
Un hombre enfermo yace en una camilla dentro de una ambulancia en Tailandia, pero su destino no es un hospital. Sus hijos, siguiendo una profunda deuda moral con sus padres, dispusieron que pase sus últimas horas en casa, rodeado de objetos familiares y seres queridos. El vehículo que lo transporta es una “ambulancia espiritual”, un servicio que permite cumplir con la creencia de que morir en el hogar es una “buena muerte”. En otro rincón del mundo, una joven en Tokio confía sus pensamientos más íntimos a una inteligencia artificial diseñada para ofrecer compañía y apoyo emocional. Mientras tanto, en Estados Unidos, miles de usuarios conversan con chatbots terapéuticos, programados para brindar consuelo sin juzgar.
¿Dónde trazamos la línea entre lo humano y lo no humano? Esta es una de las preguntas centrales de Animals, Robots, Gods. Adventures in the Moral Imagination (Animales, robots, dioses. Aventuras en la imaginación moral), el libro en el que el antropólogo de la Universidad de Michigan, Webb Keane, profundiza en cómo la moralidad cambia cuando los límites de la humanidad se vuelven borrosos, desafiados por la tecnología, la religión y nuestra relación con los animales.
Keane se hace más preguntas: ¿Puede una inteligencia artificial tener derechos? ¿Un ritual con un animal nos hace más o menos humanos? ¿Qué pasa cuando la tecnología desafía nuestras nociones de ética? En este libro, Keane reflexiona sobre cómo la moralidad se construyó a lo largo de la historia en la intersección entre lo humano y lo no humano. Con casos que van desde la inteligencia artificial hasta el chamanismo, el autor muestra que el debate sobre la ética no se limita a la sociedad humana, sino que abarca nuestras relaciones con animales, máquinas y divinidades.
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La propuesta de Keane parte de una premisa desafiante: la moral no es un código rígido ni un invento exclusivo de la humanidad, sino una construcción en constante evolución. A través de relatos de culturas diversas, examina cómo la interacción con seres no humanos —desde mascotas hasta deidades— moldeó lo que entendemos por lo correcto y lo incorrecto. En un mundo donde la inteligencia artificial empieza a ocupar roles antes reservados a los humanos, estas preguntas dejan de ser meras especulaciones filosóficas y se vuelven cuestiones urgentes.
Amor, terapia y fe en la era de la inteligencia artificial
Uno de los aspectos más provocadores del libro es la cuestión de las relaciones humanas con la inteligencia artificial. ¿Puede un programa de computadora ser considerado un compañero real? ¿Es moralmente diferente enamorarse de un robot que de una persona? Keane analiza el fenómeno creciente de las IA diseñadas para ofrecer compañía: desde asistentes virtuales y chatbots terapéuticos hasta algoritmos que imitan el lenguaje afectivo en relaciones sentimentales.

Si una IA recuerda conversaciones, responde con aparente empatía y adapta su comportamiento según la interacción, ¿qué la distingue, en términos morales, de un ser humano? Para abordar esta pregunta, Keane recurre al concepto de darshan en la tradición hindú: la experiencia de ser visto por una deidad a través de una estatua. En este acto, la divinidad no es solo un objeto, sino un ser que establece una relación recíproca con el creyente. De manera similar, quienes interactúan con inteligencias artificiales pueden llegar a percibirlas como entidades con agencia moral, aunque su consciencia sea solo una simulación.
Japón ofrece otro escenario donde lo humano y lo no humano se entrelazan de manera inesperada. La percepción de los robots en la cultura japonesa es radicalmente distinta a la occidental. Mientras que en Occidente las inteligencias artificiales suelen generar desconfianza, en Japón son vistas como compañeros valiosos.
Robots diseñados para el cuidado de ancianos o la compañía emocional no son solo herramientas, sino entidades con las que las personas establecen relaciones afectivas. Algunos incluso reciben nombres y son tratados con respeto, lo que plantea preguntas sobre la agencia moral de las máquinas: si un robot puede brindar apoyo emocional y compañía, ¿merece algún tipo de consideración ética?
