023 (Foto: Adrián Escandar)

Desde las cubiertas de observación del quinto piso de la nave, tomé fotos durante tres semanas: del alba, de la aurora y de todas las etapas del día, hasta el atardecer y la noche. Subía por la mañana, alrededor de las 6, y abría cada vez uno de los grandes portones que daban a los dos puentes laterales, poniendo mucha atención en no pisar fuera del camino antideslizante, ya que era peligrosísimo por la sutil capa de hielo que se formaba de noche en los puentes. En el silencio polar, estuve durante muchos días esperando el alba. Una sensación de paz absoluta.

Durante este tiempo infinito, suspendido, solo marcado por la diana matutina y por las operaciones de logística del rompehielos en las bases, encontré cada vez menos ballenas y, lo que más asusta todavía, poquísimos icebergs. Como me decía, el en ese momento comandante Carlos Recio, siempre hay menos hielo marino. Y como vi con mis propios ojos, ya no hay banquisa polar, a pesar de que viajé entre marzo y abril, cuando es otoño. Ya la Antártida no tiene nada de tan fría o amenazante. La temperatura era de dos grados sobre cero.

Pero intenté capturar con mi cámara, una Canon EOS R5, la belleza que se derrite, para mostrarla y procurar explicar que la mejor forma de ayudar es respetarla no yendo. Al mismo tiempo, la Antártida es un símbolo de paz y armonía entre naciones. Si bien soy muy pesimista y he leído locuras sobre lo que algunos políticos irresponsables quieren hacer para depredar también la última frontera del planeta Tierra, espero siempre que, en el futuro, algunas fuerzas positivas, nuestros queridos jóvenes, vuelvan con sus corazones al misterio original.

* Fotógrafa, periodista, diseñadora de moda y activista ecológica italiana.

* La muestra Aurora. Antártida, belleza que se derrite se exhibe simultáneamente en el Palacio Libertad y el Ecoparque de Buenos Aires, desde el 22 de febrero al 20 de abril de 2025.