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Jean-Jacques Rousseau es uno de los personajes más contradictorios de la historia de la filosofía. Por un lado, participó activamente en el mayor proyecto filosófico de la Ilustración –la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert–. Pero, por el otro, renegó de la razón y defendió constantemente la fuerza del sentimiento. En lo que respecta al arte supo adelantarse a su tiempo y entrever la sensibilidad romántica.
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Él mismo nos cuenta en sus Confesiones que desde pequeño sintió una fuerte atracción por la música. La estudió, la cultivó, la amó e incluso vivió de ella como copista de partituras. Pero quizás su legado más importante fuera la teorización que realizó sobre este arte.
Un poco de contexto
Para comprender bien su importancia es necesario que echemos la vista atrás y nos fijemos en el filósofo de las anchas espaldas: Platón.
Este coloso de la filosofía expulsó a las artes de su República ideal. ¿La razón? El arte imita la realidad, pero no es la realidad; no puede comunicar verdad alguna. Tan solo transmite el engaño de las apariencias, propio del mundo sensible. Esta concepción peyorativa del arte se mantuvo prácticamente intacta a lo largo de los siglos. Es cierto que Rousseau no rechazó este paradigma imitativo, pero lo transformó desde dentro de manera definitiva.
El filósofo de Ginebra participó en un debate intelectual ocurrido en París a partir de 1752 conocido como la “Querella de los Bufones”. En él se enfrentaron los seguidores de la música francesa contra los de la italiana. Nuestro filósofo defendió esta segunda facción. Sus razones confluyen todas en un mismo punto: la música francesa no consigue afectar las pasiones del alma; la italiana, sí. Y esto se debe a que en ella la melodía goza de todo el protagonismo que merece y toda la libertad que precisa, lo que convierte esta música en un lenguaje sumamente expresivo.
Música y verdad
Para Rousseau el elemento esencial de la música es la melodía. En ella el ser humano encuentra su lugar, pues esta es el hogar del canto y, por consiguiente, de la expresión emocional. Según él, la música no puede imitar paisajes o estampas, como hace la pintura. En cambio, en sus propias palabras, a través de la melodía sí que “excitará en el alma los mismos sentimientos que se experimentan al verlas”.
Con este pequeño giro, introduciendo la expresión en la imitación, Rousseau consiguió cambiar por completo la concepción negativa del arte heredada de Platón. El arte ya no sería portador de falsedad, sino de la más alta y noble verdad: la verdad del alma humana. Ciertamente, esta conclusión encaja perfectamente con sus postulados políticos y antropológicos. La verdad del hombre se encuentra en el sentimiento, en la pasión y no en la razón. Esta última solo trae engaño y esclavitud. La verdad del ser humano, más que contada, debe ser cantada, debe dejarse llevar por los acentos de las emociones.
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Así, Rousseau conectó la música con la verdad por medio de lo más íntimo de todo ser humano: su sensibilidad particular. En consonancia con esto, ideó un nuevo sistema de notación musical basado en números cuya ventaja principal consistía en su comodidad para escribir melodías.
Música romántica
La idea de que la melodía constituye el elemento vital de la música no pasó desapercibida. Muchos pensadores la recogieron; entre ellos, el eterno pesimista, Arthur Schopenhauer. Este filósofo alemán no solo amó la música, sino que la calificó como el arte supremo. Para Schopenhauer la música era una copia exacta de la Voluntad, de esa fuerza irracional y ciega que mueve el mundo. Pero no solo eso, sino que, gracias a la melodía la música cuenta la historia secreta del individuo. Sus más profundas emociones y su intimidad son desveladas por la melodía.
Tal y como había dicho Rousseau apenas medio siglo atrás, Schopenhauer suscribió la idea de que la música revela los entresijos de la vida interior del alma, aquello que la agita desde dentro. En una palabra, la música representa la esencia del ser humano.
Esta caracterización de la melodía fue tomada por uno de los más grandes músicos de la historia, Richard Wagner, para desarrollar uno de sus progresos en materia de composición: la melodía infinita. Si la melodía es aquello que expresa la verdad interior del hombre particular, solo ella puede ser verdaderamente significativa. La melodía lleva el peso del drama, lo que la convierte en el elemento ideal para realizar la revolución musical. Wagner quedó asombrado tras leer las ideas de Schopenhauer, y en su obra puede apreciarse claramente la influencia del filósofo.
De este modo, las ideas de un filósofo ilustrado marcaron el rumbo de la música romántica. Desviaron la atención de los parámetros racionales y pusieron el foco en el sentimiento. Con ello, Rousseau, sin saberlo, orientó a la humanidad en una nueva dirección.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
* Investigador Predoctoral en el área de Estética y Teoría de las Artes, Universidad de Valladolid.
[Fotos: Museo del Louvre, Wikimedia Commons y Xixis/Wikimedia Commons, CC BY-SA]
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