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Keane cita al antropólogo Scott Stonington, profesor de antropología y médico, que estudió las complejas decisiones morales que enfrentan las familias tailandesas cuando un ser querido está muriendo. Su trabajo de campo con agricultores en Tailandia, realizado hace aproximadamente dos décadas, reveló un dilema fundamental: la obligación moral de prolongar la vida choca con la creencia de que una “buena muerte” debe ocurrir en casa, rodeado de seres queridos y objetos familiares.
En la sociedad tailandesa, la gratitud filial es un valor central. Los hijos sienten una deuda profunda con sus padres por haberles dado la vida, lo que los obliga a hacer todo lo posible por extender sus últimos momentos, incluso si el tratamiento es doloroso o costoso. No buscar atención médica podría interpretarse como una falta de respeto y amor, por lo que la hospitalización y las intervenciones médicas se consideran, en principio, la mejor opción. Sin embargo, al mismo tiempo, la cultura local rechaza la idea de morir en un hospital. Para muchas familias, esto significa que la persona fallecerá en un entorno frío y ajeno, lejos de la comodidad del hogar y del contacto con su comunidad.
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Para resolver este conflicto, Stonington observó cómo los trabajadores de hospitales idearon una solución práctica y simbólica: las “ambulancias espirituales”, vehículos equipados con oxígeno y soporte vital básico que transportan a los pacientes moribundos de regreso a sus hogares. Esta práctica permite cumplir con la obligación de proporcionar tratamiento médico hasta el último momento, pero también honra la creencia de que la muerte debe ocurrir en un espacio íntimo y familiar.
Keane retoma el trabajo de Stonington en Animals, Robots, Gods para ilustrar cómo la moralidad no es una serie de normas fijas, sino un sistema flexible que responde a las creencias, tradiciones y valores de cada sociedad. El concepto de lo “correcto” varía según el contexto cultural, y las decisiones éticas no siempre pueden reducirse a reglas universales.
Así como las ambulancias espirituales transportan a los moribundos de un mundo a otro, ¿podría la inteligencia artificial actuar como un puente entre nuestra subjetividad y una visión más amplia de la existencia? Esta necesidad de escapar de la subjetividad egocéntrica, sugiere Keane, explica el atractivo de los compañeros virtuales y los terapeutas de inteligencia artificial.
La IA, como un ídolo en un templo, no juzga, no se impacienta, no exige reciprocidad emocional. Su misterio y su falta de humanidad absoluta pueden ser, paradójicamente, una fuente de alivio. Sin embargo, algo se pierde en esta relación: el juego de emociones que solo puede darse entre personas reales.
Entre espíritus, robots y animales: la moral en la frontera de lo humano
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Las diferencias culturales en la ética también aparecen en el chamanismo. En algunas comunidades indígenas, los chamanes recurren a rituales con animales para sanar enfermedades o resolver conflictos espirituales. Desde una perspectiva occidental, estos actos podrían interpretarse como sacrificios crueles, pero dentro de esas sociedades forman parte de una cosmología donde los humanos, los espíritus y los animales están conectados. Para los chamanes, la muerte de un animal no es una pérdida, sino una transformación dentro de un ciclo de vida más amplio.
En contraste, en el sur de Asia, los activistas por los derechos de los animales libran una batalla ética completamente diferente. Enfrentan el dilema de defender el bienestar animal en sociedades donde las tradiciones religiosas y económicas han normalizado su explotación. ¿Es más importante preservar una costumbre ancestral o evitar el sufrimiento de los animales? Keane muestra cómo estas tensiones revelan que la moralidad no es un código universal, sino un sistema que cambia con el tiempo y el contexto.
Aun así, los sistemas de inteligencia artificial, por nuevos que sean, responden a un deseo profundo de trascender los límites del yo y encontrar, aunque sea en una máquina, una presencia que nos devuelva la mirada.
Animals, Robots, Gods es un llamado a expandir la imaginación moral. Keane no ofrece respuestas definitivas, sino que invita a cuestionar nuestras respuestas a la pregunta: ¿cuál es el límite de lo humano? ¿Y el de la ética?
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